viernes, 2 de octubre de 2009

EL TORO Y EL MUNDO FUNERARIO - II

Los ritos funerarios que relatamos en el capítulo anterior, no solo eran conocidos y practicados por los egipcios y otros pueblos de África, sino también en la India e Indonesia donde aún se practican.
En esas zonas, era creencia general que el Toro negro era asimilado al mundo inferior y por tanto relacionado con la muerte. Incluso en los países lejanos donde llegó el influjo de la India, que participan de dichas creencias como Java y Bali, se acostumbra a poner los féretros de los príncipes en ataúdes en forma de toro para incinerarlos.
El comportamiento y las actitudes ante la muerte de los pueblos mesopotámicos son conocidos a través de los mitos y epopeyas que han llegado hasta nosotros. En general no creían en una vida futura y aceptaban resignadamente la muerte como algo natural. Aunque la excepción la encontramos en el mito de Gilgamesh, no solo por el enfado rabioso tras la muerte de su amigo Enkidu, sino, principalmente, cuando va en búsqueda de la inmortalidad, que lo lleva a entrevistarse con el Nöé sumerio, Utnapistim, quien le revela el lugar secreto donde crece una planta submarina que le librará de la muerte. Aunque la felicidad y la dicha, como casi siempre, dura muy poco, ya que tras haberla encontrado le es arrebatada por una serpiente; episodio de un paralelismo sorprendente con la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, tras la tentación de la serpiente, quienes también pierden la inmortalidad.
En esas zonas bañadas por el Tigris y el Éufrates, los ríos del jardín del Edén bíblico, los enterramientos se hacían, por lo general y a excepción de las tumbas reales de época tardía, dentro de la propia casa del difunto, cuyo cuerpo era depositado bajo el suelo de la vivienda, junto con todas sus pertenencias. En Mesopotamia no había cementerios públicos.
La creencia general sobre los cadáveres insepultos, por haberle negado el enterramiento y las correspondientes ofrendas sus familiares, se convertían en espíritus sin descanso que vagaban desorientados y podían causar grandes males a los vivos.(1)
En Bali (la isla turística por excelencia de Indonesia) se celebran en la actualidad unos ritos funerarios entre los componentes de la tribu de los Torajan, introducidos desde la India en el siglo XI y actualmente en uso. El ritual en sí consiste en amortajar al difunto en un sudario blanco y envolverlo en una estera de hojas de palma fuertemente atada. A hombros de sus familiares es depositado en un túmulo, ricamente engalanado, que es transportado por los más allegados, en solemne procesión, hasta el lugar donde ha de ser incinerado. La tumultuosa comitiva que transporta el túmulo, a cuya ceremonia se procura invitar a todos los habitantes de la aldea, va precedida en todo su recorrido por la imagen de un toro profusamente adornado y engalanado, en algunos casos los adornos son de pan de oro. El referido toro no es otra cosa que un sarcófago de madera con forma de ese animal totémico y llevado por gran número de porteadores.
Antes de salir el cortejo del poblado dan tres vueltas al difunto, a fin de que “se desoriente su alma” y no pueda volver a la casa donde vivió, ya que de hacerlo jamás alcanzaría el cielo, que es su destino y sus deudos no vivirían con tranquilidad.
Al llegar al lugar de la cremación, el lomo del sarcófago-toro se abre y el cadáver es depositado en su interior. El sacerdote procede a cortar las ligaduras que une la estera de palma a fin de liberar el alma del difunto y ésta pueda alcanzar el cielo. A continuación derraman sobre sus restos agua bendita, recogida de las fuentes sagradas y depositan en su interior varias viandas, junto con una flor de loto, que le servirán de sustento en el viaje a las alturas. Antes de cerrar el sarcófago, el sacerdote introduce un brote de bambú como símbolo de la resurrección del alma, prendiendo fuego a continuación a la pira funeraria. Una vez consumida ésta, las cenizas son recogidas en cuencos de coco y esparcidas al viento, frente al mar.
Además de la utilización del sarcófago-toro, reservado en este caso a la casta de los brahmanes, otras castas utilizan el león-alado o el pez-elefante. (2)
Volviendo a la cuenca Mediterránea encontramos otras costumbres en la Turquía hitita, en especial en la necrópolis real de Alaça Höyük, que estuvo en uso entre el 2.300 a 2.100 a.C., donde depositaban sobre las tumbas, como víctimas rituales del banquete funerario, los cráneos y las patas de los toros sacrificados, tras ser consumidos en un banquete ritual.
Entre los hallazgos encontrados en las tumbas de Alaça, merecen mención expresa ciertas figuritas de animales, toros y ciervos principalmente, en cuya época eran muy frecuentes los Rythones con forma de animales.
En cambio, entre el pueblo llano los lugares de culto se encuentran en las mismas casas, donde enterraban a sus antepasados y celebraban las ceremonias rituales, de aparente paralelismo con las costumbres mesopotámicas. (3)

En la “Tumba del Señor de las Cabras”(1.750-1.700 a.C.) de Ebla (hoy Tell Mardikh, que significa “Roca Blanca”), se halló un talismán de hueso que recoge en una de sus caras un banquete sagrado con un personaje ante una mesa de ofrendas, asistido por sirvientes y por dos figuras totalmente desnudas.
En la otra cara se representa la escena de la adoración de un Toro por cinocéfalos (primates o con cabeza parecida a la del perro), delante de dos figuras desnudas. Según los textos ugaríticos, el Toro sería la figuración del alma del difunto y los dos personajes desnudos sus primeros hijos. Algunas tumbas de Çatal Höyük están decoradas con extraordinarias pinturas murales, figuras en relieve en las paredes, bancos, pilares con cuernos y cabezas de toro modeladas.
En Maikop, capital de la república de Adiguesia al norte de la cordillera del Cáucaso, en el valle de Kubán (la tierra de los Cosacos), extremo oriental del mar Negro, se descubrió un túmulo sepulcral de un cacique, donde el baldaquino que cubría su cuerpo estaba sostenido por cuatro soportes, insertados en el centro de los cuerpos de otros tantos toros de oro macizos. Una de las vasijas del ajuar funerario está decorada con grabados de toros de perfil. (4)
La presencia del toro en el mundo funerario egipcio ya fue descrito, ampliamente, en el capítulo anterior. No obstante, cabe señalar el caso de la diosa vaca Hathor (diosa del amor, la música, la belleza y protectora del parto de la mujer), la cual se encontraba con el difunto en la entrada al mundo inferior.
Al nombre de esta diosa se asociaban las conocidas como “Las siete Hathores”, consideradas como hijas de esta diosa y, otras veces, como “siete hadas”, que eran las que decidían el destino del difunto tras renacer en el más allá y las encargadas de proporcionar el alimento y la bebida al difunto (cuya fórmula se encuentra registrada en el capítulo CXLVIII del Libro de los Muertos). Estas “siete Hathores” eran representadas en las tumbas en forma de vaca y acompañadas por un toro, conocido como “Toro del Oeste” y “Señor de la Eternidad” (títulos ostentados por Osiris, el dios de los difuntos), y cuatro remos, que simbolizaban los cuatro puntos cardinales.
Una hermosísima recreación de las siete vacas podemos contemplarla en la tumba de la reina Nefertari (“Por la que brilla el Sol”, el título más hermoso que poseyó), la “Gran esposa real” de Ramsés II (1279-1213 a.C.). En Egipto las vacas encarnaban el concepto de fertilidad, mientras que el toro fecundador que las acompaña es el heraldo de los dioses, simbolizando la fecundidad de la tierra, la potencia y el poder germinador.(5)
En Grecia los bovinos, en pié o acostados, velaban el sueño de los difuntos en los cementerios de Atenas, desde la época clásica en adelante. En las tumbas de la época micénica se han encontrado huesos de animales como bueyes, ovejas y cabras. El sacrificio de bueyes en los funerales parece que fué prohibido en la época de Solón (640-558 a.C.) uno de los siete sabios de Grecia y tío de Platón.
También en Chipre se han encontrado huesos de bueyes en las tumbas encontradas en Politik, que demuestran la relación del toro con el difunto.
En Creta los toros tenían una especial significación religiosa en la época Minoica, como lo demuestra el hecho de que enterraran a sus reyes en compañía de cabezas de éstos animales, a cuyos cuernos daban un esmerado baño de oro.
En el mundo griego y cretense existía una creencia fabulosa de que el cuerpo de los toros muertos engendraban las abejas, poniendo de manifiesto el poder generador de vida de este animal, como nos relata el historiador griego Antígono de Karystos (siglo III a.C.) :“ En Egipto, si entierras al buey en ciertos lugares, de modo que solo salgan de la tierra los cuernos, y luego se los sierras, dicen que salen volando abejas; ya que el buey se putrifica y se convierte en abejas”.
Ovidio relata, en Fastos 1, 393, la pérdida de los panales de Aristeo, “Señor de la miel”, y el modo de recuperar otros enjambres siguiendo el consejo de Proteo que consistía en: “... enterrar el cadáver de un buey muerto, y que de él obtendría lo que quería, ya que cuando el cuerpo desapareciera, surgirían de él enjambres de abejas”.(3)
Este pasaje también lo relata Virgilio, en Geórgicas libro IV [295] 445, la forma de conseguir abejas del cadáver de un novillo de dos años: “...Sitio angosto, a su fin acomodado se elige, y se lo cierra con las tejas de un cobertizo y cuatro estrechos muros. Cuatro ventanas a los cuatro vientos en ellos se abren, con la luz oblicua. Un novillo se busca que en la frente cuernos lleve encorvados de dos años, y, por más que resista, se le cosen boca y narices sin dejarle aliento. A golpes se le mata, se magulla el interior bajo la piel intacta. Así molido se le deja entonces en la cerrada cámara tendido sobre ramojo de tomillo y dafne (se refiere al laurel, que personificaba a la ninfa Dafne) recién cortado... El humor entretanto se calienta en los molidos huesos fermentando, y extraña enjambrazón de animalillos se ve estallar en vívido hormiguero, sin patas al principio, luego alados con estridente vuelo que rebulle...”
Mas adelante, en la misma obra, Geórgicas libro IV, [550] 810, relata el sacrificio que Aristeo debe hacer a Orfeo, por recomendación de Cirene y forzar a Proteo para que remedie su desgracia, tras haber perdido toda su hacienda, en especial las colmenas: “Cumple él la orden materna sin demora: viene al santuario, arregla los altares, lleva los cuatro corpulentos toros de la más bella estampa y las novillas que el yugo no han probado. Al primer rayo de la novena aurora brinda a Orfeo el funeral tributo y vuelve al bosque. Y allí, la repentina maravilla: en las pútridas carnes de los toros zumban abejas; los abiertos flancos hervir parecen, y una inmensa nube a poco irrumpe, que en el árbol próximo toda se arremolina, y de las ramas queda colgando al fin, racimo espléndido”. (10)
Mucho tiempo antes, de la existencia de Grecia, encontramos documentada la existencia de este tipo de creencias en el mundo bíblico, precisamente en el período de los Jueces de Israel (periodo que abarca desde la muerte de Josué hasta la aparición del profeta Samuel), en concreto en tiempos de Sansón (uno de los últimos jueces, siglo XII a.C.), cuyo relato aparece en el pasaje en el que, tras descuartizar al león con sus propias manos, unos días más tarde encuentra un enjambre de abejas en el cuerpo del león: “Tiempo después, bajando para desposarse con ella (con Timna, la filistea), se desvió para ver el cadáver del león, y vio que había un enjambre de abejas con miel en la osamenta del león…”(Jueces, 14,8). Aparentemente parece que el pasaje no refleja con claridad que del cuerpo del león surgiesen las abejas, pero sin embargo éstas creencias se ratifican en el enigma que, más tarde, plantea Sansón a los filisteos durante los esponsales: “El les dijo: “Del que come salió lo que se come, y del fuerte, la dulzura”. (Jueces 14,14) (6)
Otro caso curioso en que la muerte del toro sirve como elemento generador de vida, en este caso de vida humana, es la siguiente leyenda: “Hireo era un criador de abejas. Un día se le acercaron Zeus y Hermes solicitando su hospitalidad. Tal solicitud fue atendida con todo lujo de atenciones, y los dioses al partir, para recompensarle, le preguntaron si quería realizar algún deseo, a lo que Hireo les contestó que su mayor ilusión sería tener un hijo, pero que ya no podía por ser de edad avanzada. Entonces los dioses le dijeron que matara un toro, se orinase en su piel y la enterrara en el sepulcro de su mujer. Al cabo de nueve meses, surgió de la tierra un niño maravilloso, Orión, a quien se le consideró como el mensajero de las lluvias primaverales y estivales”.(3)
Otra vez, como vemos, se repite el binomio muerte-resurrección en que, a través del tránsito por el mundo funerario, surge un nuevo ser, una nueva vida, con la intervención imprescindible del toro como elemento generador de vida por excelencia.
Los etruscos concedieron al toro la misión de guardián del sueño eterno. Buena muestra de ello la encontramos en la “Tumba de los Toros” en Tarquinia, cuya entrada está escoltada por las pinturas de dos toros sedentes y un tercero, en posición itifálica, que arremete contra una pareja desnuda.(7)
Las culturas isleñas, de la prehistoria mediterránea, enterraron a sus muertos en hipogeos semejantes al seno materno. En los habitáculos sardos (Cerdeña) se muestran numerosos bucráneos y prótomos de bovinos esculpidos sobre los muros de entrada de las tumbas, fechados entre el 3.000 y el 1.500 a.C. de clara influencia anatólica.
El “Mare Nostrum” fue el vehículo difusor de las ancestrales culturas mediterráneas desarrolladas, cuyas influencias impregnaron nuestra península Ibérica a través de las diversas invasiones que soportamos. La estatuaria taurina cobró aquí una nueva dimensión, incorporándose, artística e ideológicamente, a las existentes en todo el área.
También las corrientes de la cultura funeraria encontraron en nuestra Península una resonancia e incidencia permanentes. El culto a Serapis (el toro fúnebre egipcio) penetró al menos desde el s.II a.C., extendiéndose por puntos como Astorga, Valencia, Gerona (Ampurias) etc. y no es de extrañar que la presencia del toro en los actos luctuosos gozase también de una importante presencia como en Baleares, donde existieron prácticas de enterramientos en sarcófagos tauromorfos, como lo demuestran los hallazgos de sarcófagos descubiertos en el abrigo de Avenç de la Punta (Mallorca), entre el 500-100 a.C., poniendo de manifiesto la concepción de que el sarcófago táurico tendría una significación envolvente del vientre de alguna diosa innominada, de un posible nexo con el mundo egipcio.(8)
Las abundantes esculturas de toros halladas en el área levantina y andaluza, se han relacionado con el mundo funerario. Los toros hallados en posición sedente o en actitud amenazadora, están relacionados con el difunto y se colocaban encima de plintos sobre pilares, como el encontrado en la necrópolis de Coimbra del barranco Ancho (Jumilla, Murcia), en otras ocasiones se decoraron las sepulturas con toros acostados, como el caso de Osuna (Sevilla) o el de El Molar (Alicante). (3)
Era práctica común la celebración de sacrificios funerarios o “Silicernium”, que designaba el banquete con que terminaba, en la antigüedad, los nueve días que duraban los funerales. Como es de suponer la víctima inmolada era el toro.

En la misma línea de la presencia fúnebre del toro, puede asociarse algunos de los conocidos verracos tauromorfos, a tenor de las inscripciones latinas esculpidas en las peanas o sobre sus lomos, que contenían el nombre del finado. Igualmente es significativo reseñar la abundancia de estelas funerarias, en las que se alternan, junto al nombre y profesión del difunto, signos astrales junto a imágenes bovinas, de uso común desde los pueblos celtibéricos hasta después de la conquista romana. Significativas son las conocidas “Estelas” de Clunia, o la de Atilia Burrutia, hija del guerrero Viriato, en el Museo de Navarra, las de la provincia de Soria.(3)
Esa influencia y presencia del toro en el mundo funerario, no termina necesariamente hace dos mil años como pudiera parecer, sino que llega hasta nuestros días en nuestra Península. A este respecto, en algunos lugares participaba en los funerales portando cierto número de panes clavados en los cuernos, los cuales podían ser rescatados mediante una cantidad de dinero, en reñida puja entre los asistentes al duelo. Esta costumbre estuvo muy arraigada en el País Vasco.
A este respecto y por oposición del clero regional se consiguió que, en 1.771, el Consejo de Castilla dictase una Real Provisión por la que quedaba prohibida esta práctica por “indecente”, aunque, como casi siempre, no llegó a surtir efecto alguno, ya que a comienzos del siglo XX se seguían celebrando este tipo de rituales.
Esa presencia física del toro en los entierros, como simbolismo del acompañamiento y protección que prestaba al difunto en el largo viaje que debía recorrer en la otra vida, la relata Julio Caro Baroja con cierta variante y que se supone modificada por el transcurso del tiempo: ”...A comienzo del siglo XX, dice, en algunos pueblos de Guipúzcoa, con ocasión de entierros importantes, era llevado como ofrenda a la parroquia un buey, al que se adornaba con manto negro, borlas al pescuezo y un pan de cuatro libras de peso en cada cuerno, y al que había que rescatar mediante una suma fijada ”.
También en otros lugares de España se practicaron costumbres parecidas, como ocurrió en la capital de la Asturias de don Pelayo: “en el siglo XVIII en Oviedo, en el convento de San Francisco, donde se encontraba el panteón de los marqueses de Valdecarzana, en el que se seguía la práctica consuetudinaria de que en el día de difuntos, tras hacer una ofrenda de pan en el altar mayor, se cantaba una misa y en el momento de rezarse el responso en la cripta, sin preceder cruz ni otra exterioridad, los criados introducían una vaca viva que permanecía arrimada mientras se cantaba”.(9)
Muchos relatos más se encuentran en los anales históricos de otras muchas sociedades que, al igual que las relatadas, realizaron suntuosos ceremoniales funerarios. En función a la situación geográfica de cada sociedad, es obvio que los rituales diferían en consideración a las creencias, las costumbres o las disponibilidades económicas de la familia del difunto. Mas en todas ellas se dio el denominador común de la importancia de las ofrendas, procurando en todas ellas ofrecer al finado, en el banquete ritual, el animal de mayor valor económico que podían adquirir.
Con lo relatado en estos dos capítulos ha quedado atestiguada, suficientemente, la importancia y presencia del “bos primigenium” en el mundo funerario, como elemento acompañante y protector del difunto, en ese incierto viaje hacia el lejano retorno a la vida futura.
Plácido González Hermoso.


BIBLIOGRAFIA
1.- Henrietta McCall, “Mitos Mesopotámicos”, Ed.Akal
2.- Canal + Odisea, festival de Agama Tirtha (Bali)
3.- Cristina Delgado Linacero “El toro en el Mediterráneo”
4.- Joaquín Córdoba Zoilo, Historia 16, nº 6 de “Historias del viejo mundo”
5.- Albert Champdor, “El libro egipcio de ,los muertos”
6.- Biblia Nacar-Colunga, B.A.C.
7.- José María Blázquez, “Imagen y Mito”
8.- “El Toro y el Mediterráneo”, Exposición Caja Duero, Marzo-Mayo 2001
9.- Julio Caro Baroja, “El Estío festivo”
10.- Publio VIRGILIO Marón, “Obras completas.- Geórgicas, libro IV

lunes, 17 de agosto de 2009

EL TORO Y EL MUNDO FUNERARIO - I

La identificación del toro con el mundo funerario era una práctica extendida entre las sociedades nilóticas, las del “Creciente fértil”, las ribereñas del Mediterráneo, la India, China e incluso en el lejano Oriente, en concreto en las islas de Indonesia, donde aún se practica.
En todas esas sociedades existían y se desarrollaban diferentes formas de enterramientos, ritos funerarios, costumbres diversas en relación con la muerte, en los cuales la presencia del toro se hacía patente de forma significativa.
Ya desde el principio, al aflorar el sentimiento y conciencia de un posible renacer tras la muerte, los pueblos del Paleolítico superior, o del Neolítico temprano, adoptaron diversas formas de sepelios, enterramientos, preparación y atenciones al cuerpo del difunto, rituales fúnebres etc., en cuya liturgia tomaba parte activa la presencia del toro como elemento protector del finado, al que debía acompañar y proteger en ese incierto viaje hacia el lejano retorno.
Esa relación la encontramos evidenciada y documentada en los hallazgos arqueológicos de enterramientos pretéritos, donde la presencia de cornamentas de toros formando parte del ajuar funerario, las pinturas de toros o los bucráneos esculpidos en las paredes de las tumbas, atestiguan de una manera inequívoca la presencia del toro en la órbita funeraria.
Entrando a detallar nuestro recorrido descriptivo de la presencia del toro en la esfera funeraria, para conocer de cerca la diversidad de los diferentes ceremoniales y honras fúnebres que se le dispensaban al fallecido, es obligado remontarnos al comienzo de la existencia de las sociedades citadas al principio. Para ello y sin entrar en consideraciones teológicas, sino más bien las puramente narrativas del hecho sociológico, nos detendremos en algunas zonas geográficas, con mayor o menor abundamiento de datos, en las que el hecho tauro-funerario adquiere un aspecto destacado.
No es casualidad que nuestro recorrido, en busca de las diferentes formas de enterramientos, comience por los países que baña el caudaloso Nilo, donde los cultos funerarios, junto con la preparación y momificación del cuerpo del difunto, alcanzaron rituales tan elaborados como suntuosos. Sabido es que, desde la más remota antigüedad, a Egipto se le ha considerado el país de las tumbas, las necrópolis y las pirámides, que en definitiva no son otra cosa que tumbas monumentales. Además, si seguimos el curso alto del Nilo nos adentraremos entre los pueblos nubios, donde se conservan ingente número de túmulos, hipogeos y pirámides funerarias, desconocidas para el gran público y de menor tamaño que las egipcias aunque tres veces más numerosas, cuyos ritos funerarios gozaron de parecida suntuosidad y elaborado ritual como los egipcios.
Egipto fue el país por excelencia obsesionado con la muerte. Entre los muchos rituales funerarios que se realizaron, el sentimiento fúnebre lo encontramos registrado desde época temprana, donde existía la creencia de que los faraones, al morir, se unían al dios Ra, “el Sol”, a quien la diosa Nut, “el Cielo”, personificación de la bóveda celeste, alumbraba al amanecer en forma de becerro dorado. De ahí que llegaran a vincular e identificar a esa diosa vaca con la cámara del sarcófago, de forma que el difunto aguardaba su renovación-resurrección dentro del cuerpo de su madre.
Geb, el dios-tierra, era el “Toro” de la diosa-cielo Nut. Asimismo el sol se convertía en un gran toro salvaje, el cielo en una vaca y el sol naciente en un becerro que nace cada mañana. En un himno al sol, recogido en los textos de las Pirámides, se introduce esta última imagen:
Los Inmortales te adoran.
Te dicen: ¡Salve a ti!, salve a ti, tu becerro...
Surgido del Océano del Cielo”.
Tu madre Nut te habla y extiende sus manos para saludarte:
“Has sido amamantado (por mí)” (1)
La preocupación permanente de los egipcios por la existencia de vida después de la muerte, se pone de manifiesto en una inscripción del sarcófago del faraón Teti (de la VI Dinastía, 2.323-2.291 a.C.), donde se aprecia perfectamente la identificación de la diosa Nut con el ataúd, en el que puede leerse:
Has sido dado a tu madre Nut en su nombre de sepultura;
Te ha envuelto y abrazado en su nombre de ataúd;
Has sido llevado a ella, en su nombre de tumba
”.(2)
Esa creencia en el poder generador de vida de la diosa se pone de manifiesto en otro himno, del sarcófago del faraón Pepi I (VI dinastía 2.289-2.255 a.C.), que dice: “Transfigura a Pepi dentro de ti para que no muera”. (3)
Y en otra cara del mismo sarcófago figura:
“…Introduce a este Pepi en ti como
una estrella inmortal
”.(4)
En ese renacimiento a través de la diosa Nut, generalmente se hacía en la esfera del sol, aunque a veces sucedía que se realizaba a través de las estrellas:
Oh Unas (otro nombre de Teti), tú eres esa gran estrella, la Compañera de Orión,
Que cruza el cielo con Orión
Y navega por el Infierno con Osiris.
Sales en el lado oriental del Cielo,
Renovado en tu tiempo, rejuvenecido a tu hora.
Nut te ha dado a luz junto con Orión
...” (5)
Aunque no era frecuente que el rey transfigurado bajase al Infierno, por el riesgo que suponía, es el toro del cielo el que lo protege:
“...Pasas por Abidos en esta tu transfiguración
que los dioses te ordenaron realizar.
Se te ha abierto una senda en el Infierno, al lugar
Donde está Orión"
.(6)
Está perfectamente documentado que durante la V y VI dinastías (2465-2152 a.C.) se escribían textos jaculatorios sobre las paredes de los sarcófagos, llegando incluso hasta la XVIII Dinastía (1550-1307 a.C.), en que se realizaban imágenes pictóricas de la diosa Nut, que cubría el interior de los ataúdes de personajes de sangre real.
Estas representaciones pictóricas en el interior de los sarcófagos, como significación envolvente del vientre de la diosa Nut y la asociación del sol como becerro dorado del amanecer, justifican también las prácticas de enterramientos dentro de pieles de toro o de vaca, considerados como el vientre de la diosa, que se realizaban en gran parte del territorio africano y otros como veremos a continuación.
La creencia egipcia entendía que los preparativos del enterramiento tenían por objeto introducir el cuerpo del rey muerto dentro del claustro materno, a cuyo acto seguiría el parto y el renacer en la otra vida. El precedente egipcio más antiguo y anterior a Apis y Mnevis o Merur, los toros relacionados con los dioses Ptha y Osiris ó Ra y Ra-Atum respectivamente, es la expresión de “el gran degollado”, que en ciertos lugares designaba al Toro divino. En el ritual de la degollación del toro divino, la cabeza se colocaba sobre el pilar santo del templo de Heliópolis y la piel servía de vehículo revitalizador del difunto envuelto en ella.(7)
Otra de las significaciones del toro fúnebre la encontramos en la asimilación del dios Anti (el encargado de vigilar la navegación de la barca solar), que lo representaban a veces como un pellejo de toro negro sujeto a un mástil, como soporte, y apoyado en una especie de mortero, otras como un toro negro con una mancha blanca en la frente o una piel de vaca. Bajo el aspecto funerario y relacionado con el difunto, representa a las antiguas pieles de vaca en las que los fallecidos eran enterrados, estableciéndose un paralelismo entre la piel táurica y la resurrección del difunto en el Más Allá.
También las cabezas tauromorfas se utilizaban para adornar la popa de la barca del dios menfita Sokaris, el dios de los muertos en las región de Menfis, al igual que ocurría con la barca de Osiris, o decorando las tapas de los vasos “canopes” que contenían las vísceras del difunto, cuya práctica está documentada desde las Dinastías XVIII y XIX, es otra prueba más de la adscripción del toro al mundo funerario.
Entre las muchas manifestaciones de esa asociación entre el toro y el mundo fúnebre, documentada en el mundo egipcio desde antaño, no podemos olvidar la asociación del toro Apis con Osiris (el Dios funerario por excelencia), el cual se transformaba al morir en una divinidad funeraria. Bajo el nombre de Osiris-Apis o Ser-Apis reinaba en el mundo de los muertos y el propio toro era objeto de embalsamamiento y enterramiento en tumbas especiales o “serapeum”, junto a la costumbre de utilizar sarcófagos en forma de toro, que arranca desde la más remota antigüedad, como nos revela en una leyenda Diodoro de Sicilia (91-3 a.C.): “...muerto Osiris, el alma se trasladó a éste y, por eso, continúa hasta ahora trasladándose siempre a sus sucesores en sus manifestaciones; otros dicen que, tras fallecer Osiris a manos de Tifón (se refiere a Set), Isis, después de haber reunido los miembros, los metió en un buey de madera, poniendo fino lino alrededor...”.
Para las ceremonias anuales conmemorativas del fratricidio divino, existía una vaca de madera que era llevada en la procesión de Osiris, en cuyo interior se creía que estaba la momia del dios. En nota 379 del traductor Francisco Parreu Alasá se dice: “ Están atestiguados sarcófagos con forma de vaca o con una vaca pintada (la diosa Nut) y existía una vaca de madera llevada en la procesión de Osiris, en cuyo interior se creía que estaba la momia del dios...” (8)
Heródoto nos ofrece, también, un precioso relato de ese tipo de enterramientos al describir el de la hija del faraón Mikerinos (2.490-2.472 a.C., el constructor de la tercera pirámide de Saqqära en la antigua Menfis), dentro de un sarcófago de madera sobredorada en forma de vaca y que él mismo afirmaba haber visto, “...a Mikerinos, dice, le llegó la primera desgracia en su hija que murió. Afligido por la desdicha y deseoso de enterrar a su hija con extraordinaria magnificencia, mandó hacer una vaca de madera, vacía, que hizo dorar, y en ella sepultó a su hija muerta. Esta vaca no fue cubierta con tierra, sino que se halla en la ciudad de Sais, colocada en una sala decorada del palacio real; y junto a ella queman inciensos de todas clases durante todo el día.... La vaca está toda ella escondida bajo un manto de púrpura, menos el cuello y la cabeza que aparecen dorados con una espesa capa de oro; y entre los cuernos hay una imitación en oro del disco solar. Y la vaca no está de pié, sino arrodillada, su tamaño es el de una vaca grande viva. Todos los años sacan la vaca de la sala a la luz, pues dicen que la joven al morir pidió a su padre Mikerinos la gracia de ver el sol una vez al año”.(9)
No podemos terminar las referencias fúnebres egipcias, sin citar una de las tres fuentes de conocimiento del antiguo Egipto como es el “Libro de los Muertos”. En ese texto fúnebre encontramos otra asociación y utilización del toro en los rituales funerarios al relatar “La apertura de la boca del difunto”, bien con la Azuela, el instrumento de Anubis, o introduciendo en la boca del difunto los testículos de un toro sacrificado, en la creencia de que restituía al difunto el uso de la lengua en la otra vida. Después de descuartizar la víctima, ofrecida al muerto por sus parientes y amigos, se depositaba ante la momia “el muslo y el corazón del animal sacrificado donde se ocultaba el alma del difunto”. El Libro de los Muertos fue escrito en piel de gacela y hallado en el templo de Déndera, cuya antigüedad se data hacia el año 1500 a.C.
A Osiris se le denomina “Toro del Occidente” y se le invoca en casi todas las oraciones, en varios pasajes del Libro de los Muertos. En el capítulo que narra la fórmula para instalar el lecho funerario, al relatar las excelencias del difunto se dice: “...¡Eres puro, eres puro! La parte anterior (de tu cuerpo) es pura (y) la posterior (también) es pura; (has sido preparado) con natrón, incienso, agua fresca (y) resina; has sido purificado con leche del toro Apis...” (10)
Siguiendo el curso ascendente del Nilo, nos encontramos unos curiosos rituales practicados en Sudán, entre los Shilluk, pueblo ganadero de bovinos que viven al norte de Jartún, en el Nilo Blanco: “..el rey era estrangulado y enterrado con una virgen viva a su lado. Cuando los dos cuerpos se pudrían, sus huesos se colocaban en la piel de un Toro. Un año más tarde se nombraba al nuevo rey y sobre la tumba de su antecesor el ganado era acuchillado hasta la muerte a cientos”. Después de terminada la ceremonia se repartía la carne de los toros sacrificados entre los presentes al ceremonial, cuyos animales se descuartizaban sin despellejar.(11)
Igualmente, en otro pueblo sudanés, los Dinkas, dedicados a la cria de ganado, cada poblado separa de sus rebaños un buey, el más fuerte, al que se le dedican canciones épicas, ya que entre las gentes de estos pueblos el ganado llega a tener un valor casi religioso, hasta el punto de que no los sacrifican a no ser con ocasión de fiestas o ceremonias. El buey seleccionado es considerado el Buey sagrado del poblado, al que se le llegan a ofrecer, en sacrificios, otros animales.
Este pueblo realizaba un curioso rito de iniciación a la pubertad: “cuando el muchacho ingresa en la clase de los jóvenes, por edad, el padre del joven presenta a su hijo con un toro, que recibe el mismo nombre que el muchacho. Es tal la unión entre ellos que se pasa horas cantando y jugando con su toro y que será sacrificado si el muchacho muere. En su tumba se colocarán los cuernos del animal”. Al entregarle el buey le adornan los cuernos, de forma que se parezcan a los del Buey sagrado del poblado.(12)
Hacia el sur, en la zona marcada por las ruinas del gran templo de piedra de Zimbabwe, en Matabeleland, el regicidio ritual se practicó hasta 1.810. Los sacerdotes consultaban las estrellas y el oráculo sagrado cada cuatro años, y, sin lugar a dudas, el veredicto sería muerte para el rey. La costumbre consistía en que “...la primera esposa del rey, que lo había ayudado a encender el primer fuego sagrado de su reinado, debía estrangularle con un cordel hecho de tendón de pata de toro. El estrangulamiento debía tener lugar en una noche de luna nueva. Al cuarto día el cadáver se colocaba en posición fetal, se envolvía en un paño de forma que sobresalieran el dedo pulgar y las puntas de las uñas y luego se envolvía en la piel fresca de un toro negro con una marca blanca en la frente”.
Tendría alguna relación, o vínculo conexo, esta piel con la piel representativa del dios egipcio Anti, citado anteriormente?.
Para terminar este recorrido por los pueblos nilóticos, encontramos otro curioso ritual que realizaban los Bayankole ”... cuando un rey muere, envuelven su cuerpo en la piel de una vaca recién muerta, después de lavar con leche el cadáver real..., e incluso hacen que el ganado participe en el duelo, separando las vacas de sus terneros a fin de que unas y otros lancen melancólicos mugidos”.(13)
Para la tribu Ga, en Ghana, los funerales son tiempo de luto, pero también de celebración. Los Ga creen que cuando alguien querido muere pasa a otra vida, y se aseguran de que lo haga con estilo. Honran a sus muertos con féretros coloristas que conmemoran la forma de vida del difunto. Los ataúdes se diseñan para representar aspectos de la vida de la persona muerta: un coche si era un chófer, un pez para los pescadores o una máquina de coser para la costurera. También pueden simbolizar los vicios del difunto, como una botella de cerveza o un cigarrillo.
La costumbre de la participación del ganado en los funerales reales se encuentra representada en infinidad de templos y papiros, además de estar atestiguada su presencia en los Textos de las Pirámides (hacia 2.350 a.C.), donde el rey muerto se ha convertido en Osiris y cuya jaculatoria reza así:
El cielo habla (...en truenos?); la tierra se agita,
por Temor a ti, Osiris, cuando asciendes.
¡Oh allá lejos, vacas lecheras,
Oh allá lejos, vacas lactantes, ir a su lado!;
lloradle, alabadle, cantadle vuestro plañidero canto cuando asciende.
El se va al cielo entre los dioses, sus hermanos”.(14)
Como se ha podido comprobar, no podemos detenernos en relatar los elaborados rituales o ceremoniales funerarios que sería prolijo describir. Sepan que tras la muerte, al difunto se le sometía a las operaciones de la momificación en la “Tienda de la Purificación”, donde recibía ofrendas funerarias. El entierro, en sí, comenzaba con la formación de la comitiva, la travesía del Nilo, la subida a la tumba, la lectura de las interminables letanías por parte de los sacerdotes y los familiares del fallecido, la apertura de la boca del difunto, el adiós a la momia y la comida funeraria. Sin olvidar el obligado acompañamiento de músicos, plañideras con los rostros cubiertos de limo, el pecho descubierto, los vestidos desgarrados y el ganado de lúgubre bramido que acabo de describir. Todo ese ceremonial podía llegar a durar hasta dos meses. Por ello, suspendamos aquí el relato que retomaremos en el próximo capítulo.
Plácido González Hermoso.
BIBLIOGRAFIA:(1).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses” Alianza Edit.1988
(2).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”: Texto de las Pirámides,616 d-f.
(3).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”: Pirámides 781 b
(4).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”: Texto de las Pirámides 782
(5).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”: Texto de las Pirámides 882
(6).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”: Texto de las Pirámides 883
(7).- Cristina Delgado Linacero, “El Toro en el Mediterráneo”
(8).- Diodoro Sículo,“Biblioteca Histórica”
(9).- Heródoto, “Historias”, Libro II
(10).- Albert Champdor.-”El libro egipcio de los muertos”
(11).- Mircea Eliade.-”Historia de las creencias y de las ideas religiosas” Tomo IV.
(12).- Francesc Lluís Cardona, “Mitologías y leyendas africanas”
(13).- Henri Frankfort “Reyes y Dioses, Alianza Editorial 1988
(14).- Textos de las Pirámides 549-50, Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”

miércoles, 29 de julio de 2009

LA PIEL Y LAS ASTAS DEL TORO

Para completar la trilogía sobre la utilización de las partes físicas del toro a lo largo de la historia -sobre la carne y la sangre de este animal ya se comentó en los capítulos anteriores- puede servir, a modo de cierre, el uso y la utilización dada a la piel y las astas del toro.
Al igual que en los capítulos precedentes, los relatos referidos, los datos aportados, los rituales reseñados, las costumbres narradas representan solo una mínima parte del fondo documental que la historia de la humanidad nos ha legado al respecto, sin contar todo lo que los avatares históricos y la noche de los tiempos se llevaron sin dejar rastro alguno.
De forma parecida al tratamiento dado a la carne y la sangre, a la piel y a las astas del toro se le dieron infinidad de utilizaciones de todo tipo que van desde los aspectos monetario, funerario o militar, a los usos marítimos, guerreros, indumentarios, domésticos, etc., todo ello debido a la fortaleza y calidad de la piel, que hizo de esta materia prima material preferente y deseado hasta nuestros días.
Afirmar que la primera utilización que el hombre primitivo le dio a la piel del toro fue, a modo de vestido, para taparse y protegerse de los fríos intensos que tuvo que soportar, en aquellas glaciaciones desde el remoto Paleolítico, es algo tan evidente que no precisa probatura. Más tarde, con el correr de los tiempos pasó, a la luz de la etnología, del uso por pura necesidad física a su utilización pudorosa y suntuosa o como reclamo sexual. Mas eso pertenece ya a otra disciplina.
La utilización de pieles en la antigüedad, y la del toro en particular, la encontramos ya atestiguada en las pinturas rupestres de nuestra Península, a modo de camuflaje para mejor acercarse a los animales a cazar y poder cobrar la pieza con más facilidad y menor riesgo.
También las danzas rituales, practicadas por el hombre primitivo, estaban asociadas a ritos de fertilidad y ciertas prácticas religiosas. En cada grupo tribal del Neolítico, los hechiceros se adornaban, en los rituales practicados, con una cabeza de toro salvaje hueca y una piel de toro incluida la cola, y hasta es probable que fueran los que realizaran las pinturas rupestres, ya que estas se suponen asociadas a rituales de magia.
Al principio del Génesis se relata el pasaje en que Dios, antes de expulsar a Adán y Eva del paraíso, “les hizo unas túnicas de pieles y los vistió”(Gén.3,21). La Biblia no cita el tipo de piel utilizada para ello, mas no sería demasiado aventurado presumir que fuese la del toro, teniendo en cuenta que este animal era la víctima sacrificial predilecta para Yahvé.
Aunque en muchos de los sacrificios la piel de la víctima, incluida la del toro, era quemada fuera del recinto sagrado, según los diferentes rituales, también es cierto que la ley mosaica establecía que: “Del sacerdote que ofrezca un holocausto será la piel de la víctima que ha ofrecido...”(Lev. 7,8)
No cabe duda que a la divinidad se le reservaba siempre las mejores ofrendas. Los objetos sagrados estaban confeccionados con los mejores materiales, como era el caso de la construcción del tambor sagrado de los templos, con cuyo sonido se congregaba a los fieles a los actos litúrgicos, y que se fabricaba con la piel de un toro, cuyo instrumento estaba dedicado al dios sumerio En-lil o al babilónico Marduk. En la creencia general se decía que el tambor reproducía la voz mugiente del dios y al sonido producido por este instrumento se le conocía como “la música del toro”.
Antes de realizar el sacrificio del toro, para utilizar su piel en la confección del tambor sagrado, el sacerdote pronunciaba una salmodia en la oreja del toro, a modo de respetuosa salutación:
Gran Toro, sublime, que pisas la hierba pura,
que andas por el campo y llevas la abundancia,
que cultivas los cereales y que alegras los campos
...”.(1)
El oficio de curtidor fue una profesión común y necesaria en todas las sociedades de la antigüedad, sin embargo la primera y única cita que encontramos en la Biblia aparece ya en época tardía, concretamente en los Hechos de los Apóstoles, al relatar el episodio en el que Pedro resucita en Joppe a “…una discípula llamada Tabita, que quiere decir Gacela”(Hch.9,36), y terminado el milagroso acontecimiento: “…Pedro permaneció bastantes días en Joppe hospedado en casa de Simón el curtidor”(Hch.9,43), “…cuya casa está junto al mar”(Hch.10,6). Al puerto de Joppe, junto a lo que hoy es Tel-Aviv, llegaba la madera del Líbano para la construcción del Templo de Jerusalén, en tiempos de Salomón. Hoy es habitual la denominación unificada de Tel-Aviv-Yafó.
Precisamente la piel de un toro extendida fue la forma primigenia utilizada en la fabricación de aquellos lingotes de oro, de unos 8,5 gramos de peso o los de cobre o bronce, de entre 25-30 Kg de peso (conocidos más tarde como “lingotes chipriotas”), que estuvieron en circulación desde el siglo XVIII a.C. hasta la aparición de la moneda en el siglo VII a.C. y fueron las primeras monedas conocidas que circularon por todo el Mediterráneo, donde comenzó a denominárselos talentos.
En la época de Homero, el talento de oro equivalía a un buey, existiendo dos sistemas de valor, el trueque de vacuno y el talento de oro.
Los primeros lingotes fueron considerados como símbolo de riqueza y rango social y se entregaban como recompensa o dádiva entre los poderosos y exigidos como impuestos, tributo o botín de guerra. La misma piel fue asunto reclamado como tributo a los pueblos sometidos, como cita el historiador Diodoro Sículo (fines s. I a.C.), quien afirma que los pueblos de Numancia y Termancia (la actual población Montejo de Liceras, Soria) tributaron a Pompeyo (106-48 a.C.), 3.000 pieles de buey, entre otros productos.
El geógrafo Estrabón (58 a.C. – 25 d.C.) además de comparar la península Ibérica con una piel de toro extendida, nos da cuenta del floreciente comercio de pieles que mantenían los habitantes del Cantábrico y del Duero a cambio de sal, cerámica y objetos de bronce, al principio de nuestra era.
El precio de las pieles, como cualquier otro producto de la actividad comercial, era asunto regulado por las distintas normativas legales en los diversos países en la antigüedad, como ocurría con las leyes Hititas (hacia el 1300 a.C.), que en su Artº 185 establecía:“El precio de: un IKU de viñas es 1 mina de plata - el cuero de un buey bien criado es un siclo de plata (8-10 grs.). - 5 cueros de res lechal es 1 siclo de plata - 10 cueros de cabra es 1 mina de plata - 10 pieles de ovejas jóvenes es 1 siclo de plata - 4 pieles de cabra es 1 siclo de plata - 15 pieles de cabras trasquiladas es 1 siclo de plata - 20 pieles de cordero es 1 siclo de plata - 20 pieles de cabrito es 1 siclo de plata. Quien compre la carne de 2 bueyes bien criados pagará una oveja”.
Entre los diferentes lingotes de bronce que han llegado hasta nuestros días, cabe reseñar el procedente de Serra Llixi (Nugarus, Nuoro Cerdeña), datado hacia el s. XI-X a.C. (fig. )
También podría citarse un pectoral, con forma de piel de un toro extendida, del conocido tesoro de “El Carambolo” hallado en Sevilla, considerado por algunos como "Un tesoro digno de Argantonio"(El primer rey ibérico de Tartessos, hacia el 550 a.C.). El mismo está catalogado entre los siglos VIII y III a.C. y se cree que esos adornos eran portados por una sola persona, tal vez un hombre en algún ritual suntuoso o, tal vez, pertenecían al ajuar de una estatua ritual, posiblemente un toro.
Cabe destacar el hallazgo reciente de un altar ibérico, del s.V a.C., encontrado en Lorca (Murcia), con forma "de lingote chipriota o piel de toro" con reminiscencias púnicas, parecido a los hallados en Andalucía o Extremadura.
Con la llegada de la moneda acuñada, bajo el reinado de Creso (560-546 a.C.), la moneda tomó un gran auge al acuñar diversas emisiones de monedas. Sus primeras estáteras (14 gramos) mostraban, como imagen representada, dos cabezas opuestas de león y toro.
Otra de las formas de utilización de la piel de toro fue en la confección de pergaminos, aunque la mayoría fuesen confeccionados con pieles de cabra u oveja. En Roma los pergaminos de pieles de oveja o de cabra, se cortaban en forma rectangular que eran cosidos unos con otros para formar rollos, a semejanza de los empleados por los egipcios, aunque los más finos eran de piel de terner@ y se destinaban para ediciones de lujo y estuvieron en uso desde el s. II a.C.
Precisamente de lujo tuvo que ser el primer libro del Avesta (el libro sagrado de los Vedas de Persia), atribuidos a Zaratrusta (700-630 a.C.), que fueron escritos en “doce mil pieles de toro” y fue Alejandro Magno, el año 331 a. C., quién ordenó quemarlos, cuando redujo a cenizas la ciudad de Persépolis. Esa “biblia” del mazdeísmo fue reconstruida de memoria hacia el s. III o IV d.C.
En Mesopotamia utilizaban para el transporte fluvial unas balsas de madera y cañas dispuestas sobre unos odres de piel de buey hinchados o bien usaban unas barcas de madera con formas redondeadas y forradas con piel de este animal.
Interesante fue la argucia utilizada por las tropas de Alejandro Magno cruzaron las aguas del Tigris y el Éufrates montados sobre pellejos de buey hinchados de aire. También se utilizaban pellejos de piel llenos de aire para pescar y bucear, aspirando a intervalos el aire de su interior, consiguiendo con ello prolongar las inmersiones y aumentar las capturas a pescar. También en la España primitiva se usaron barcas de cuero cosido, con las que navegaban norteños y lusitanos, según el relato de Estrabón.
La piel del toro se usó para la fabricación de odres para almacenamiento de líquidos, que fueron usados por egipcios, hebreos, mesopotámicos, griegos, romanos y hasta hace poco, en nuestra Península, para el transporte de vinos.
Curiosa fue la utilización de unos odres, relatado por Homero en la Odisea, que fueron regalados a Odiseo por el rey de Eolia (Eolo Hipótada), cuando se marchó de la isla flotante de Eolia:”Diome entonces, encerrados en un cuero de un buey de nueve años que antes había desollado, los soplos de los mugidos vientos, pues el Cronida habíale hecho árbitro de ellos, con facultad de aquietar y de excitar al que quisiera. Y ató dichos pellejos en la cóncava nave con reluciente hilo de plata, de manera que no saliese ni el menor soplo, enviándome el Céfiro para que, soplando, llevara nuestras naves y a nosotros en ellas”.
Diodoro de Sicilia (conocido como Diodoro Sículo, 90-5 a.C.) relata una curiosa estratagema empleada por la reina asiria Semíramis en su campaña contra la India(al parecer se trata de un relato ficticio, como el personaje). Cuando vio que el número de elefantes que poseía era inferior a los de la India, ideó construir figuras de esos animales con la piel de trescientos mil bueyes negros, que rellenaron posteriormente con hierba.
Los escudos de piel de toro fueron también de uso común entre los ejércitos antiguos. Estaban recubiertos de pieles de vacuno, como se observa en los que llevaban un grupo de soldados de madera, recuperados de una tumba egipcia de la XII dinastía (1991-1783 a.C.) o los que se contemplan en un fresco de Thera, en Santorini, Grecia (500 a.C.).
Otra vez Homero nos describe los escudos empleados por los aqueos, forrados con varias capas de piel de vaca o de buey, como el del caudillo Ayax que se confeccionó con siete capas. También las corazas greco-romanas eran del mismo material y sobre ellas iban colocadas, a modo de protección, placas de bronce o de hierro. Lo mismo que mesopotámicos usaban también la piel en sus cascos, escudos y sillas de montar.
La artesanía del cuero en Egipto se remonta al Imperio Antiguo, donde se emplearon en la fabricación sandalias, porta-manuscritos, cascos, escudos de cuero y carcaj, sillas de montar, cabezadas, riendas, etc., que en general fueron de uso común entre todos los pueblos de la antigüedad. Todos estos objetos eran repujados con profusión y elegantes dibujos, hasta el punto de que tenían amplia fama entre los países vecinos. No debemos olvidar tampoco las camas egipcias de cuero de buey, cuyos somieres se confeccionaban con tiras de piel entrelazadas y en especial los de las camas plegables, como las encontradas en la tumba de Tutankamón, descubierta por Howard Carter, quien halló en el fondo de un cofre de la tumba dos pares de sandalias de cuero y un par, de los encontrados, estaba decorado con oro
Las sandalias de cuero se conocían ya en los primeros tiempos del Egipto antiguo. En las tumbas del Reino Arcaico se han encontrado "modelos" de sandalias siendo los faraones los que usaban las sandalias más suntuosas, con la punta realzada hacia el empeine y en ellas se representaba artísticamente a los enemigos capturados en las suelas, de modo que mágicamente el rey los pisoteaba o aplastaba cada vez que daba un paso.
Entre los objetos que Ramsés II (1301-1231 a.C.) proveía a su pueblo se relatan los siguientes: "Para vosotros he llenado los depósitos con toda clase de cosas: pan, carne, pasteles, sandalias, vestidos, abundantes ungüentos de modo que podáis frotaros la cabeza cada 10 días y equiparos todo el año, y que en todo tiempo dispongáis de buen calzado".
Por regla general los egipcios caminaban casi siempre descalzos, llevabando las sandalias en las manos o colgadas de un bastón y solo se las calzaban cuando llegaban a su destino. El propio faraón Narmer (3050 a.C. aprx.) caminaba con los pies descalzos escoltado por sus criados, uno de los cuales ostentaba el cargo de “portador de las sandalias del faraón”. el cual lleva las sandalias atadas a su muñeca izquierda y un cántaro o botijo en su mano derecha.
Precisamente el faraón disponía de sus propios talleres de tenerías, como se refleja en una inscripción de un ataúd hallado en la necrópolis de Gizeh y perteneciente a un oficial de nombre Uta: “El jefe de las tenerías de las sandalias reales, que se dedica a todo lo relacionado con las sandalias del rey, a la satisfacción de su amo, Uta. El director de los guarnicioneros, fabricante de las cajas de actas del rey, un encargado de los secretos que hacía las cosas según el deseo de su señor en el trabajo de los guarnicioneros, Uta”.
Otra de las utilizaciones que daban los egipcios a la piel del toro era para celebrar el ritual denominado “pasaje por la piel” que realizaban los faraones y sacerdotes para rejuvenecerse. Este ritual era conocido como “Heb Sed”, o del rejuvenecimiento del poder, en el que previamente un sirviente personal procedía a lavar los pies del Faraón antes de calzarle las sandalias rituales.
El poeta Hesíodo (hacia el s.VIII a.C.), en “Los Trabajos y los días”, recomienda un tipo de piel para la confección de sandalias: “...en torno a tus pies calza ajustadas sandalias de buey muerto con violencia...”. No parece muy comprensible esta afirmación de Hesíodo de que la muerte violenta de un animal de fortalez a la piel.
Nuevamente encontramos en la Biblia unos hechos curiosos alusivos a las sandalias. En la “ley del Levirato”, donde se establecía que si un hombre muere, sin dejar hijos, el hermano debe cohabitar con su cuñada y el hijo que naciere será hijo de su hermano muerto. Mas si éste se negase a cumplir con la ley: “… su cuñada se acercará a él, en presencia de los ancianos, le quitará una sandalia del pié y le escupirá en la cara… Y su casa será llamada en Israel la casa del Sinsandalias.”(Dt.25,10)
Es curioso comprobar la forma en que se hacían los tratos en Israel en tiempos de la moabita Rut (s. XII a.C., Rut significa "compañera"), que era la bisabuela del Rey David: :“Había en Israel la costumbre, en caso de compra o de cambio, para convalidar el contrato, de quitarse el uno una sandalia y dársela al otro. Esto servía de prueba en Israel.” (Rut. 4,7)
Otra forma de utilización fueron las históricas pieles funerarias entre los pueblos nilóticos. Antes de la aparición del toro egipcio Apis, en el ritual de la degollación del toro divino, la piel se usaba como vehículo revitalizador del difunto envuelto en ella. Precisamente al dios Anti (el encargado de vigilar la navegación de la barca solar), se le representaba como un pellejo de toro negro sujeto a un mástil o como una piel de vaca. Bajo el aspecto funerario y relacionado con el difunto representa las antiguas pieles de vaca en las que los fallecidos eran enterrados, estableciéndose un paralelismo simbólico entre la piel táurica y la resurrección del difunto en el Más Allá.
También entre los Shilluk (tribu de Sudán), tras el acto del regicidio sacro, enterraban al rey junto con una virgen viva a su lado y cuando los dos cuerpos se pudrían, sus huesos se colocaban en la piel de un Toro. Parecido rito se practicaba en Zimbabwe, cuando la primera esposa del rey debía estrangularle con el tendón de la pata de un toro, el cadáver se envolvía en la piel fresca de un toro negro con una marca blanca en la frente.
Muchos más ejemplos podrían citarse, que sería prolijo de relatar, ya que la utilización de la piel del vacuno para diversos usos es tan extensa como la inventiva humana.
Al igual que con la piel, la utilización de las astas del toro para la confección de innumerables objetos, tienen parecida antigüedad como aquella.
Entre los usos dados al cuerno del toro, es notorio el que se le dio en el mundo bíblico, empleándolo como ungüentario ritual y servían para contener los óleos sagrados con los que ungían, entre otros, a los reyes de las primeras dinastías de Israel. El mismo texto bíblico nos da cuenta, en infinidad de pasajes, de la utilización de los cuernos que adornaban los altares israelitas, los cuales además de ser uncidos con la sangre de las víctimas sacrificadas, tenían la potestad de proteger a las personas que a ellos se acogieran, como le ocurrió a Adonías, hijo del rey David y hermano de Salomón, quien -tras haberse proclamado rey sin la aquiescencia de su padre, enfermo y anciano, que ordenó se unciese como rey de Israel y Judá a Salomón- temiendo que su hermano lo eliminara, se refugió en el templo y: “…Adonías, temiendo de Salomón, se levantó y fue al tabernáculo de Yahveh a agarrarse a los cuernos del altar”. Este hecho le fue comunicado a Salomón: “…Adonías tiene miedo del rey Salomón y ha ido a agarrarse de los cuernos del altar, diciendo: Que el rey Salomón me jure hoy que no hará morir por la espada a su siervo”. (1Rey. 1, 50-52)
En todas las tradiciones primitivas los cuernos implican ideas de fuerza y poder. Con ellos se adornaban los tocados de pieles prehistóricos y los yelmos de guerra, hasta la Edad Media. Los cuernos entraron en composición decorativa y ornamental de los templos asiáticos y, junto con los bucráneos (por ser restos sacrificiales), se consideraban de valor sacro. Precisamente en la unión del primer cuerpo con el segundo, de la torre de la catedral de Murcia, aparecen cuatro bucráneos por cada cara, 16 en total, como elementos decorativos de reminiscencia sacrificial.
Como elemento de ornamentación también son ampliamente conocidas las representaciones córneas en lo alto de palacios y templos, como se constata en el palacio-templo cretense de Cnosos, donde la presencia de unos enormes “cuernos de consagración” demuestran la clara significación religiosa.
Otro tanto ocurría en Copto (Egipto), en la época faraónica, donde el templo dedicado al dios egipcio de la fertilidad Min, estaba coronado por un par de enormes astas taurinas, en clara referencia de la asociación del dios con el toro. Sobre esta relación del toro con los dioses véase el artículo “Toros mitológicos II”, en este mismo blog.
En el Poema de Gilgämesh se nos da cuenta de un hecho curioso en el que el héroe, tras dar muerte al Toro Celeste, reunió a los artesanos de Uruk para que admirasen los cuernos del toro y luego los decorasen. “...Los artesanos midieron el grosor de los dos cuernos: su masa era, cada una, de treinta minas de lapislázuli (unos 15 Kg. cada cuerno), la anchura de su revestimiento era del grosor de dos dedos y de seis guru de aceite el contenido de ellos (unos 1500 litros), Gilgämesch ofreció los dos cuernos a su dios, Lugalbanda, como vasos de unción; se los llevó y colgó en su cámara principesca”.
Conocidas también eran las tiaras babilónicas, las cuales estaban orladas con varios pares de cuernos que simbolizan la naturaleza divina y que coronaban las testas reales y los famosos toros alados asirios.
Los celtas solían representar a los toros provistos de tres cuernos, en la creencia de que aumentaba así el simbolismo del cuerno, que denotaba agresividad y fertilidad, gracias al poder sagrado del número tres.
Otra significación mágica de las astas se nos relata en el sueño de los gansos y el halcón de Penélope, en la Odisea, que en sus ensoñaciones oníricas vio que los sueños que salían por la puerta de marfil eran engañosos, mientras que los que procedían de la puerta construida de “pulimentado cuerno, anuncian cosas que realmente han de verificarse”.
Ese mismo texto fabuloso nos refiere la epopeya en la que arrebatan y dan muerte a los compañeros de Odiseo, devorándolos el monstruo Escila, tras “arrojar al Ponto el cuerno de un toro montaraz”.
Otra curiosa utilización fue la que le dieron los romanos al cuerno, que lo emplearon como utensilio médico para alimentar a los enfermos, usándolo a modo de embudo.
En las representaciones teatrales o rituales, era frecuente el uso de máscaras con prominentes cornamentas, al igual que el empleo de ritones con forma de cabezas de toros, como los conocidísimos ritones cretenses o la cabeza de toro con cuernos de oro de Villajoyosa, Alicante etc. Las representaciones de divinidades portando esbeltas cornamentas eran frecuentes en el mundo egipcio, como Hator, Isis o el mismo Ptah. En el mundo griego a dios Dioniso o al romano Marte se los presentaba de esta guisa.
La utilización musical del cuerno del toro estuvo ampliamente difundida en la música mesopotámica y demás pueblos ribereños del Mediterráneo. En un fresco del palacio de Mari, aparece un hombre que empuña un cuerno como instrumento sonoro, cuya antigüedad data del siglo XVIII a.C., por citar algún ejemplo.
Los ejércitos romanos disponían de músicos denominados bucinatores y cornicines, cuyos instrumentos se fabricaban con cuernos de bueyes o de búfalos, algunos de los cuales eran adornados con plata en sus embocaduras.
Muchos ejércitos de la antigüedad y no solo los vikingos, utilizaron los cuernos en los cascos de los guerreros, que les daba un aire más agresivo. Incluso muchos estandartes guerreros iban coronados con prominentes cornamentas.
Los usos domésticos dados al cuerno de vacuno han sido innumerables y van desde las aceiteras pastoriles, las cuernas y colodras para diferentes utilidades, la confección de peines y peinetas, o infinidad de objetos de adornos, ya que su ductilidad hace fácil cualquier proceso.

Plácido González Hermoso

BIBLIOGRAFIA
1.- Federico Lara Peinado, “Himnos Sumerios”.
2.- Cristina Delgado Linacero, “El Toro en el Mediterráneo”.
3.- Diodoro Sículo,“Biblioteca historica”
4.- Estrabón, “Geografía”.
5.- Homero,”La Odisea”.
6.- F. LL. Cardona, “Mitología y Leyendas africanas”.
7.- Federico Lara Peinado, “Poema de Gilgamesh”.