domingo, 28 de diciembre de 2008

TOROS MITOLOGÍCOS I - Mesopotamia y Persia

En cualquier tratado de tauromaquia, léase Cossío o cualquier otro autor tauromáquico, encontramos algún capítulo donde se describen las hazañas de toros célebres que, en determinadas efemérides, dejaron constancia de las excelencias de sus embestidas y lo cara que vendieron su vida en esa lucha desigual de la fuerza bruta frente a la inteligencia.
En este trabajo me propongo reseñar, con la venia del respetable, una lista de toros mitológicos celebres que, bien con nombres propios o innominados, formaron parte de las creencias mitológicas en la antigüedad. En cada una de esas “leyendas” constataremos que el tratamiento dado al toro, en las diferentes sociedades primitivas desarrolladas que lo conocieron, esencialmente fueron de tres formas diferenciadas, a saber: como víctima de sacrificio, como simbología divina o como divinidad en sí.
Muchos recordarán, desde que principiábamos a estudiar historia universal, que el primer poema épico conocido de la humanidad, se nos decía, era la epopeya de Gilgämesh, un legendario rey sumerio del III milenio a.C., de fuerte complexión física y extraordinaria belleza.


La trigueña hermosura masculina que adornaba a nuestro héroe, fue la causa por la que -tras la hazaña de matar al monstruo Khumbaba, el guardián del bosque sagrado de los famosos cedros del Líbano, con la ayuda de su inseparable amigo Enkidu- provoca un ardor amoroso irrefrenable en la diosa sumeria Inanna (la Isthar acadia),"Señora del cielo" diosa del amor y de la guerra.
Gilgämesh rechaza las proposiciones amorosas de la diosa quien, airada por semejante afrenta y osado desprecio, suplica al dios An, padre de todos los dioses y señor del panteón sumerio, le envíe un Toro Celeste para que ataque y mate al insolente héroe. Súplica que se concede y ejecuta sin tardar.
El toro enviado, en desagravio de la diosa, es de una corpulencia y fuerza descomunal. Ancho de sienes, amplios, ofensivos y astifinos pitones; intenciones, embestidas y acometidas furibundas, que hacen del morlaco uno de los animales más terroríficos de la historia de la mitología.
La lucha se presume larga, sangrienta y desigual, y al final se barrunta la tragedia. Pero al héroe une sus fuerzas Enkidu, el amigo inseparable, y entre ambos dan muerte al Toro Celeste. El modo de hacerlo lo describe el épico poema de la siguiente forma: ”...¡Amigo mío, he visto el medio para abatir al toro, y nuestras fuerzas serán suficientes para vencerlo!, ¡Quiero arrancarle su corazón para ofrecérselo a Shamash! (dios de la Justicia), Yo, le voy a perseguir, lo cogeré por lo grueso de su cola y le retendré fuertemente sus dos pezuñas, tú, por delante él, tú lo agarrarás y entre la cerviz, las astas y el crucero con tu puñal lo herirás de muerte.” (Columna IV, Tablilla VI del Texto Asirio) (1)

Para darnos idea de lo descomunal de la envergadura del toro, vean las medidas que nos proporcionan los artesanos que midieron sus astas, después de muerto el toro: “... Los artesanos midieron el grosor de los dos cuernos, (seguimos leyendo el mismo texto asirio), su masa era, cada una, de treinta minas de lapislázuli (1 mina = 600g.), la anchura de su revestimiento era del grosor de dos dedos y de seis guru de aceite el contenido de ellos (1 guru = 25 litros). Gilgämesh ofreció los dos cuernos a su dios, Lugalbanda, como vasos de unción; se los llevó y colgó en su cámara principesca”.
El poema sigue describiendo la epopeya tras la lucha, muerte y descuartizamiento del toro. Enkidu, el amigo de Gilgämesh, en un acto de arrebato desaforado, arranca con sus manos las partes del animal y las arroja con burla a la cara de la diosa Inanna (foto 2). Como es natural semejante agravio y ofensa no podían quedar sin castigo y la diosa le envía una enfermedad, muy dolorosa, de la que fallece a los trece días, con la consiguiente consternación del ídolo de la epopeya. Me pregunto si, tal vez, arranca desde época tan temprana de la historia la superstición a dicho número trece.
Tras esta primera “leyenda", y sin dejar la zona de Mesopotamia, las regiones entre los ríos Tigris y Éufrates, donde según la Biblia se encontraba el Paraíso terrenal, adentrémonos en el Imperio Asirio, cuyos ejércitos lucían, coronando el mástil de sus estandartes, la figura de un toro pasante. (fotos 3 y 4)





En esta zona encontramos también unas famosas representaciones escultóricas de toros alados androcéfalos (del griego Andros=hombre y Cefalo=cabeza) de fama mundial. Me estoy refiriendo a los renombrados querubines, del acadio Kerub -no confundir con los querubines de la angelología hebrea y cristiana, cuyo préstamo no se produjo hasta después de la primera destrucción del Templo de Jerusalén, en el 586 a.C. - esculpidos en piedra, de enorme y refinada talla que se colocaban a modo de guardianes mágicos a la puerta de los templos y palacios o en la sala del trono real.

Esos toros alados con cabeza humana, tocados con gorro orlado con tres pares de cuernos, o casco tricorne, de larga melena y poblada barba, eran la perfecta representación de la naturaleza divina y humana de la realeza. Esas soberbias esculturas pétreas tenían un significado singular: el cuerpo del toro simbolizaba la fuerza, la cabeza humana la inteligencia, las alas la celeridad, la tiara con tres pares de cuernos la naturaleza divina de la realeza y la melena y la barba el poder. (foto 5)
La proliferación de semejantes esculturas no era patrimonio exclusivo del imperio asirio, sino que la difusión de estas representaciones androcéfalas se extendió por todos los países limítrofes del llamado “creciente fértil”.
Tras conocer los toros de la Mesopotamia babilónica, nuestros pasos se encaminan ahora hacia la “tierra de los arios”, los antepasados de medos y persas, donde nos toparemos con un acontecimiento sorprendente en el que un toro es la génesis de la creación.
Para ello acerquémonos al dios supremo Ahura-Mazda (foto 6), también conocido como Ormuz, de donde proviene el nombre del estrecho que cierra las aguas del mar de Arabia o golfo Pérsico. La leyenda dice que Ormuz creó un toro primordial, llamado Abudad, en cuyo cuerpo se encontraban todos los gérmenes de la vida. Pero Arimän (hermano y enemigo de Ahura-Mazda, principio del mal y de las tinieblas) da muerte al toro primordial, con el propósito de evitar cualquier atisbo de creación.

Sus intenciones son frustradas al intervenir el Demiurgo y crear de la paletilla derecha del toro a Kaiomorts, el primer hombre, a quién nuevamente el malvado Arimän dará muerte cuando, este Adán ario, tenía treinta años.
A pesar de todo, la creación no se detiene y de la paletilla izquierda del toro, Ormuz crea a Gochorum, el alma del toro primordial, destinado a ser la base de todas las especies zoológicas. De su esperma, purificado, da vida a dos toros, macho y hembra, de la que salieron las 272 especies de animales conocidas en aquella época, tras las correspondientes metamorfosis o transmutaciones.
Luego, de las astas del toro creó los árboles; de su rabo los granos; de la nariz las legumbres y de su sangre las uvas.
Supongo que alguien se preguntará qué pasó con el primer hombre, Kaiomorts. Pues verán. De la sangre de Kaiomorts que reunía en sí los dos sexos, Ormuz la mezcla con tierra y origina un árbol, llamado Heom, que después de diez años echó diez ramas que fueron las primeras parejas que originaron la humanidad.
Otra variante de la génesis creadora del toro, muy parecido al relato anterior, la encontramos descrita en el libro del Avesta. Ese libro, de la religión medo-persa, fue escrito, según la tradición, en doce mil pieles de toro y destruido por Alejandro Magno el año 331 a.C., cuando redujo a cenizas el palacio real conocido como “La Apadana” en la ciudad de Persépolis.

Dicho relato nos habla de un dios llamado Mitra (foto 7), dios de la luz y la verdad, que pasaría a ser, con el correr de los tiempos y con la ayuda difusora de las legiones romanas, la figura central de una religión de gran importancia y presencia en la Roma Imperial, al que se conocía y adoraba como “Deus Sol Invictus” (foto 8a y b) que sería la mayor enemiga y competidora de la cristiandad, hasta su desaparición en el siglo VII. En Mérida existía un templo dedicado a Mitra, en el s.III a.C., ubicado debajo de la actual plaza de toros.
La narración nos informa que el Dios Ahura-Mazda u Ormuz, ordena a Mitra que mate al toro celeste, que está aterrorizando la región. Mitra logra asirlo por los cuernos e introducirlo en una caverna, pero el toro se escapa y Mitra , ayudado por su perro, lo persigue de nuevo, lo sujeta por las narices con una mano, mientras con la otra le hunde en el cuello su cuchillo de caza.

De inmediato, del cuerpo del toro surgen todas las especies vegetales. Su carne se convierte en cereal y su sangre en vino. Pero Arimán quiere enturbiar las aguas de la vida y envía a la hormiga, al escorpión y a la serpiente para que intenten devorar las partes genitales del toro y beber su sangre. Encargo y objetivo que afortunadamente no consiguen y de este modo la “simiente del toro”, purificada por la Luna, produce todas las especies de animales domésticos y "su alma”, bajo la custodia del perro que ayudó a Mitra a cazarlo, se elevó hasta los cielos y se convirtió en Silvano, el dios tutelar de los rebaños.
Permítanme añadir un relato que pone de manifiesto el odio de Ariman a todo lo que creaba su hermano Ormuz. Según cuentan varios relatos, se dice que los hombres, que padecían las inclemencias del tiempo y en especial los fríos de aquellas antiguas glaciaciones, pidieron a Ahura-Mazda que les ayudase a protegerse de las gélidas temperaturas, en especial por las noches. Sus ruegos fueron atendidos y les enseñó a confeccionarse vestidos con las pieles de los animales que cazasen. Además les regaló el fuego, que desconocían, para que se calentasen e igualmente les puso una luminaria celeste que les iluminara, temporalmente, por las noches.
Al contemplar todos estos regalos, con los que habían sido obsequiados los hombres, Arimán montó en cólera y en un arrebato de ira les arrebató y apagó el fuego con sus manos y con rabia lanzó las cenizas contra la luna, con intención de cegar su luz, sin conseguirlo. Dicen que las manchas oscuras que vemos en la luna, son las cenizas que lanzó contra ella el malvado Arimán.

Plácido González Hermoso


BIBLIOGRAFIA
(1).- Federico Lara Peinado, "Poema de Gilgamesh".

lunes, 15 de diciembre de 2008

EPIGRAMAS - II

DEFINICION
A la abeja semejante,

para que cause placer,
el epigrama ha de ser
pequeño, dulce y punzante.
siglo XVIII, Juan de Iriarte


EL APARTADO
He visto en un obrador
a Rita y Paz, dos morenas
que convidan al amor.
Blanca y Sol, dos rubias… buenas,
Luz, trigueña superior
y Ana, de pelo rizado
que es (me lo han asegurado)
una moza de provecho:
Las demás, son desecho
y estas seis… el apartado.
Mariano del Toro y Herrero


LOS CUERNOS
En nuestra plaza de toros
y desde el palco cuarenta,
admiró la cornamenta
de un Miura Juan Amores,
y su esposa (esto es notorio)
le dijo con mucho mimo:
cuernos como esos, mi primo
te ha puesto en el dormitorio.
Anónimo, 1887


EL MARIDO Y EL SEXO
Dije al ver que un toro buido
cejaba al sentirse herido:
-Llega bien, más no remata.
Y por lo bajo la chata
añadió: -¡Así es mi marido!.


QUITES
Disentían con calor
algunas aficionadas,
las suertes más adecuadas
al quite del picador.
Según unas, lo mejor
era un recorte (a su juicio);
y otra que entiende el oficio,
dijo: -El recorte me carga,
y en cambio, una buena larga,
me saca siempre de quicio.


FEOS
Admirando a un matador,
exclamó cierto señor
natural de Valdemoro:
-¡Se necesita valor
para recibir a un toro!
Era el matador aquel,
feo cual otro Luzbel,
y añadió cierta chulita:
- Más valor se necesita
Para recibirlo a él.
Un aficionado.


APLOMADOS
Un Concha y Sierra, boyante,
con tal furia arremetía
cuanto encontraba delante,
que el redondel parecía
nuevo campo de Agramante.
- De estos desconfío yo
(cierta manola exclamó
que se hallaba en un tendido)
¡Así empezó mi marido,
y bien pronto se aplomó!

Un aficionado.

domingo, 14 de diciembre de 2008

MITOLOGIA DEL TORO – II

PROLOGO JUSTIFICATIVO

Dedicatoria:
A mi mujer, por soportarme.
A mis hijos, por aguantarme.
Y a los tres, por el cariño que nunca me faltó.

Continuando con el hilo del ovillo mitológico expuesto en el artículo anterior, procede comentar lo que nos hace imaginar Unamuno sobre aquellas remotas épocas, y por ello cabe decir que no sé si fue en el cavernario Paleolítico superior, o en el Neolítico temprano, donde nace la concepción del toreo como forma lúdica de entretenimiento o lucha trágica que, como es obvio, se fue perfeccionando a lo largo de varios milenios. Mas no andaba desencaminado el trovador vasco al afirmar lo que de mágico tuvo aquel rito iniciático y de cierto lo que de trágico tuvo siempre el contacto del hombre con el toro, y más cierto aún el culto que se le dispensó a ese animal totémico, desde los albores de la humanidad, hasta terminar en una de las expresiones artísticas más depuradas y etéreas de nuestro tiempo: el toreo.
Afirmaba Ortega y Gasset en su disertación “La caza y los Toros” que: “...no se puede comprender bien la historia de España desde 1.650 hasta hoy, quien no haya construido con rigurosa construcción la historia de las corridas de toros, en el sentido estricto del término; no de las Fiestas de Toros, que más o menos vagamente han existido en la Península desde hace tres milenios”.
Esa frase afirmativa, de hondo sentido, encierra una realidad latente en la que las corridas de toros corren parejas con la historia de España en algo más de tres centurias. No pretendo hacer, aquí y ahora, un recorrido para construir con rigor esa otra historia social española, ya que no es mi intención desviarme hacia la sociología, cuya disciplina no domino, sino más bien el relatar, lo más detallado posible, las recopilaciones de datos sobre el toro en la mitología, es decir, de esas fiestas de toros de hace más de tres milenios, o a saber a qué tiempos se remontan esas taurolatrías, o creencias en las que el toro era, al menos, pontificado.
Por ello, mi propósito de plasmar en unas cuartillas lo que del mito del toro he conocido, viene motivado por la curiosidad que despertó en mí ese segundo párrafo de Ortega sobre la existencia de las Fiestas de toros en nuestra Península desde hace tres milenios. Intentar comprobar vagamente si existieron fiestas de toros en tan lejanas fechas, identificadas como tales, nos retrotrae, si consideramos que tal afirmación fue pronunciada hacia 1.950, nada más y nada menos que hacia el año 1.050 a.C. aproximadamente, cuando apenas llevaba fundada unos 30 años la ciudad de Cádiz, la Gadir de los fenicios.
Entrar a escudriñar en ese milenio lo que de fiesta taurina o táurica pudiésemos encontrar, a fin de documentar si fuese posible lo que de cierto tenía la afirmación del renombrado filósofo, es adentrarse en un volcán de sucesivas y permanentes explosiones culturales, que proliferaron e inundaron los países ribereños o cercanos al “Mare Nostrum”, donde los avatares sociales, culturales, religiosos e históricos se sucedían a velocidades vertiginosas y por ende, tarea cargada de un sin fin de dificultades que hacen del intento un camino dificultoso en extremo.
Otro motivo que justifica el propósito de recorrer los mundos del toro, en épocas tan tempranas de la humanidad y en donde habría de encontrarme con “demasiada cultura” -expresión de un erudito aficionado y mejor amigo, el Dr. Salas Moreno, al pedirle su parecer sobre semejante empresa-, viene dado por las encíclicas condenatorias a la fiesta de toros promulgadas por los Papas a lo largo del s.XVI y siguientes. En ellas se condenaba e intentaba prohibir dichas fiestas con variados argumentos, llegando incluso a "amenazar de excomunión" a quienes participasen en ellas e incluso "se les denegara sepultura cristiana" a aquellos que muriesen por asta de toro, en una de aquellas diversiones de pagano ancestro.
Otro tanto podemos encontrar en las renombradas Partidas del rey Alfonso X el Sabio(1221-1284), al legislar en el Título VII, Ley 5º:”De los hijos que el padre puede desheredar.” Se llegaba a autorizar a los padres a desheredar a sus hijos, considerándolos infames, por torear mediante remuneración o estipendio. En la Partida I, título V, Ley LVII, se prohibía a los prelados asistir a los cosos, disponiendo para ello que los eclesiásticos “non deven yr a ver juegos,... assí como alanzar, o bohordar, o lidiar los toros, o otras bestias bravas nin yr a ver los que lidian”, y en caso de infracción quedasen “vedados de su oficio por tres años”.(1)
Sobre la participación de los eclesiásticos en "correr toros", véase mi artículo "Curas Toreros", de próxima aparición.
Mas Alfonso X no fué de los primeros en establecer ciertas restricciones y así encontramos que Alfonso I el Batallador (1104-1134) en el Fuero de Tudela de 1.122, en su disposición 293 señala castigo para “quienes llevaren vaca, buey o toro atado, y maliciosamente hicieran flox o soltura, determinante de daño o escarnio”.(2)
Poco tiempo después y para evitar los males y peligros a que podían estar expuestas las personas de las poblaciones donde se corrían toros, se optó por realizarlas en lugares o recintos vallados, a fin de tener las máximas garantías de seguridad, como podemos observar que ocurrió en determinados sitios. Un ejemplo de lo anterior se pone de manifiesto en el Fuero de Zamora, 1276 que dice:”Defendemos que nenguno non sea osado de correr toro nen vaca brava enno cuerpo de la villa, se non en aquel lugar que fué puesto que dizen Sancta Altana; a ahí cierren bien que non salga a fazer danno. E se por aventura salir, mátelo para que non faga danno”.(2)
Los “juegos de toros” fueron catalogados por muchos moralistas y teólogos como dimanantes de los “ludi” romanos, y hasta comparados con juegos y espectáculos circenses y por tanto era cosa profana y condenable desde el punto de vista cristiano.
No obstante, las gentes del pueblo pensaban que haciendo un voto de esta categoría, se podía incluso aplacar a la Divinidad, como ocurrió en el concejo de Roa en 1.374, que se conserva entre los manuscritos del Monasterio de Silos: “A 4 de Enero del año del nacimiento 1.374 se obligó el concejo de Roa (por una pestilencia de que Dios les había librado), facemos et prometemos voto a Dios... de dar e pagar en cada anno para siempre jamás mil i quinientos maravedís desta moneda usual, que facen diez dineros el maravedí. E que paguen... todos cavalleros, escuderos dueñas e doncellas, fijosdalgo, legos, clérigos, indios i moros desta dicha villa. E que destos dichos mil i quinientos maravedís sean comprados quatro toros y que sean corridos y dados por amor de Dios, los dos toros el día de Corpore Cristi. E que dichos toros fagamos dar cocidos a los envergoñados i pobres... con pan i vino...” (3)
Los percances que ocurrían en aquellos festejos desorganizados de "correr toros", eran tan frecuentes que, como es indudable, producían una preocupación en el pueblo en general y en las propias Autoridades locales y nacionales. Así en 1555 las Cortes de Valladolid se dirigen al rey diciéndole: “otrosí decimos, que por experiencia se ha entendido que, con correr toros en estos reinos, se da ocasión a que muchos mueran en mucho peligro de su salvación, o suceden otros inconvenientes dignos de remedio. Suplicamos a Vuestra Majestad provea se mande que de aquí en adelante no se corran; mas, en lugar de estas fiestas, se introduzcan ejercicios militares, en que los subditos de Vuestra Majestad se hagan más hábiles para le servir”.
Esas pretensiones de prohibir las fiestas de "correr toros" podían producir, por lo arraigadas en las costumbres populares, cierto rechazo, animadversión o antipatía hacia la nobleza que llevaron a sopesar el asunto en la decisión real. Debido a ello respondió el Monarca, Carlos V (1516-1556), : “...que en cuanto al daño que los toros que se corren hacen, los corregidores e justicias provean y prevengan de manera que aquél se excuse en cuanto se pudiere, y en cuanto del correr de los dichos toros, esto es una antigua y muy general costumbre en estos nuestros reinos, e para la quitar será menester más mirar en ello y ansí por agora no conviene se haga nada”. (3)
Sin ánimo de ser más exhaustivo, no seguiremos abundando con más ejemplos en esta parte introductiva, aunque más adelante nos referiremos a ello con más detalle. No obstante diremos que los impedimentos y prohibiciones de los Borbones ilustrados, nada pudieron hacer contra una de las costumbres más incardinadas y arraigadas, a lo largo de tantos siglos, en el pueblo español.
Causas hay que siguen provocando incógnitas, en un principio inexplicables, que es menester averiguar todo lo posible sobre este mito táurico. La analogía que se hace sobre la fiesta de los toros con lo solar, la esvástica o los arcanos del número tres, en donde el sol y la sombra, los tres tercios de la lidia, la vida y la muerte, el drama y la tragedia están siempre presentes, son elementos suficientes para provocar la curiosidad de todo aquel que “quiera explicarse su origen, su desarrollo, su porvenir, las fuerzas y resortes que lo engendraron y lo han sostenido...”, al decir de Ortega.
Esas tres cuestiones, arcanas como el número, arcanas como los tercios de la lidia, los tres matadores con sus tres banderilleros o los tres avisos etc., que conducen en la fiesta de los toros al sacrificio del tótem y por tanto implicasen misterios, con reminiscencias religiosas helio-táuricas ancestrales, que pudieran ser la causa o el origen de aquellas prohibiciones Papales y otras, antes mencionadas, y por ende a los orígenes ancestrales de la mitificación del toro, son causas más que suficientes para estimular cualquier inquietud por desvelar el misterio.
Una última motivación de la plasmación de estos datos en unas cuartillas, no es solo la de dejar constancia de unos conocimientos que pudiera haber adquirido, tras la lectura de varias decenas de obras sobre la materia, ni la pretensión de recibir algún encomio con que alimentar la propia vanidad, siempre presente en el ser humano, sino más bien por una especie de desconfianza propia ya que, de no hacerlo, estoy seguro que en la corta distancia de poco tiempo, mi memoria no tendría, tal vez, la generosidad de revertirme, en el momento que se lo solicitase, aquel dato, aquel relato, cuento o pasaje de entre ese cúmulo de informaciones que pacientemente le he ido suministrando.
Así pues, si convenimos con lo que afirma Angelo Brelich al referirse a ciertas disciplinas científicas que investigan los orígenes de fenómenos y se esfuerzan en explicarlos, sostiene que:”...el Mito no explica nada, se limita a narrar”(4). Por ello, lo que expongo a continuación, se limita solamente a narrar lo que de los mitos he conocido, dentro de las distintas culturas o religiones por las que me he atrevido y he tenido la suerte de deambular y disfrutar, en ese viaje de lecturas y leyendas.
A fin de seguir de algún modo un tipo de orden, me propongo relatar lo conocido siguiendo un itinerario geográfico, aunque no sigamos la consiguiente cronología histórica entre los relatos de unas zonas y otras, ya que más bien nos detendremos en cada zona geográfica para conocer de cerca los avatares en los que estuvo involucrado, cultural o cultualmente, nuestro “bos primigenium”.
Por ello y haciendo caso a D. Miguel de Unamuno, comenzaremos desde esa etapa cavernaria, aunque solo sea someramente, para después realizar el verdadero recorrido desde las primeras sociedades organizadas de la humanidad, asentadas en Mesopotamia entre los ríos Tigris y Éufrates, donde al parecer y según la Biblia se hallaba el Paraíso terrenal. Saliendo del idílico Edén, sin que ningún ángel exterminador, léase Kerubín (del sumerio Kerub), nos expulse ni castigue, nos dirigiremos a la Persia zoroástrica y védica, para proseguir a la mítica y mística India, así como hacer un pequeño escarceo a la misteriosa China o las islas de Indonesia. Desde allí y atravesando el Indico, o mar Eritreo, conoceremos algunas costumbres de Madagascar, desde donde nos trasladaremos y recorreremos el río más largo del mundo, el padre Nilo, donde desvelaremos el trato que se le dio al toro entre las culturas nilóticas y en la tierra de dioses, faraones y pirámides.
Una vez recorrido el país de los faraones, nos infiltraremos entre las gentes del Éxodo israelita hasta llegar a la “Tierra prometida”, para conocer de cerca al pueblo de Israel. Subiremos por el curso del Jordán y a través de Tiro y Sidón y siguiendo el curso del Orontes, bautizado como “río rebelde” por los árabes, descubriremos el país de la púrpura, topónimo con el que se conocía al país de los fenicios. Desde esa nación de los sidonios (Fenicia), seguiremos la ruta de las caravanas a través de Ebla y Alepo para introducirnos en los legendarios reinos de Asiria y Mitani, en el curso alto del Tigris y el Éufrates. Atravesaremos la cordillera del Tauro, modernamente subdividida en montes Tauros y cordillera del Antitauro, conocida entre los turcos como “la cordillera de los cien toros”, visitaremos al guerrero pueblo Hitita, de Anatolia, donde tomaremos la nave que, tras apacible singladura, espero, nos acerque a la mítica Creta, donde las mujeres jugaban al toro.
De ahí y siguiendo las corrientes micénicas, arribaremos en la culta Grecia, cuna de la mitología occidental, desde la que, pasando por el Imperio Romano, amarraremos la nave en nuestra tartésica y querida Iberia, donde ya sosegadamente escudriñaremos todas las influencias y préstamos culturales que nos han dejado los pueblos que nos visitaron y durante tantos siglos nos invadieron y dominaron.
Queda dicho, pues, que no hay más pretensiones que la de recopilar y reagrupar los innumerables datos que sobre el mito del toro he conocido, por lo que sin más aspiración que lo antes manifestado, solo me queda pedir benevolencia a quien pueda leer estas páginas, así como que pase por alto el análisis sobre la estructuración, la composición o la calidad narrativa de los capítulos que siguen a continuación. Me excuso de las imperfecciones que puedan encontrarse, de la simplicidad o pobreza de las cuestiones expresadas, de la monotonía o pesadez que pueda producir su lectura, a pesar de que mi intención, que sí he procurado, no ha sido esa.
PLACIDO GONZALEZ HERMOSO
BIBLIOGRAFÍA:
(1).- Julio Caro Baroja: “El Estío Festivo”
(2).- Luis del Campo: “La Iglesia y los Toros”
(3).- Padre J.Pereda, jesuíta.-”Los toros ante la iglesia y la moral”
(4).- Angelo Brelich, "Las Religiones antiguas", vol.I.-Ed. Siglo XXI

MITOLOGIA DEL TORO – I

En este trabajo que acabo de comenzar, me propongo ir relatando una serie de narraciones mitológicas, en forma de artículos, relacionados con el toro, en cuanto a su tratamiento por las distintas sociedades de la antigüedad, poniendo de manifiesto lo ancestral que, sin duda, es la cultura del toro.
Muchas opiniones se han escuchado, favorables y encontradas, sobre la veracidad y licitud de la titulación como fiesta cultural taurina. Como cualquier actividad humana, ésta fiesta, como otras, está sujeta a distintas interpretaciones y críticas que, cuando menos, es preciso tratar con un mínimo imprescindible y necesario de respeto, por cualquiera que exprese su opinión de la índole que sea, como práctica deontológica característica y deseable de toda sociedad civilizada, razonando los argumentos esgrimidos.
Partiendo de las premisas que nos han dejado los antropólogos, no puede negarse que "la cultura o civilización es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridas por el hombre en cuanto miembro de la sociedad", definición del nada sospechoso antropólogo inglés E.B. Tylor (1832-1917). (1)
Abundando en los conceptos justificativos de la cultura del toro, cabe afirmar, por evidente, que esta actividad humana es "una cultura de masas", que, gracias a los medios de comunicación, ha dejado de ser la antigua cultura de grupos a tener un carácter universal, pasando a ser un patrimonio de masas y no de élites, como en los tiempos feudales.
Desde los tiempos más remotos que podamos imaginar, el toro ha sido objeto de un culto zoolátrico que podemos asociarlos a los comienzos de las actividades cinegéticas del hombre primitivo.
Unamuno, en la primera estrofa de su loa a Altamira, nos remite a una época cavernaria donde nos sitúa, tal vez sin pretenderlo, en los comienzos tenebrosos del rito y el culto al toro, al decir:
"Cavernario bisonteo,
tenebroso rito mágico,
introito del culto trágico
que culmina en el toreo".

Lo que podríamos llamar "El primer libro gráfico de la Humanidad" nos ha legado numerosas imágenes de pinturas rupestres de animales y del toro en particular, que ponen de manifiesto la existencia de una especie de creencias primitivas. El cazador del Paleolítico superior o, cuando menos, del Neolítico temprano, creía en que todos los seres vivos estaban animados, o poseídos, de un espíritu potente y que los efectos del mismo podía ser modificado mediante rituales de magia. Es lo que se conoce como creencias o religiones animistas y en cuyos rituales, es lógico suponer, la utilización de fórmulas u objetos de carácter apotropaicos (del griego apotrepö=desviar) era algo habitual y corriente, con la intención de predisponer el espíritu del animal a favor del cazador, y conseguir que la futura cacería fuese menos peligrosa, más fácil y abundante.
PLACIDO GONZALEZ HERMOSO
Bibliografía:
(1) Nueva Enciclopedia Larousse, tomo 5, pag.2526

sábado, 13 de diciembre de 2008

DESJARRETAR LOS TOROS

Desjarretadera
Nuevamente traigo a la consideración de quienes lean mi blog, un par de acontecimientos de tiempos arcaicos, que por su curiosidad y venturosa desaparición de una de ellas, gustosamente brindo a continuación y en especial al Dr. Salas, “culpable de insuflar en mi”, la costumbre viciosa de escarbar en el pasado mítico de los toros y algo más... con el afecto que le profeso.
Una de las suertes utilizada desde épocas pretéritas en los festejos de toros para abatirlos, y que ha pasado a mejor vida, era la “media luna”, que consistía en un palo como el de la garrocha o vara de detener, que en uno de sus extremos llevaba colocada una media luna de acero cortante en su borde cóncavo.
El encargado de desjarretar se acercaba al toro por detrás, y de un golpe le cortaba los tendones de las patas traseras al toro.
 
Las armas que llevaban los guardias reales, llamados "Alabarderos" desde tiempos de Fernando el Católico, llamadas "alabardas" incorporaban como una de las tres utilidades, de dichas lanzas, una desjarretadera. (foto)  Esta bárbara suerte, de origen venatorio, era una práctica tan antigua y extendida, como, lo demuestran las referencias citadas en la Biblia, cuando Jacob (hacia 1.800 a.C.)antes de morir, al bendecir a sus hijos, le dice a dos de ellos: “Simeón y Leví son hienas, instrumentos de violencia son sus espadas... porque en su furor degollaron hombres y caprichosamente desjarretaron toros”.(Génesis, 49, 6)
En otro pasaje comprobamos que no solo se desjarretaban toros, como cuando los reyes del norte de Israel unidos en alianza marcharon contra Josué (sucesor de Moisés, hacia 1.200 a.C..), Yahvé dijo a Josué: “No los temas, porque mañana, a esta misma hora, yo te los daré traspasados delante de Israel: desjarretarás sus caballos y quemarás sus carros”. (Josué, 11, 6-7)
Alabarda con desjarretadera

En el pasaje no se citan los caballos que se desjarretaron, presumiendo fueron algunos cientos o miles, como ocurrió cuando David (1.015-975? ), venció a Hadadecer, rey de Soba: “Tomóle David mil setecientos caballeros y veinte mil infantes; desjarretó a todos los caballos de los carros de guerra, no dejando más cien tiros de carros..."(2Samuel, 8, 4-5) , total mínimo de 3.000 caballos aproximadamente, de los 3.400 de los carros, reservándose 400 caballos para los carros de tiro, a cuatro por carro.
Entiéndase que esa práctica, aunque bárbara, solo se daba con ocasión de las contiendas tribales que se sucedían con bastante frecuencia, ya que en la vida normal es reconfortante encontrar que códigos como el de Hammurabi (1.730-1.686 a.C.) penalizaba costumbres semejantes, como lo prueba su articulado, al igual que las Leyes Hititas (1.500-600 a.C) que en su artículo 74 establece: “Si alguno quiebra el cuerno o las patas de un buey, debe tomar a ese animal y dar al dueño del buey otro en buen estado”.
Entiéndase que, en pueblos agrícola-ganaderos, la pérdida de un animal tan valioso suponía perder parte de la hacienda. Por ello tanto babilonios como hititas, lo mismo que en las leyes mesiánicas, se dedicaron muchos artículos a la protección de los animales que eran de utilidad para el hombre.

Del libro de la montería de Argote de Molibna, Sevilla,1582

En los siglos XV y XVI, la media luna que usaban los cazadores, llamados cimarrones en las Indias occidentales, eran “garrochas largas de veinte palmos que en la punta tienen un arma de fierro, de hechura de media luna, de agudísimos filos, que llaman desjarretadera, con la cual, dichos cimarrones, acometen a las reses al tiempo que van huyendo, e hiriéndolas en las corvas de los pies, a los primeros botes las desjarretan”, según escribe un autor de la época.
En principio los que desjarretaban los toros, eran los esclavos moros, después fueron negros y mulatos, como refiere Lope de Vega en su Jerusalén: “...que en Castilla los esclavos hacen lo mismo con los toros bravos”.
Esta práctica infame servía de regocijo para muchos espectadores, quienes al toque de desjarrete, saltaban al ruedo armados con todo tipo de armas regodeándose en la masacre, como lo reseña D. Nicolás Fernández de Moratín, en su Carta histórica: “...y después tocaban a desjarrete, a cuyo son acometían al toro acompañados de perros; y unos le desjarretaban y otros le remataban con chuzos y a pinchazos con el estoque... sin esperarle y sin habilidad...”. Precísamente Goya pintó para ilustrar la "Carta histórica" de Moratín, doce litografías y precísamente la número doce corresponde al desjarrete de un toro.
(foto)

Grabado de Goya, nº 12
 Otro divertimento consistía en arrastrar los toros desjarretado vivo, como ocurrió en la plaza de Burgos, en tiempos de Felipe IV, con motivo del casamiento de Luis XIII de Francia (el del Cardenal Richeliu) con doña Ana de Austria, en 1.615, celebrándose una fiestas de toros, y en las mismas “se usaron cuatro mulas, no domadas, con sus cuerdas tirantes, y estando el otro desjarretado, las meten en el coso y amarran el toro, y como van huyendo de él, tiran tanto, que lo hacen saltar, y de esta manera, regocijan mucho a la gente, y pareció muy bien como cosa nunca vista”.
Una de las últimas veces que se tiene noticia de que a un diestro le sacaron la media luna, en una corrida, fue a Cayetano Sanz en la plaza de Madrid, el 9 de mayo de 1.861, alternando con Julián Casas y El Tato, con tres toros de Agustín Salido y otros tres de Cúhares y Santiago Martínez. El boletín de Loterías y toros dice del torero: “Cayetano Sanz, después de once pases naturales, tres más con la derecha, dos por encima de la cabeza y uno de pecho, dio una corta y delantera a volapié, una en los cuernos, otra baja y delantera a volapié, otra lo mismo, otra igual, otra al aire, otra corta a volapié, en que le descordó y tres estocadas arrancando, saliendo la media luna...”. Total diez estocadas
Tras este rosario de pinchazos, no sabemos que era más desagradable y repulsivo, si la media luna o el recital del señor Cayetano.
La Lidia, 21-Octubre-1.895

Tras su abolición, aún permaneció la obligación de mostrar al público la media luna y estaba recogida en varios reglamentos de la época, como lo reflejan los de las plazas de Madrid, Barcelona y Puerto de Santa María, entre otras, aprobados en 1.880, estableciendo en su articulado la obligación, del empresario de la plaza, de proveer al menos una media luna y que la autoridad: “transcurridos quince minutos, hará una señal el Presidente y el toque de un clarín anunciará haber pasado dicho tiempo y servirá para que el espada se retire al estribo, y que el puntillero saque y muestre al público desde el callejón la media luna para ludibrio (escarnio) del espada, pero no hará uso de ella por ser este un acto repugnante”.

PLACIDO GONZALEZ HERMOSO

CURIOSIDADES - LA PUNTILLA

La puntilla, llamada también cachete, cuyo uso y utilidad todos conocemos, era usada desde épocas tan antiguas como podéis comprobar a continuación:
El filosofo Platón, quien por cierto era un gran comedor de higos, en su obra “El Kritías”, nos describe la forma que tenían los reyes de la Atlántida para abatir al toro, cuando lo inmolaban a Poseidón: “...cuando debían tratar de cuestiones jurídicas se daban pruebas de fidelidad en la siguiente forma: Soltaban los toros en el recinto consagrado a Poseidón (el Heraklion)... después de suplicar al dios que les permitiese capturar la victima que le pareciera más grata, sin armas de hierro, le daban caza con garrotes y lazos. Arrimaban a la columna el toro apresado y lo ejecutaban en su cima como estaba prescrito... Después de terminar el sacrificio y consagrar todas las partes del toro, llenaban de sangre una crátera y se rociaban uno a uno con unas gotas de ella... A continuación, sacando alguna sangre de la crátera con copas de oro... bebían la sangre y depositaban la copa como exvoto en el santuario del dios...”
Otra referencia de apuntillar los toros, la encontramos en el “Poema de Gilgämesh” (hacia 2.600 a.C.),, considerado el primer poema épico de la humanidad, se describe la escena en que el héroe y su amigo Enkidu luchan contra el toro que les envió la diosa Isthar, para vengarse de Gilgämesh, por haberla desairado y no acceder a sus requiebros amorosos: “...¡Amigo mío, he visto el medio de abatir al toro, y nuestras fuerzas serán suficientes para vencerlo!, ¡Quiero arrancarle su corazón para ofrecérselo a Shamash!.Yo le voy a perseguir, lo cogeré por lo grueso de su cola y le retendré fuertemente sus dos pezuñas, tu, por delante él, tú lo agarrarás y entre la cerviz, las astas y el crucero con tu puñal lo herirás de muerte”. (Columna IV, Tablilla VI del Texto Asirio) (foto 1)
El poema sigue describiendo la lucha, muerte y descuartizamiento del toro. Enkidu tomó las partes del animal y las arrojó con burla a la cara de la diosa. Como es natural, semejante agravio no podía quedar sin castigo, y la diosa le envía una enfermedad muy dolorosa, de la que fallece a los trece días.
Ya en épocas más cercanas, sabemos que la práctica de apuntillar los toros era una habilidad de aquellos diestros del s. XVIII que practicaban la suerte de montar los toros, como podemos ver en la tauromaquia de Goya practicada por Cevallos, o la ejecutada Ramón de Rozas “El Indio”, natural de Veracruz, del reino de Nueva España, el día de su presentación en Madrid el 27 de septiembre de 1.784 en que “...montó al noveno toro, quebró rejones desde el mismo toro al siguiente; y matando luego con un puñal aquel en que iba montado...”. Cuentan las crónicas que el éxito fue tal que se recaudaron 20.000 reales más que la mayor recaudación alcanzada en las once corridas precedentes. (foto 2)
La habilidad del puntillero debe ser de una certeza máxima, en evitación de los males que ya conocemos, como marrar y levantar al toro, ¡Dios le valga! Con el consiguiente enfado de públicos y toreros. (foto 3)
A mediados del s.XIX, los había tan prácticos y atinados que, desde larga distancia, tiraban la puntilla y acertaban a descabellar al toro. ¿Sería cierto? Qui lo sá! Entre los más diestros que citan los revisteros de la época, figuraban José Díaz “el Mosca”, que perteneció a la cuadrilla de José Redondo “el Chiclanero”, o Manuel Bustamante “el Pulga” y Joaquín del Río “Alones”, entre otros.
Que algunos tomen nota para mejor lucimiento. Y así sea. ¡Amén!
Plácido González Hermoso

EPIGRAMAS-I

LA RETIRADA
El domingo en una grada
lamentaba doña Cleta
que cierto célebre espada
se cortase la coleta
al final de temporada.
-¡Pues bueno se va a quedar!
(se oyó cerca murmurar)
¡Haría muy mal! Yo creo
que aunque abandone el toreo
no se la debe cortar.
(La Lidia, probablemente se refería a Guerrita)

SABER SIN ESTUDIAR
Admirose un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños de Francia
supiesen hablar francés.
“Arte diabólica es”,
dijo, torciendo el mostacho,
“que para hablar en gabacho
un hidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho”.
Nicolás Fernández de Moratín (s. XVIII)

LAS QUE PONEN LOS CUERNOS
Diana, cazadora y diosa
en ciervo a Acteón convirtió,
con venganza rigurosa
porque en el baño la vio.
Los que contemplen sus astas
podrán decir con razón,
si ponen cuernos las castas
qué harán las que no lo son?.
(Semanario Pintoresco Español, 1842)

LAS LARGAS
Luisa y su novio Miguel,
que dilata el muy cruel
el ir a la Vicaría,
fueron a la plaza un día
convidada ella por él.
Las largas de Lagartijo
Miguel iba celebrando,
y Luisa escamada dijo:
-Oye, para largas, hijo,
las que tú al tiempo estás dando
(Manuel Núñez Matute)

BANDERILLERO
Una moza de salero
que en un tendido se hallaba
así a una amiga le hablaba
de cierto banderillero:
- Es un chico regular,
y en la brega fuerte y duro,
cuando él entra es par seguro:
nunca deja medio par.
(Mariano del Toro y Herrero, La Lidia 1887)

LA FAENA
Escuchando a su marido
discurrir con gran vehemencia
respecto a la inteligencia
de un matador conocido,
una hembra joven y guapa
dijo: -Viéndole en la suerte,
que es entendido se advierte,
porque se aprieta y empapa.
(Anónimo)


LA ESTOCADA
Yo comprendo muy bien –me dijo Asunta-
que cuando el bicho las dos piernas junta,
si el espada no da el golpe certero,
y carece de práctica y salero…
no le puede meter más que la punta.
(“El Toreo Chico, 1902”)