miércoles, 25 de marzo de 2009

LA SANGRE DEL TORO

Si curiosos pudieron parecer los datos que aporté al hablar de la carne del toro, de su utilización y consumo, de las creencias en torno a los poderes genésicos de la misma etc., no menos interesantes son también las creencias en los poderes purificadores o nocivos que se le atribuían a la sangre de los animales en general y a la del toro en particular, si esta era ingerida por el hombre.
No cabe duda que la sangre desempeñó un papel importante en los ritos sacrificiales con cualquier clase de víctimas. Ese líquido vital representaba la misma vida y estaba prohibido su consumo por mandato bíblico: ”… porque la vida de toda carne es la sangre; en la sangre está la vida. Por eso he mandado yo a los hijos de Israel: No comeréis la sangre de carne alguna, porque la vida de toda carne es la sangre; quien la comiere será borrado.”(1), al tiempo que se establecía, en el pacto que Dios realizó con Noé, sangrar las carnes antes de consumirlas: “Solamente os abstendréis de comer carne con su alma, es decir, su sangre...”(2), por tanto, todo aquel que comiese la carne sin sangrarla era reo de una serie de castigos o calamidades, que le serían enviadas por la divinidad.
A pesar de las amenazas bíblicas y de los males que podía acarrear su ingestión, la utilización de la sangre del toro estuvo rodeada de tantas significaciones y creencias como veremos a continuación.
Platón nos describe, en el “El Kritías”, la forma de utilizar la sangre del toro por los reyes de la Atlántida, cuando lo inmolaban al dios marino Poseidón a quien, por cierto, siempre se le inmolaban toros negros. Con la sangre del toro se rociaban entre ellos, a modo de ritual purificador y se impregnaba con ella una columna de oricalco colocada en el centro del templo de Pseidón –el Eraklión-, donde estaban escritas las leyes de la Atlántida: “... Después de terminar el sacrificio y consagrar todas las partes del toro, llenaban de sangre una crátera y se rociaban uno a uno con unas gotas de ella.. A continuación, sacando alguna sangre de la crátera con copas de oro... bebían la sangre y depositaban la copa como exvoto en el santuario del dios.”(3)

Uno de los diez reyes de la Atlántida, llamado Anthia, parece ser que vivió en Zamora, donde se halló una estatua del “domador de toros”, titulación con que se invocaba a Poseidón. (4)
En el rito del Taurobolio o sacrificio del toro, la sangre era el elemento esencial en los ritos de iniciación dedicados a los misterios de Atis-Cibeles (la de la fértil tierra y señora de las fieras) y al dios iranio Mitra. En ambos casos se incluía el bautismo del iniciado, o del sacerdote, con la sangre de un toro recién sacrificado.
El culto a Cibeles se introdujo en Roma hacia el 204 a.C., en tiempos del general Publio Cornelio Escipión “El Africano”(236-183 a.C.), cuando en su lucha contra Aníbal, al final de las guerras Púnicas, consultaron los libros sibilinos (eran unos libros mitológicos y proféticos de la antigua Roma) y éstos predijeron que Aníbal sería arrojado de Italia en cuanto trajeran el culto de Cibeles a Roma. (5)
En España fue introducido su culto de la mano del Emperador Augusto (Cayo Julio César Octavio, 63 a.C. 14 d.C.), quien sentía una especial veneración por Cibeles.
Según se cita en la biblioteca Celtiberia.net: “La aparición en el pasado año 2000, en la muralla de Barcino, de un relieve del dios Attis, y fechado en la primera mitad del siglo I d.C. por los especialistas, permite asegurar que el culto a Cibeles y a Attis está presente en la ciudad de Barcelona desde el mismo momento de su fundación por Augusto a finales del siglo I a.C.”.
El ritual lo realizaba el sacerdote oficiante, tal y como lo relata el poeta hispano Aurelio Prudencio (348-410 d.C. uno de los mejores poetas cristianos de la antigüedad) en su Peristephanon (Libro de las coronas de los mártires).
En el relato que dedica al Martirio de San Román nos describe el rito del Taurobolio de la siguiente manera: “El sumo sacerdote se oculta bajo tierra en una fosa preparada, para recibir su consagración en esas profundidades… ceñida su cabeza con el sagrado turbante… adornando su cabellera con corona de oro, ajustando la toga de seda a la manera gabia.
Con tablones de madera colocados sobre la fosa construyen una tarima escénica, que queda abierta por muchas partes…; inmediatamente hacen rendijas o agujerean la plataforma… con múltiples golpes de barrena… Allí conducen un toro enorme de frente fiera y erizada, atado con guirnaldas de flores por los lomos o en su cornamenta encadenada; brilla también el oro en la frente de la víctima y recubre su pelo el fulgor de láminas doradas.
Luego que han colocado ahí el animal que ha de ser inmolado, le abren el pecho con el cuchillo sagrado: la ancha herida vomita una oleada de sangre hirviente, y sobre las planchas del puente que hay debajo del toro se derrama un encendido torrente de sangre y expande su calor por todas partes.
Entonces, por los numerosos canales de las mil rendijas, el borbotón penetrante de la sangre llueve su podrida corriente, que recibe el sacerdote metido dentro de la fosa, exponiendo su cabeza sucia a todas las gotas, infestando su vestido y todo su cuerpo.
Más aún: levanta su rostro hacia arriba, ofrece sus mejillas al encuentro de la sangre… y hasta sus mismos ojos baña en ese líquido… Después que los otros sacerdotes han retirado de aquella plataforma el cadáver del toro… sale de la fosa el pontífice, horrible a la vista: muestra su cabeza chorreante… sus vendas empapadas y sus vestidos embriagados en sangre.
A este hombre manchado con tal contacto, ensuciado con la ponzoña del sacrificio que acaba de consumarse, lo aclaman todos y lo adoran de lejos, porque la sangre vil y el toro muerto lo han purificado mientras que se ocultaba en aquella horrible caverna
…”.(6)
En Mérida existía un templo dedicado al dios Mitra, del s.III a.C., ubicado debajo de la actual plaza de toros, donde se realizaban, como es notorio, los suntuosos y elaborados ritos del Taurobolio.

También existieron templos dedicados a la diosa frigia Cibeles en diversos puntos de nuestra geografía, como el de Carmona, Sevilla, conocido como la “Tumba del Elefante”, llamado así por haberse encontrado en dicho templo una figura de elefante, que es el símbolo de la longevidad. Este templo se encuentra en la necrópolis romana de este municipio sevillano, de unas dimensiones importantes, con 26 metros de longitud, el cual disponía de un patio, casi rectangular, de unos 150 metros cuadrados.
Contaba, además, con cocina, cámara doble y tres “triclinios”, que eran estancias dedicadas a la celebración de banquetes ceremoniales (donde los romanos celebraban una comida tradicional, en el aniversario de sus difuntos), así como el foso donde se introducía el sacerdote, o el neófito, para recibir la sangre del toro sacrificado, en el rito del Taurobolio.

La antigüedad del templo, se cree, se remonta a los tiempos del emperador Claudio (41-54 d.C.) o tal vez de fecha anterior.
Las reminiscencias de los cultos a Cibeles fueron absorbidos por el cristianismo mediante el sincretismo de danzas a la Virgen María, en los que los danzantes van vestidos con ropas femeniles, rememorando, de esta forma, a los “coribantes”, “gallus” o “gallis”, que eran sacerdotes eunucos que habían practicado la eviración o emasculación, imitando al amante de Cibeles (Atti, que había sido castrado por la diosa al haberle sido infiel), y en las ceremonias dedicadas al sacrificio de Atti se vestían con ropas femeniles. Para iniciarse en el culto como sacerdote de Cibeles, los novicios se castraban colectivamente con un cuchillo de pedernal y vestían ropas y se adornaban con abalorios de mujer (la castración fue prohibida en tiempos de Domiciano -81-96 d.C.- y sustituida por la muerte del toro). Este ceremonial se realizaba el día 24 de marzo, conocido como “Día de la Sangre”, ya que, como colofón final, se realizaba el sacrificio de la muerte del toro, en el rito del “Taurobolio”, bebiendo parte de su sangre.
Como ejemplos reminiscentes de sincretismos danzantes, en honor a la Virgen, podemos citar los que se practican en Villafrades (Valladolid) en honor de la Virgen de Grijasalbas; o los que bailan ante la Virgen de Tejeda, en Villa de Moya (Cuenca); los de la Virgen de la Natividad de Méntrida (Toledo); los de la Virgen del Arrabal, de Laguna de Negrillos(León) o para finalizar los danzantes con zancos de Anguiano (La Rioja), en honor de de Santa María Magdalena, y en más de, al menos, una docena de pueblos de nuestra geografía.
Tanto los cultos a Mitra como a Cibeles, parece ser, fueron prohibidos definitivamente por el XVII Concilio de Toledo del año 694, convocado por el rey visigodo Égica (padre de Witiza) y presidido por el obispo de Toledo Sisberto.
El escritor Plinio el Viejo (23-79 d.C.), relata, en su "Historia Natural", que en Grecia y Roma se utilizaba la sangre del toro, a la vez, como veneno y como reconstituyente y también que: ”...la sangre de un toro negro y bravo, restregada en los riñones de una mujer, provocaba en ésta una excitación especial...”. Ojo! ¡Que a nadie se le ocurra hacer experimentos, por favor!.
Puestos a dar remedios, este mismo autor nos describe también un sacrificio del druidismo asociado con la curación de la esterilidad: “... el sexto día de luna, los druidas subían a un roble sagrado y cortaban una rama de muérdago, usando para ello una “hoz dorada” (probablemente de bronce dorado), cogiendo la rama con un manto blanco. Después, sacrificaban dos toros blancos”. La creencia era que cuando se mezclaba el muérdago con la sangre de los toros sacrificados, la ingestión de la pócima curaba la esterilidad.(7)
En Egipto usaban un remedio para hacer desaparecer el emblanquecimiento de los cabellos, la famosas canas, y se conseguía mediante una pócima con la ”sangre de un buey negro, mezclarla con aceite y untar la cabeza”, descrito en el Papiro médico de Ebers. Al parecer creían que las propiedades de un individuo estaban contenidas en su sangre. Por ello el color negro del buey podía transmitir estas cualidades, a través de su sangre, a los cabellos del hombre.(8)
El geógrafo Pausanias (s.II d.C.) relata, en su “Descripción de Grecia”, que la sacerdotisa de la diosa Gea (la Tierra, entre los griegos), antes de penetrar en la cueva divina para profetizar, bebía ante los fieles cálices con sangre de toro, como prueba ordálica de su castidad, demostrando con ello que era invulnerable ante las tentaciones sexuales.(9)
Otra modalidad del uso dado a la sangre de los toros, la encontramos en el rito del juramento de los siete caudillos aliados contra Tebas, descrito por Esquilo (525-456 a.C.), en cuya ceremonia hundían las manos en la sangre de un toro, recogida dentro del hueco de un escudo. (10)
Las referencias que podemos encontrar en la Biblia sobre el uso dado a la sangre de las víctimas sacrificadas son innumerables y van desde la consagración del altar: “ Moisés lo degolló y tomando la sangre del novillo, untó con su dedo los cuernos del altar todo en torno, y lo purificó, derramando la sangre al pié del altar, y lo consagró para hacer sobre él el sacrificio expiatorio...”, o su utilización para la unción sacerdotal “...Luego tomó sangre y untó el lóbulo de la oreja derecha de Arón, el pulgar de su mano derecha y el de su pié derecho... Tomó Moisés el óleo de la unción y sangre de la que había en el altar, aspergió a Arón y sus vestiduras y a los hijos de Arón y sus vestiduras, consagrándolos”(11), o también usándola como símbolo de alianza: “Moisés pidió a algunos jóvenes que inmolaran toros... Tomó Moisés la mitad de la sangre, poniéndola en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar,... Tomó él la sangre y asperjó al pueblo diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que hace con vosotros Yahveh sobre todos estos preceptos.”(12). Nótese el paralelismo entre estos pasajes y el relatado por Platón en el Kritías, con la variante de que en vez de derramar la sangre sobre el altar, los reyes de la Atlántida lo hacían sobre la columna de oricalco del templo de Poseidón.
Otra variante es la creencia en el aspecto purificador o lustral de la sangre de los toros sacrificados, que aún se mantenía al comienzo de nuestra Era, entre los judíos, lo descubrimos en la epístola de San Pablo a los Hebreos: “ Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la aspersión de la ceniza de la vaca santifica a los inmundos y les da la limpieza de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo...!”(13), y más adelante, en la misma epístola, dice el apóstol: “…Pero en esos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados, por ser imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos borre los pecados”(14). En realidad lo que hace San Pablo, en esa epístola, no es ensalzar precisamente las virtudes de la sangre del toro, sino condenar antiguas creencias ya en desuso, aunque pone de manifiesto la existencia y permanencia, aún, de dichas costumbres entre los gentiles y las rechaza con rotundidad.
En los pasajes anteriores de la unción de Arón y sus hijos como sacerdotes, asperjando la sangre sobre sus vestiduras, al igual que lo hacían los reyes de la Atlántida rociándose con la sangre del toro de Poseidón, se puede presumir, al menos, una cierta semejanza entre esos rituales y los realizados en las ceremonias de los taurobolios, en los que el sacerdote, o el neófito en el rito de iniciación, salen materialmente regados con la sangre del toro sacrificado y por tanto purificados con ese bautismo lustral y cruento. Los iniciados por este ritual, mediante el bautismo de la sangre purificadora, se beneficiaban con la inmortalidad.
Otra tradición de los aspectos lustrales de la sangre del toro y transmisora de los aspectos genésicos del animal, la encontramos en la costumbre encuadrada en los ritos del toro nupcial, que se desarrollaron en muchas partes de la geografía norteña extremeña hasta épocas cercanas del siglo XIX. La pervivencia de este ritual es bastante antiguo pues lo encontramos ya recogido en una de las Cantigas de Santa María, de Alfonso X El Sabio.
El acto central del ceremonial consistía en retirar un toro del matadero, dos días antes de los esponsales y enmaromado por los cuernos era conducido a la casa de la novia. Durante el trayecto, el novio lo toreaba con su capa o con una sábana del ajuar de los novios, con mejor o peor fortuna, procurando rozar por el lomo o los cuernos del toro dichas prendas. Mientras, llegaba la comitiva a la casa de la novia y el burel era atado a la reja de la ventana. La novia entregaba al novio unas banderillas, ricamente engalanadas, para que se las clavase al toro y manase la sangre lustral. Luego debía procurar impregnar la capa o la sábana del ajuar en la sangre del animal, en la creencia de que, esa impregnación sanguínea, transmitiría los poderes genésicos del toro a los desposados, cuando entraran en contacto con esas prendas, asegurando de este modo la fecundidad de la pareja. (15)
Otra variante, con reminiscencias en las creencias sobre la magia de la sangre táurica, la encontramos en el pueblo leonés del Rebollar, donde se sigue practicando una costumbre de carácter ancestral, el día siguiente de San Blas (Sa Blasín, como le llaman), donde los mozos fingen matar de un tiro a un simulacro de toro, constituido por dos hombres disfrazados. Después del sacrificio todos beben grandes cantidades de vino que aseguran es la sangre del animal muerto.(16) Es probable que este acto de libación conserve alguna reminiscencia de aquellas taurofagias rituales de la antigüedad, que se practicaban en los ritos dionisíacos.
El bigotudo, anti-taurino y anti-flamenquista Eugenio Noel, en su libro “Las Capeas” relata, con una prosa repulsiva y nauseabunda, cómo niños, mujeres y viejos, necesitados e indigentes, formaban cola ante el maloliente matadero municipal de Madrid, a principios del s.XX, para recoger alguna porción de sangre de toro que repartían diariamente, casi como único alimento reconstituyente para sobrellevar o matar el hambre.(17)
En el mitraísmo, era creencia general que las vides, las uvas y por tanto el vino, habían surgido de la sangre del toro, cuando fue sacrificado por el dios Mitra.(18)
Por tanto, no es de extrañar la existencia de ciertos ritos agrarios en la antigüedad, circunscritos al “creciente fértil” y las riberas del Mediterráneo, que consistían en rociar los sembrados con sangre de toro, en la creencia de aumentar la fertilidad de los sembrados. Puede que no exista nexo alguno aparente, pero parecida costumbre se sigue practicando en la actualidad entre los pueblos andinos, quienes derraman en los campos de labor sangre de las Llamas, al tiempo que invocan a la “Pacha Mama”(la madre tierra) para que aumente la fertilidad de sus campos.
En general el ganado bovino era considerado como los animales propicios para las ofrendas a los dioses, no solo por su valor económico, sino por ser la víctima sacrificial de mayor valor cultual, por la simbología que representaba de energía, virilidad y poder fecundante.
Por ello, en el mundo romano, eran los animales favoritos para ofrecerlos a Júpiter y a la “Tellus Mater”(una diosa que personificaba la Tierra) en los ritos agrarios o de fecundidad de los campos, como ocurría en los ritos llamados “Fordicidia” u “Hordicidia”(de fordus u ordus, “vaca preñada”), dedicados a ésta diosa. Se celebraban hacia el 15 de abril para asegurar la fecundidad de los campos y la abundancia de las cosechas, sacrificando vacas preñadas.
Flores Arroyuelo nos describe una leyenda que se remonta en el tiempo al reinado de Numa-Pompilio (2º rey de Roma 715-672 a.C., sustituyó a Rómulo): “…la ninfa Egeria (diosa romana de las fuentes y los partos), oráculo de Faunus (un dios que había promovido la agricultura y la cría de ganado entre los hombres), reveló a Numa el remedio para poner fin a años de penuria y pobreza, consistente en el sacrificio de una vaca preñada cuya sangre debía regar la tierra para fertilizarla. Éste se llevaba a cabo en cada una de las treinta curias (lugares de reunión) en que estaba dividida Roma, y en una época como era la primavera en que los rebaños estaban preñados y en la tierra germinaban las semillas, y en un acto que podemos comprender como mágico-simpático por el que “a la tierra fecunda se le ofrecía una víctima fecunda”, dentro de una ceremonia que se celebraba con gran solemnidad en el Capitolio o “ciudadela de Júpiter”, con los pontífices (Pontifex Máximus) como oficiantes en la primera parte en que se llevaba a cabo la inmolación del animal y la extracción del ternero de las entrañas maternas que, mientras se celebraba el banquete por los fieles en que se comían los trozos de la carne cocida del animal, era ofrecido a las vestales para que en una segunda parte, la de mayor edad entre ellas, lo quemase en el hogar del templo de Vesta hasta reducirlo a cenizas...”. Las vestales (sacerdotisas de la diosa del hogar Vesta), guardaban las cenizas de los terneros nonatos sacrificados, hasta la llegada del festival de la Parilia (fiestas conmemorativas de la fundación de Roma), donde se usaban para realizar purificaciones a los asistentes.(6)
A este respecto los partidarios del origen religioso de las corridas de toros, se basaban en ciertos ritos agrarios existentes en una vasta área histórico-cultural, desde el Japón a Madagascar, que “consiste en hacer luchar dos toros entre sí y sacrificar al vencedor, o sencillamente en sacrificar toros en primavera, siempre con la finalidad mágico-religiosa de vigorizar los sembrados con sangre de los toros”.(10)
Una costumbre original la encontramos, en la actualidad, en el pueblo zamorano de Benavente, donde se celebra la “Fiesta del Toro” el día del “Corpus Christi”, donde tras correr el toro enmaromado y después de ser sacrificado y descuartizado el animal, las jóvenes llamadas “Corredoras del toro”, manchan sus zapatillas en la sangre del animal, como remembranza de las ofrendas sanguíneas que exigía Diana a sus sacerdotes y Nereidas, y la carne se reparte entre las y los jóvenes benaventanos. Este ritual, al parecer, hunde sus raíces en los antiguos ritos dionisíacos. “Se cuenta (según nota marginal del autor de la “Mitología ibérica”), que esta fiesta fue importada de tierras portuguesas: una condesa, a la que un toro le había matado un hijo, regalaba todos los años un toro para que fuera enmaromado y muerto”. (4)
Una leyenda, parecida a la portuguesa, es la que dio origen al “toro de San Juan”, en Coria (Cáceres), con la variante de que cada año, por orden de la condesa, debía ser sacrificado un mozo que se escogía por sorteo entre los que alcanzaban la pubertad, hasta que fue sustituido por un toro, cuyo ritual ya fue descrito en el artículo sobre "La carne del toro-I". En esta fiesta, cuando el animal es sacrificado, los mozos manchan sus alpargatas en la sangre del toro, en la creencia de que el contacto con la sangre táurica proporciona la fuerza y el poder fecundador y por tanto supone una garantía de fertilidad para la pareja.(6)
Mas no todas las cualidades de la sangre del toro eran beneficiosas ni de signo positivo como acabamos de ver y por ello no podían faltar algunos ejemplos de los aspectos nocivos y peligrosos de la sangre, como veremos a continuación.
La ingestión de la sangre como bebida era considerada, en la antigüedad, como acto sacrílego, tal y como se penalizaba en la Biblia, expuesto anteriormente.
En el mundo de la Grecia clásica, existía la creencia de que la sangre del toro era un veneno mortal para el hombre, como se pone de manifiesto en un relato en el que Esón (padre de Jasón y hermanastro de Pelias, rey de Yolco, Tesalia), se suicidó bebiendo la sangre de un toro, antes de que lo matase su hermanastro Pelias.
También Heródoto asegura que el faraón Psamético III (526-525 a.C. de la XXVI dinastía), fue obligado por el rey persa Cambises I (528-521 a.C. hijo de Ciro II “El Grande”, el fundador del imperio persa de los “aqueménidas”) a beber sangre de toro hasta morir. O el caso de Temístocles (525-460 a.C. militar y estadista griego, figura clave en las Guerras Médicas y vencedor en la batalla de Salamina), murió, según una leyenda, por abusar de la ingestión de sangre de toro, aunque en la tradición griega se decía que se envenenó, de esa forma, para no ayudar al rey de Persia Artajerjes I (465-424 a.C.), donde se había refugiado, a atacar a su patria y al ser implicado en la traición de Pausanias. (16)
Lo mismo dicen que le ocurrió a nuestro rey Fernando el Católico. Según una leyenda se aseguraba que murió, cuando se dirigía a Guadalupe (Murió el 23 de Enero de 1516 en Madrigalejo, Cáceres, cuando iba a asistir al capítulo de las órdenes de Calatrava y Alcántara en el Monasterio de Guadalupe), de una indigestión al beber la sangre de algún cárdeno o negro zaíno toro, aunque otra versión afirmaba que fue por darse un atracón de criadillas de este animal.(9)
Un autor folklorista del s.XVI, Pero Mexía, se extrañaba de que semejantes creencias tuviesen justificación racional alguna, cuando dice: ”...cómo la sangre de toro bebida mata, y qué natural razón hay desto, y de algunos que se mataron con ella, y de qué manera no mata y quién fue el primero que domó toros, y los corrió por fiestas y otros al mismo propósito...”.(19)
Para finalizar, reparen en esta trova popular que circulaba entre las gentes de la Villa y Corte, de mediados del s.XVII, que, curiosamente, cantaba las excelencias del agua y de la sangre del toro:

Agua de San Isidro
cura las calenturas;
sangre de Toro joven
buenas piernas procura
.”

Muchos más ejemplos podíamos traer aquí para mayor abundamiento, mas por ahora creo es suficiente.
Plácido González Hermoso.
BIBLIOGRAFIA1.- Lev. 17, 14-15
2.- Gen. 9, 4-5
3.- Antonio García Bellido, “Veinticinco estampas de la España Antigua”, Colecc. Austral-A-181
4.- Maclug d’Obrheravt, “Mitología Ibérica”.
5.- Antonio Blanco Freijeiro, “Documentos metroacos de Hispania”.
6.- F.Flores Arroyuelo, “Del toro en la antigüedad”; y Juan Posada, reportaje en Atena Semanal.
7.- Miranda Jane Gree, “Mitos Celtas”. Edicc. AKAL
8.- Revista MUY ESPECIAL, nº 33, enero-febrero 1.998
9.- Fernando Sánchez Dragó, “Volapié, Toros y Tauromagia”
10.- Angel Alvarez de Miranda.-”Ritos y juegos del Toro”.
11.- Lev. 8, 15-16
12.- Exodo, 24, 5-9
13.- Hebreos, 9, 13-14
14.- Hebreos, 10, 3-5
15.- Fco. Flores Arroyuelo, “Correr los toros en España”
16.- Cristina Delgado Linacero.- “El toro en el Mediterráneo”
17.- Eugenio Noel, “Las Capeas y otros escritos antitaurinos”
18.- José María González Estéfani, revista “EL TORO”, 1.966.- Club Taurino
19.-Pero Mexía,“Silva de varia lección”,2ª parte, capítulo XXIV, publicada en 1542

viernes, 20 de marzo de 2009

LA CARNE DEL TORO y II

Como continuación al artículo anterior sobre este tema, muchas fueron las formas, tratamientos y creencias que al respecto se dieron, por todas las riberas del Mediterráneo, sobre las excelencias de la carne del toro, cuyas cualidades terapéuticas o genésicas conformaron un crisol de creencias o supersticiones.
Lo extenso del contenido, y el procurar que los artículos no sean excesivamente largos, evitando con ello el cansancio del lector, me obligó a dividir el tema, dejando para esta segunda parte lo referente al consumo comunal de la carne del toro en nuestra Península, cuyas costumbres se encuadran en los ritos conocidos como “Caridades” y circunscritos a celebraciones religiosas, aunque algunos ejemplos ya se han adelantado.
En los pueblos hispanos se emplearon largos asadores metálicos y grandes calderos para realizar los banquetes comunales. Algunos de estos recipientes solían tener una leyenda grabada de diverso contenido, y de variopintas significaciones, de posibles influencias indo-europea.
En España en general la carne, del toro sacrificado, era costumbre consumirla en un banquete ritual y con parecida liturgia a la empleada por los diversos pueblos del Mediterráneo. Estas comidas, en principio, estaban destinadas a los pobres del lugar, lo que se conocía como “Caridades”, aunque posteriormente se extendieron a todos los asistentes al ceremonial.
El Diccionario de Autoridades, de 1.726, dice al respecto que “ por Caridades vale también el refresco de pan, vino y queso que, en los lugares, se da a los pobres en las solemnidades de algunos santos por la cofradía que celebra la fiesta”.(1)
Los gastos que ocasionaban este tipo de actos estaban exentos de cualquier clase de gravámenes, tributos o arbitrios, como estipulaba la ley de la “Nueva Recopilación”, que expresamente establecía: ”Mandamos que los Comisarios de la Cruzada, o Composición, ni lleven, ni cobren cosa alguna de lo que algunos lugares o cofradías gastaban de sus bolsas en correr toros, o dar caridades, según que lo tienen de voto y de costumbre y mandamos que sobre ello se dan las provisiones necesarias, para que así se guarde y cumpla”. (libro I, título X, Ley IV, 1.850)(1)
A este respecto encontramos la descripción de un caso interesante de votos y “caridades” que se conserva entre los manuscritos del monasterio de Silos y por el que se obligó el concejo de Roa por una pestilencia de que Dios les había librado: “A 4 de Enero del año del nacimiento 1.374, facemos et prometemos voto a Dios... de dar e pagar en cada anno para siempre jamás mil i quinientos maravedís desta moneda usual, que facen diez dineros el maravedí. E que paguen... todos cavalleros, escuderos dueñas e doncellas, fijosdalgo, legos, clérigos, indios i moros desta dicha villa. E que destos dichos mil i quinientos maravedís sean comprados quatro toros y que sean corridos y dados por amor de Dios, los dos toros el día de Corpore Cristi. E que dichos toros fagamos dar cocidos a los envergoñados i pobres... con pan i vino...” (2)
Parece ser que estos votos estuvieron vigentes incluso durante todo el siglo XVI y la mayor parte del siglo XVII, a pesar de la oposición de los moralistas mas recalcitrantes. Mas a pesar de ello, las gentes del pueblo pensaban que haciendo un voto de esta categoría, se podía incluso aplacar a la Divinidad.
Muchos fueron los pronunciamientos contrarios a estas prácticas de las autoridades religiosas y que a modo de ejemplo vale lo que ocurrió en el Concilio provincial de Toledo de 1.565, donde en la sesión III “Reformas”, celebrada el 25 de marzo de 1.566, se dispuso, en el capítulo XXVI, que “los votos hechos para “correr toros” no se cumplan, porque esto no pertenece a causa de Religión, aunque fuere con consentimiento y juramento de todo el pueblo”. Se dispuso también, entonces, que no se hicieran votos semejantes. (3)

Otra muestra más de “Caridades” son las que se celebraban en Talavera de la Reina (Toledo), conocidas como “Las Mondas” o “Fiesta de los Toros”, realizadas por cofradías o asociaciones de mozos desde tiempos inmemoriales, al decir del Padre Mariana (1536-1624 y como nota curiosa, cuando bautizaron a este jesuíta, se hizo constar en el libro de bautismo “no se sabe quién es su padre ni su madre”): ”...civium societas ante anos trecentos constituta est,…” es decir “constituidas por sociedades de ciudadanos hace trescientos años..”. Hay bastantes controversias sobre la procedencia de estas fiestas, sin que falten los que las atribuyen a costumbres romanas, e incluso los que afirman, al decir de D. Luis Zapata, que estas fiestas se celebraban en “un templillo pequeño, dedicado a la diosa Pallas, fabulosa deidad de castidad…” sobre cuyo templo se edificó la ermita a la Virgen del Prado, y que “allí le sacrificaban toros a Pallas; acá á honra de Nuestra Señora,…le corren en tres días veinte y dos toros cada año, que escogen y encierran en la Santa ermita… y en un día, de los de la fiesta, porque todo está fundado en devoción y caridad, se dan de comer allí a dos mil pobres, una diversión grande de toros, dos cuartillos de vino, dos libras de pan.”. Otros argumentan que estas fiestas aparecieron a finales del siglo XV y se estructuraron en los primeros años del siglo XVI. Como quiera que fuese, lo cierto es que en los quince días que duraban las celebraciones, desde el mismo domingo de Pascuas, se corrían veintidós toros que escogía y aportaba el Ayuntamiento, los cuales se encerraban en un patio de la ermita.(4)

Otro ejemplo de esas “Caridades” son las fiestas de “Calderas” de Soria, que se celebran el domingo siguiente a la festividad de San Juan, el 24 de junio, en una ermita que algunos historiadores aseguran era de los tiempos de Recaredo I (586-601 d.C.) y que estaba dedicada a Nuestra Señora del Mercado o de la Blanca. Julio Caro Baroja, en el "Estío Festivo", nos dice que: “La organización estaba a cargo de las “cuadrillas del Común”, cada una de las cuales tenía que llevar allí un toro de la dehesa de Valonsadero. Este toro se corría, ensogado, durante todo el viernes y algo durante la madrugada de la víspera del sábado en que se mataba. Los despojos se subastaban luego. Pero con gran parte de la carne y otras viandas se preparaban grandes calderas con carne cocida”. El domingo por la mañana salían las cuadrillas, con su santo titular, delante de las cuales iba un mozo portando un “ramo” con rosquillas azafranadas para la ofrenda y: “Después se celebraba la misa mayor con sermón. Acabada ésta, se esperaba un topque de campanas y cuando se oía todos los concurrentes se dirigían a la dehesa de San Andrés. Allí cuatro jóvenes, auxiliares del mayordomo de cada cuadrilla, estaban a cargo de las calderas con la carne de toro cocida con sus aderezos y eran los encargados de “dar la caridad”, con la correspondiente ración de pan y vino, tanto a los vecinos como los forasteros y, sobre todo, a los pobres”.(5)
Dicen que hacia 1893 el Obispo de Osma-Soria, con el respaldo aparente de las autoridades, intentó prohibir estas fiestas sin resultado alguno, a lo que el pueblo respondió con una coplilla amenazante que decía:


"Podrá faltarnos el pan
y podrá secarse el Duero,
pero arde Soria primero
si no hay fiestas de San Juan".


La celebración de una corrida, con banquete ritual incluido, era una práctica muy común en muchos puntos de nuestra geografía, así ocurría en Calasparra, Murcia, donde se celebraron hasta la década de 1.950. Pascual Madoz (1806-1870), en su “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España…” (1845), dice que eran unas fiestas que: “…se verifica otra a San Abdón y Senén en el último domingo de agosto: para dar principio a esta fiesta ha de correrse un toro la tarde del día anterior(conocido como “Sábado de Calderas”), el cual guisan en una famosa caldera que al efecto tienen preparada, en la que colocan además de dicha res, gran porción de jamón, garbanzos, berenjenas y calabazas: esta operación se practica en el sitio más público de la villa, y dura desde vísperas hasta el alba del siguiente día, en cuya hora los mayordomos y ayuntamiento, nombrados aquellos por éste y el clero, con la música que está preparada, pasa con la porción de pan que con anticipación tienen dispuesto, á distribuir á los pobres las raciones á que alcanza la comida, que nunca hay la suficiente para todos, por ser copiosísimo el número de estos que de todas partes concurren”.(6)

La festividad de San Roque, el 16 de agosto, es tradicionalmente una fecha señalada en la que se celebraban y celebran, con gran profusión, estas fiestas, con reparto de las consabidas caridades.
Ejemplos hay en abundancia, como el que se celebra en el pueblo jiennense de Siles, donde se corren varios toros durante las fiestas de San Roque, su patrón, y el último día se realiza un banquete comunal con la carne de un toro, previamente cocida en un gran caldero, grabado con una peculiar leyenda, en las inmediaciones de la ermita del santo.
En otro lugar, casi diametralmente opuesto geográficamente, en el pueblo zamorano de Castrogonzalo “En el día de San Roque, que celebran con misa, sermón y novillos, es costumbre que el Ayuntamiento reparta entre los vecinos, cura de la parroquia de Santo Tomás, que es en la que se verifica la función, y predicador, una arroba de barbos, otra de truchas y otra de carne de vaca por iguales partes; por la tarde se corren los novillos y por la noche suele haber algún banquete para los elegantes”.(7)
Este mismo autor nos relata varias fiestas celebradas en España, que las toma de la “Guía de fiestas populares de España, 1.982”, de Mª Angeles Sánchez, como las celebradas en Guadalaviar (Teruel), donde la fiesta de Santiago se celebra con una comida de hermandad a base de carne de uno de los novillos de la corrida, y en Bujalaroz (Zaragoza), durante la fiesta en honor de San Agustín, el 28 de agosto, se reparte la carne de los novillos lidiados.
En Jerez del Marquesado (Granada), en las fiestas de la Virgen de septiembre, que duran del 8 al 12, el último día se reparte la carne de los toros lidiados el día anterior. Por eso a uno se le llama “día de toros” y al otro “día de la carne”.
También se celebran iguales fiestas en “Orihuela del Tremedal (Teruel), pero guisada “a la pastora”. En la misma provincia, en Vellel, la “comida del toro” se lleva a cabo, siempre, en las fiestas mayores de la Fuensanta y Santa Otilia, del 8 al 10 de septiembre.
En otro pueblo turolense, Olite, celebra sus fiestas de la Exaltación de la Santa Cruz y la Virgen del Cantal, entre el 13 y el 16 de septiembre, terminando con la “comida de la vaca”, en que todo el vecindario come la carne de la vaquilla toreada, y en Herencia (Ciudad Real), también durante las fiestas de la Merced, el 24 de septiembre, se come la carne de las vaquillas, con vino de la tierra. (7)
     Igual tipo de celebraciones, según cita Mª Angeles Sánchez, e igual forma de condimentar la carne del toro, guisado a “la pastora”, ocurre en el pueblo turolense de Santa Eulalia del Campo, en el domingo más cercano al día 22 de agosto, durante las fiestas patronales de la Virgen del Molino, donde el pueblo se reúne en una comida comunal.
También en Benavente (Zamora) se celebra, el día de Corpus Cristi, la fiesta del “Toro Enmaromado”, corriéndose un toro de esa suerte por las calles del pueblo. La nota curiosa de esta fiesta es el grupo de muchachas, jóvenes doncellas, que corren detrás del toro y están presentes en el momento del sacrificio. Cuando han dado muerte al toro, las muchachas, llamadas “cazadoras del Toro”, manchan sus zapatillas en la sangre de la víctima, como rememoranza de las ofrendas sanguíneas que exigía Diana a sus sacerdotes y Nereidas. Sacrificado y descuartizado el Toro, la carne se reparte entre las y los jóvenes benaventanos.
En el Boalo (Madrid), por San Fermín, hay encierros, novilladas y “Comida de la vaquilla”.
     En Covaleda (Soria), durante las fiestas de San Lorenzo, el día 12 de Agosto, se celebra una tradicional “Caldereta” condimentada con la carne de los novillos, que se reparte el día 13 entre la población y en especial entre los pobres.
     En las fiestas de Meco (Madrid), celebradas a primeros de septiembre, también hay degustación colectiva de una caldereta de carne de toro en un paseo situado junto a la iglesia.
     En La Puebla de Híjar (Teruel), en las fiestas patronales de la Ntra. Señora de la Asunción y San Roque, el 15 y 16 de agosto, en la plaza del pueblo se corren los toros de fuegos artificiales y por las peñas se celebra y comparte el “guiso y rancho de la vaca”.
En Rascafría (Madrid), el último día de las fiestas patronales de la Virgen de Gracia y San Roque, que suelen prolongarse del 14 al 17, se hace una caldereta con la carne de los toros lidiados, comiéndose comunitariamente en la plaza del pueblo.
En Salas de los Infantes (Burgos), en las fiestas patronales de Nuestra Señora y San Roque, del 14 al 17 de agosto, hay degustación de zurracapote (sangría), toro de fuego en la plaza Mayor y el día 17 las peñas se trasladan en desfile hasta la chopera de la Peña Rota, para comer el tradicional “guiso de carne de novillo con patatas”, con degustación de chorizos y una gran sardinada.
En Hoyos de Manzanares (Madrid), el día 8 de septiembre, en las fiestas de la Virgen de la Encina, se celebran encierros y la “Vaquilla de caldo caliente”, en sustitución de la vaquilla del aguardiente, por la prohibición de consumir alcohol en las fiestas, y los peñistas reparten consomé en las gradas. Durante la fiesta hay un “día de la caldereta”, elaborada a base de carne de toro, que se reparte a más de cinco mil personas.
En Saldaña (Palencia), durante las fiestas en honor de la Virgen del Valle, el 8 de septiembre, y que duran cinco días, el último día se lleva a cabo el “banquete del novillo” en la plaza Vieja.
También en Ayerbe (Huesca) el día 9 de septiembre, durante las fiestas en honor de Santa Leticia, hay Toros de fuego y Calderetas de la carne de este animal.
En Altura (Castellón) en las Fiestas patronales, el 29 de septiembre, día de San Miguel y la Virgen de Gracia, hay Toros embolados y bendición y reparto de las tradicionales “calderas” con la carne de los toros, que costea la cofradía de la Virgen. (8)
Conocidas son también las innumerables corridas de toros que se dieron para beneficio de los Hospitales de diversas ciudades, durante los siglos XVIII y XIX, cuyas Instituciones se beneficiaban de la venta o consumo de la carne de los toros lidiados. La celebración de esas corridas benéficas y el destino de sus beneficios era, en parte, un subterfugio utilizado para burlar las prohibiciones a las corridas promulgadas por los Borbones, cuyo destino benéfico era tan variado como la propia picaresca española.
A modo de ejemplo, ya que la relación sería interminable, vean el destino que se le dio a los beneficios obtenidos en algunas corridas que se dieron en Murcia: “el día 7 de julio de 1.752, viernes, se celebraron cuatro corridas de toros en el sitio y plaza que media entre el derrame del puente de piedra y Alameda del Carmen, con el fin de aplicar sus productos a reparar en lo que fuere posible el daño que tiene el edificio del Malecón, única defensa de esta población contra las inundaciones del Segura”.
Al año siguiente, el lunes 17 de septiembre, “Al igual que el 18 y 19, se celebraron corridas de toros en la plaza de San Agustín, y en el mes de diciembre hubo otra corrida, y ambas fueron limosna para la obra de la Iglesia de San Antolín”. (9)
Para estos menesteres se celebraron infinidad de corridas, e incluso, para mejor burlar las prohibiciones a las corridas de toros, se organizaban novilladas, ya que en las pragmáticas condenatorias no se hacía mención alguna a correr novillo, y las prohibiciones solo alcanzaban a corridas de toros.
El tantas veces mencionado Julio Caro Baroja nos aporta un caso en la capital del reino: “En 1785, los Padres Agonizantes de Madrid pidieron licencia para tener unas corridas de toros en la plaza que había en la Puerta de Alcalá, con objeto de reconstruir el convento de la calle de Fuencarral con su producto. El gobernador del Consejo pidió informe, y de arreglo con éste se le dio permiso para correr novillos”.(10)
Ya para terminar, vean el gesto del Sr. Cúchares en una corrida que organizó el 9 de septiembre de 1.851, en Murcia, en la antigua plaza de San Agustín, en cuyo cartel anunciador se hace constar, mediante nota marginal al pié del mismo, que “los toros muertos serán regalados por Cúchares para las casas de Beneficencia”.
Como pregona el dicho popular “el toreo es grandeza”.
Espero que esta larga relación les haya servido de entretenimiento y conocencia de las variadas costumbres populares y del tratamiento que desde antaño se le ha dado a la carne del toro.


Plácido González Hermoso.



BIBLIOGRAFIA
1.- Julio Caro Baroja “El Estío Festivo”, pag. 218
2.- J.Pereda.-”Los toros ante la iglesia y la moral”
3.- Julio C.B. “El Estío Festivo”, pag. 245
4.-Julio C.B.“Ritos y Mitos equívocos”pag.33
5.- Julio C.B. El Estío Festivo, pag. 222
6.-Julio C.B. “Ritos y Mitos equívocos” pag.75
7.- Julio C.B. El Estío Festivo, pag. 220
8.- Angeles Sánchez “Guía de fiestas populares de España, 1.982”
9.- Juan Torres Fontes “Efemérides murcianas, 1750-1800”
10.- Julio C.B. El Estío Festivo, pag. 224

viernes, 6 de marzo de 2009

EL TORO DE ORO

Ángel Álvarez de Miranda nos transcribe un curioso relato, en su obra “Ritos y Juegos del Toro”, que lo toma, al parecer, de M. Curiel Merchán (de sus “Cuentos extremeños”, Madrid, 1944, pag.321-323) quien lo recogió en Trujillo, Cáceres.
En el mismo podemos apreciar, en primer lugar, que la figura principal del relato, sobre el que pivotan el resto de los personajes, es un toro de oro que representa el agente genésico fecundante, cuya creencia compartieron varias sociedades en la antigüedad.
Ese es el núcleo principal de la narración, que la tradición oral popular nos ha regalado, y que por su curiosidad transcribimos a continuación:

Esto había de ser un rey, que tenía una hija, a quien un príncipe había deshonrado y abandonado. Esta princesa quería que su padre la comprase un toro de oro que fuera igual que los de verdad.
El rey mandó hacerlo, y cuando estaban haciéndolo fue la princesa y le dijo al que lo hacía que lo hiciera hueco, pero que no se enterase nadie.
Así le hicieron el toro, lo llevaron a su palacio y lo colocaron en su dormitorio. Ella se entró en el toro y allí estuvo sin salir durante varios días. Como el rey no la veía ya hacía tiempo, mandó buscarla por todo el palacio, pero sin resultado.
Unos días después empezaron a faltas cosas de comer, lo que extrañó mucho al rey, que no pudo encontrar al ladrón que se las quitaba, sin sospechar que el ladrón era su hija, quien le robaba y guardaba en el toro todo lo robado. Luego empezó a quitar no sólo cosas de comer, sino todo lo bueno que podía. Por esto, y sobre todo por no encontrar a la princesa por más que la buscaron, estaba el rey muy disgustado, y del gran disgusto cayó enfermo y tuvo que llamar a un hijo suyo, príncipe que vivía en otras tierras lejanas.
Al llegar el príncipe y ver un toro de oro tan grande pidió al padre que se lo diera, pero el rey, llorando desconsoladamente, le dijo que no, que era un recuerdo que tenía de su querida hija, pero que cuando muriera se lo quedaría con gusto.
Al fin el rey, lleno de pena por la desaparición de su hija, se murió, y el príncipe se llevó el toro a su casa, sin sospechar que estaba hueco y que dentro de él iba su hermana.
Al poco tiempo de estar el toro de oro en el palacio del príncipe empezaron a faltar cosas de comer y de todas clases, y al príncipe le extrañaba quién fuera el ladrón y dónde las escondía, hasta que ya pensó en llevarse el toro a su dormitorio, no fuesen también a robársele.
Una noche, cuando la princesa creyó que su hermano estaba dormido, salió del toro para seguir robando. Pero el príncipe, que no estaba dormido, la vio y la dijo:
- ¡Ah! ¿Pero eres tú?
- Sí, yo soy; pero no se lo digas a nadie, que no quiero que nadie me vea ni sepa que estoy aquí.
La prometió el hermano callarse y no descubrir a nadie este secreto. Pero, pasados unos días, la dijo que tenía que marcharse a la guerra, pero que ya daría órdenes para que dejasen fuera cosas de comida para que ella las cogiera y no muriera de hambre, y la dijo:
-Mira, hermana, siento mucho marcharme, pero vendré en cuanto pueda. Cuando tú oigas tres palmadas en las nalgas del toro, sal sin miedo, que soy yo, que ya he vuelto de la guerra.
Se abrazaron y se marchó elm príncipe.

Un día estaban arreglando las criadas en el dormitorio del príncipe y dijo una de ellas:
-Mira qué toro tan bonito tiene el príncipe.
Y fue y dio tres palmadas en la nalga. Enseguida salió la princesa, y las criadas, al verla, dijeron:
-Esta es la que se come la comida y roba las cosas.
Y la cogieron y la tiraron por la ventana, cayendo en un zarzal.
Una mujer que vivía enfrente y lo vio recogió a la princesa y se la llevó a su casa. A los pocos días vino el príncipe y empezó a dar palmadas en las nalgas del toro, pero nadie contestaba, y el príncipe, del disgusto, se puso malo.
Su hermana la princesa, estando en casa de la vecina, tuvo un hijo, y se enteró que su hermano había llegado de la guerra y estaba enfermo en la cama. Entonces preparó un gran cesto de flores y entre ellas envolvió a su hijito, poniéndole una carta en la mano en la que decía dónde ella estaba. Mandó a una muchacha con el cesto diciéndola que fuese al palacio del príncipe con él, preguntando si querían flores para el mal de amores, pero que no diese el cesto a nadie como no fuera al mismo príncipe.
Fue la muchacha al palacio, ofreciendo las flores, y no paró hasta que no entró en el mismo dormitorio del príncipe. Éste, al ver flores tan hermosas, empezó a moverlas y le gustaban mucho.
La muchacha entonces le dijo:
-Señor, más abajo las hay más bonitas.
Rebuscó el príncipe y enseguida vio al niño con la carta en la mano. La cogió, la leyó y en seguida salió a casa de su hermana, a quien vio lleno de alegría, preguntándola cómo había sido salir del toro de oro sin esperarle. Su hermana le contó lo ocurrido, y el príncipe, furioso, fue a palacio y mandó matar a las criadas. A la buena mujer que recogió a la princesa se la llevó a palacio, junto con su hermana.
La esposa del príncipe, que no conocía a su cuñada, preguntó que quién era ésta, y la contestó que era su hermana, que desde entonces viviría con ellos en palacio, y ellos criarían a su sobrino como a hijo propio, y que como ellos no tenían hijos le harían su heredero.
Y todos vivieron muchos años muy felices, conservando el toro de oro”.


Tal como analiza a continuación Álvarez de Miranda, sobre el significado de este relato extremeño, la alusión a un príncipe que deshonra a la princesa es una argucia narrativa para desviar el significado primordial del toro, que es “el verdadero agente de la fecundación de la princesa”, ya que el interés de la misma, al solicitar a su padre que le comprase un toro de oro, puede interpretarse como el deseo por conquistar la fecundidad.
Las creencias, en la antigüedad, sobre la potencia genésica del toro y el poder fecundador que podía transmitir, era un dogma que compartieron muchas culturas. Recordemos a las mujeres egipcias levantando sus faldas ante el toro Apis -cuando salia en procesión o lo visitaban en su templo de Menfis y a través de la “Ventana de la aparición de Apis” le mostraban el sexo-, en la esperanza de obtener el don de la fecundidad; o la Diosa Madre, o Gran Madre, de Anatolia, a la que representaban, con formas voluminosas, dando a luz un toro que simbolizaba al paredro fecundador de la diosa.
Otras semejanzas podemos encontrar en el mito de Pasifae, quien solicita a Dédalo le fabrique una vaca de madera, revestida con la piel de dicho animal, para introducirse dentro de ella y conseguir quedar fecundada por el toro, que el dios Poseidón envió al rey Minos de Creta, de cuyo acto zoofílico dió a luz un hijo con cabeza de toro, "El Minotauro".
O qué decir de la diosa “Artemisa Efesia”, la «Señora de Éfeso» de Anatolia en la etapa helenizante, cuya efigie era representada, escultóricamente, con el pecho enjambrado de mamelones, que no eran otra cosa que dídimos de toro, como remembranza de una diosa madre, semejante a la frigia Cibeles o la anteriormente citada Gran Madre.
Otros ejemplos podrían citarse al respecto que no aportarían mayor luz al análisis, sino mayor abundamiento narrativo que, en cualquier caso, con los ya aportados patentizan la existencia de creencias en el poder fecundador del toro, en su potencia genésica y en la especial relación con la mujer, que era compartido por diversas culturas circundantes del “Mare Nostrum”.
Plácido González Hermoso.




Bibliografía: Angel Alvarez de Miranda, "Ritos y juegos del Toro", pag. 62