miércoles, 29 de julio de 2009

LA PIEL Y LAS ASTAS DEL TORO

Para completar la trilogía sobre la utilización de las partes físicas del toro a lo largo de la historia -sobre la carne y la sangre de este animal ya se comentó en los capítulos anteriores- puede servir, a modo de cierre, el uso y la utilización dada a la piel y las astas del toro.
Al igual que en los capítulos precedentes, los relatos referidos, los datos aportados, los rituales reseñados, las costumbres narradas representan solo una mínima parte del fondo documental que la historia de la humanidad nos ha legado al respecto, sin contar todo lo que los avatares históricos y la noche de los tiempos se llevaron sin dejar rastro alguno.
De forma parecida al tratamiento dado a la carne y la sangre, a la piel y a las astas del toro se le dieron infinidad de utilizaciones de todo tipo que van desde los aspectos monetario, funerario o militar, a los usos marítimos, guerreros, indumentarios, domésticos, etc., todo ello debido a la fortaleza y calidad de la piel, que hizo de esta materia prima material preferente y deseado hasta nuestros días.
Afirmar que la primera utilización que el hombre primitivo le dio a la piel del toro fue, a modo de vestido, para taparse y protegerse de los fríos intensos que tuvo que soportar, en aquellas glaciaciones desde el remoto Paleolítico, es algo tan evidente que no precisa probatura. Más tarde, con el correr de los tiempos pasó, a la luz de la etnología, del uso por pura necesidad física a su utilización pudorosa y suntuosa o como reclamo sexual. Mas eso pertenece ya a otra disciplina.
La utilización de pieles en la antigüedad, y la del toro en particular, la encontramos ya atestiguada en las pinturas rupestres de nuestra Península, a modo de camuflaje para mejor acercarse a los animales a cazar y poder cobrar la pieza con más facilidad y menor riesgo.
También las danzas rituales, practicadas por el hombre primitivo, estaban asociadas a ritos de fertilidad y ciertas prácticas religiosas. En cada grupo tribal del Neolítico, los hechiceros se adornaban, en los rituales practicados, con una cabeza de toro salvaje hueca y una piel de toro incluida la cola, y hasta es probable que fueran los que realizaran las pinturas rupestres, ya que estas se suponen asociadas a rituales de magia.
Al principio del Génesis se relata el pasaje en que Dios, antes de expulsar a Adán y Eva del paraíso, “les hizo unas túnicas de pieles y los vistió”(Gén.3,21). La Biblia no cita el tipo de piel utilizada para ello, mas no sería demasiado aventurado presumir que fuese la del toro, teniendo en cuenta que este animal era la víctima sacrificial predilecta para Yahvé.
Aunque en muchos de los sacrificios la piel de la víctima, incluida la del toro, era quemada fuera del recinto sagrado, según los diferentes rituales, también es cierto que la ley mosaica establecía que: “Del sacerdote que ofrezca un holocausto será la piel de la víctima que ha ofrecido...”(Lev. 7,8)
No cabe duda que a la divinidad se le reservaba siempre las mejores ofrendas. Los objetos sagrados estaban confeccionados con los mejores materiales, como era el caso de la construcción del tambor sagrado de los templos, con cuyo sonido se congregaba a los fieles a los actos litúrgicos, y que se fabricaba con la piel de un toro, cuyo instrumento estaba dedicado al dios sumerio En-lil o al babilónico Marduk. En la creencia general se decía que el tambor reproducía la voz mugiente del dios y al sonido producido por este instrumento se le conocía como “la música del toro”.
Antes de realizar el sacrificio del toro, para utilizar su piel en la confección del tambor sagrado, el sacerdote pronunciaba una salmodia en la oreja del toro, a modo de respetuosa salutación:
Gran Toro, sublime, que pisas la hierba pura,
que andas por el campo y llevas la abundancia,
que cultivas los cereales y que alegras los campos
...”.(1)
El oficio de curtidor fue una profesión común y necesaria en todas las sociedades de la antigüedad, sin embargo la primera y única cita que encontramos en la Biblia aparece ya en época tardía, concretamente en los Hechos de los Apóstoles, al relatar el episodio en el que Pedro resucita en Joppe a “…una discípula llamada Tabita, que quiere decir Gacela”(Hch.9,36), y terminado el milagroso acontecimiento: “…Pedro permaneció bastantes días en Joppe hospedado en casa de Simón el curtidor”(Hch.9,43), “…cuya casa está junto al mar”(Hch.10,6). Al puerto de Joppe, junto a lo que hoy es Tel-Aviv, llegaba la madera del Líbano para la construcción del Templo de Jerusalén, en tiempos de Salomón. Hoy es habitual la denominación unificada de Tel-Aviv-Yafó.
Precisamente la piel de un toro extendida fue la forma primigenia utilizada en la fabricación de aquellos lingotes de oro, de unos 8,5 gramos de peso o los de cobre o bronce, de entre 25-30 Kg de peso (conocidos más tarde como “lingotes chipriotas”), que estuvieron en circulación desde el siglo XVIII a.C. hasta la aparición de la moneda en el siglo VII a.C. y fueron las primeras monedas conocidas que circularon por todo el Mediterráneo, donde comenzó a denominárselos talentos.
En la época de Homero, el talento de oro equivalía a un buey, existiendo dos sistemas de valor, el trueque de vacuno y el talento de oro.
Los primeros lingotes fueron considerados como símbolo de riqueza y rango social y se entregaban como recompensa o dádiva entre los poderosos y exigidos como impuestos, tributo o botín de guerra. La misma piel fue asunto reclamado como tributo a los pueblos sometidos, como cita el historiador Diodoro Sículo (fines s. I a.C.), quien afirma que los pueblos de Numancia y Termancia (la actual población Montejo de Liceras, Soria) tributaron a Pompeyo (106-48 a.C.), 3.000 pieles de buey, entre otros productos.
El geógrafo Estrabón (58 a.C. – 25 d.C.) además de comparar la península Ibérica con una piel de toro extendida, nos da cuenta del floreciente comercio de pieles que mantenían los habitantes del Cantábrico y del Duero a cambio de sal, cerámica y objetos de bronce, al principio de nuestra era.
El precio de las pieles, como cualquier otro producto de la actividad comercial, era asunto regulado por las distintas normativas legales en los diversos países en la antigüedad, como ocurría con las leyes Hititas (hacia el 1300 a.C.), que en su Artº 185 establecía:“El precio de: un IKU de viñas es 1 mina de plata - el cuero de un buey bien criado es un siclo de plata (8-10 grs.). - 5 cueros de res lechal es 1 siclo de plata - 10 cueros de cabra es 1 mina de plata - 10 pieles de ovejas jóvenes es 1 siclo de plata - 4 pieles de cabra es 1 siclo de plata - 15 pieles de cabras trasquiladas es 1 siclo de plata - 20 pieles de cordero es 1 siclo de plata - 20 pieles de cabrito es 1 siclo de plata. Quien compre la carne de 2 bueyes bien criados pagará una oveja”.
Entre los diferentes lingotes de bronce que han llegado hasta nuestros días, cabe reseñar el procedente de Serra Llixi (Nugarus, Nuoro Cerdeña), datado hacia el s. XI-X a.C. (fig. )
También podría citarse un pectoral, con forma de piel de un toro extendida, del conocido tesoro de “El Carambolo” hallado en Sevilla, considerado por algunos como "Un tesoro digno de Argantonio"(El primer rey ibérico de Tartessos, hacia el 550 a.C.). El mismo está catalogado entre los siglos VIII y III a.C. y se cree que esos adornos eran portados por una sola persona, tal vez un hombre en algún ritual suntuoso o, tal vez, pertenecían al ajuar de una estatua ritual, posiblemente un toro.
Cabe destacar el hallazgo reciente de un altar ibérico, del s.V a.C., encontrado en Lorca (Murcia), con forma "de lingote chipriota o piel de toro" con reminiscencias púnicas, parecido a los hallados en Andalucía o Extremadura.
Con la llegada de la moneda acuñada, bajo el reinado de Creso (560-546 a.C.), la moneda tomó un gran auge al acuñar diversas emisiones de monedas. Sus primeras estáteras (14 gramos) mostraban, como imagen representada, dos cabezas opuestas de león y toro.
Otra de las formas de utilización de la piel de toro fue en la confección de pergaminos, aunque la mayoría fuesen confeccionados con pieles de cabra u oveja. En Roma los pergaminos de pieles de oveja o de cabra, se cortaban en forma rectangular que eran cosidos unos con otros para formar rollos, a semejanza de los empleados por los egipcios, aunque los más finos eran de piel de terner@ y se destinaban para ediciones de lujo y estuvieron en uso desde el s. II a.C.
Precisamente de lujo tuvo que ser el primer libro del Avesta (el libro sagrado de los Vedas de Persia), atribuidos a Zaratrusta (700-630 a.C.), que fueron escritos en “doce mil pieles de toro” y fue Alejandro Magno, el año 331 a. C., quién ordenó quemarlos, cuando redujo a cenizas la ciudad de Persépolis. Esa “biblia” del mazdeísmo fue reconstruida de memoria hacia el s. III o IV d.C.
En Mesopotamia utilizaban para el transporte fluvial unas balsas de madera y cañas dispuestas sobre unos odres de piel de buey hinchados o bien usaban unas barcas de madera con formas redondeadas y forradas con piel de este animal.
Interesante fue la argucia utilizada por las tropas de Alejandro Magno cruzaron las aguas del Tigris y el Éufrates montados sobre pellejos de buey hinchados de aire. También se utilizaban pellejos de piel llenos de aire para pescar y bucear, aspirando a intervalos el aire de su interior, consiguiendo con ello prolongar las inmersiones y aumentar las capturas a pescar. También en la España primitiva se usaron barcas de cuero cosido, con las que navegaban norteños y lusitanos, según el relato de Estrabón.
La piel del toro se usó para la fabricación de odres para almacenamiento de líquidos, que fueron usados por egipcios, hebreos, mesopotámicos, griegos, romanos y hasta hace poco, en nuestra Península, para el transporte de vinos.
Curiosa fue la utilización de unos odres, relatado por Homero en la Odisea, que fueron regalados a Odiseo por el rey de Eolia (Eolo Hipótada), cuando se marchó de la isla flotante de Eolia:”Diome entonces, encerrados en un cuero de un buey de nueve años que antes había desollado, los soplos de los mugidos vientos, pues el Cronida habíale hecho árbitro de ellos, con facultad de aquietar y de excitar al que quisiera. Y ató dichos pellejos en la cóncava nave con reluciente hilo de plata, de manera que no saliese ni el menor soplo, enviándome el Céfiro para que, soplando, llevara nuestras naves y a nosotros en ellas”.
Diodoro de Sicilia (conocido como Diodoro Sículo, 90-5 a.C.) relata una curiosa estratagema empleada por la reina asiria Semíramis en su campaña contra la India(al parecer se trata de un relato ficticio, como el personaje). Cuando vio que el número de elefantes que poseía era inferior a los de la India, ideó construir figuras de esos animales con la piel de trescientos mil bueyes negros, que rellenaron posteriormente con hierba.
Los escudos de piel de toro fueron también de uso común entre los ejércitos antiguos. Estaban recubiertos de pieles de vacuno, como se observa en los que llevaban un grupo de soldados de madera, recuperados de una tumba egipcia de la XII dinastía (1991-1783 a.C.) o los que se contemplan en un fresco de Thera, en Santorini, Grecia (500 a.C.).
Otra vez Homero nos describe los escudos empleados por los aqueos, forrados con varias capas de piel de vaca o de buey, como el del caudillo Ayax que se confeccionó con siete capas. También las corazas greco-romanas eran del mismo material y sobre ellas iban colocadas, a modo de protección, placas de bronce o de hierro. Lo mismo que mesopotámicos usaban también la piel en sus cascos, escudos y sillas de montar.
La artesanía del cuero en Egipto se remonta al Imperio Antiguo, donde se emplearon en la fabricación sandalias, porta-manuscritos, cascos, escudos de cuero y carcaj, sillas de montar, cabezadas, riendas, etc., que en general fueron de uso común entre todos los pueblos de la antigüedad. Todos estos objetos eran repujados con profusión y elegantes dibujos, hasta el punto de que tenían amplia fama entre los países vecinos. No debemos olvidar tampoco las camas egipcias de cuero de buey, cuyos somieres se confeccionaban con tiras de piel entrelazadas y en especial los de las camas plegables, como las encontradas en la tumba de Tutankamón, descubierta por Howard Carter, quien halló en el fondo de un cofre de la tumba dos pares de sandalias de cuero y un par, de los encontrados, estaba decorado con oro
Las sandalias de cuero se conocían ya en los primeros tiempos del Egipto antiguo. En las tumbas del Reino Arcaico se han encontrado "modelos" de sandalias siendo los faraones los que usaban las sandalias más suntuosas, con la punta realzada hacia el empeine y en ellas se representaba artísticamente a los enemigos capturados en las suelas, de modo que mágicamente el rey los pisoteaba o aplastaba cada vez que daba un paso.
Entre los objetos que Ramsés II (1301-1231 a.C.) proveía a su pueblo se relatan los siguientes: "Para vosotros he llenado los depósitos con toda clase de cosas: pan, carne, pasteles, sandalias, vestidos, abundantes ungüentos de modo que podáis frotaros la cabeza cada 10 días y equiparos todo el año, y que en todo tiempo dispongáis de buen calzado".
Por regla general los egipcios caminaban casi siempre descalzos, llevabando las sandalias en las manos o colgadas de un bastón y solo se las calzaban cuando llegaban a su destino. El propio faraón Narmer (3050 a.C. aprx.) caminaba con los pies descalzos escoltado por sus criados, uno de los cuales ostentaba el cargo de “portador de las sandalias del faraón”. el cual lleva las sandalias atadas a su muñeca izquierda y un cántaro o botijo en su mano derecha.
Precisamente el faraón disponía de sus propios talleres de tenerías, como se refleja en una inscripción de un ataúd hallado en la necrópolis de Gizeh y perteneciente a un oficial de nombre Uta: “El jefe de las tenerías de las sandalias reales, que se dedica a todo lo relacionado con las sandalias del rey, a la satisfacción de su amo, Uta. El director de los guarnicioneros, fabricante de las cajas de actas del rey, un encargado de los secretos que hacía las cosas según el deseo de su señor en el trabajo de los guarnicioneros, Uta”.
Otra de las utilizaciones que daban los egipcios a la piel del toro era para celebrar el ritual denominado “pasaje por la piel” que realizaban los faraones y sacerdotes para rejuvenecerse. Este ritual era conocido como “Heb Sed”, o del rejuvenecimiento del poder, en el que previamente un sirviente personal procedía a lavar los pies del Faraón antes de calzarle las sandalias rituales.
El poeta Hesíodo (hacia el s.VIII a.C.), en “Los Trabajos y los días”, recomienda un tipo de piel para la confección de sandalias: “...en torno a tus pies calza ajustadas sandalias de buey muerto con violencia...”. No parece muy comprensible esta afirmación de Hesíodo de que la muerte violenta de un animal de fortalez a la piel.
Nuevamente encontramos en la Biblia unos hechos curiosos alusivos a las sandalias. En la “ley del Levirato”, donde se establecía que si un hombre muere, sin dejar hijos, el hermano debe cohabitar con su cuñada y el hijo que naciere será hijo de su hermano muerto. Mas si éste se negase a cumplir con la ley: “… su cuñada se acercará a él, en presencia de los ancianos, le quitará una sandalia del pié y le escupirá en la cara… Y su casa será llamada en Israel la casa del Sinsandalias.”(Dt.25,10)
Es curioso comprobar la forma en que se hacían los tratos en Israel en tiempos de la moabita Rut (s. XII a.C., Rut significa "compañera"), que era la bisabuela del Rey David: :“Había en Israel la costumbre, en caso de compra o de cambio, para convalidar el contrato, de quitarse el uno una sandalia y dársela al otro. Esto servía de prueba en Israel.” (Rut. 4,7)
Otra forma de utilización fueron las históricas pieles funerarias entre los pueblos nilóticos. Antes de la aparición del toro egipcio Apis, en el ritual de la degollación del toro divino, la piel se usaba como vehículo revitalizador del difunto envuelto en ella. Precisamente al dios Anti (el encargado de vigilar la navegación de la barca solar), se le representaba como un pellejo de toro negro sujeto a un mástil o como una piel de vaca. Bajo el aspecto funerario y relacionado con el difunto representa las antiguas pieles de vaca en las que los fallecidos eran enterrados, estableciéndose un paralelismo simbólico entre la piel táurica y la resurrección del difunto en el Más Allá.
También entre los Shilluk (tribu de Sudán), tras el acto del regicidio sacro, enterraban al rey junto con una virgen viva a su lado y cuando los dos cuerpos se pudrían, sus huesos se colocaban en la piel de un Toro. Parecido rito se practicaba en Zimbabwe, cuando la primera esposa del rey debía estrangularle con el tendón de la pata de un toro, el cadáver se envolvía en la piel fresca de un toro negro con una marca blanca en la frente.
Muchos más ejemplos podrían citarse, que sería prolijo de relatar, ya que la utilización de la piel del vacuno para diversos usos es tan extensa como la inventiva humana.
Al igual que con la piel, la utilización de las astas del toro para la confección de innumerables objetos, tienen parecida antigüedad como aquella.
Entre los usos dados al cuerno del toro, es notorio el que se le dio en el mundo bíblico, empleándolo como ungüentario ritual y servían para contener los óleos sagrados con los que ungían, entre otros, a los reyes de las primeras dinastías de Israel. El mismo texto bíblico nos da cuenta, en infinidad de pasajes, de la utilización de los cuernos que adornaban los altares israelitas, los cuales además de ser uncidos con la sangre de las víctimas sacrificadas, tenían la potestad de proteger a las personas que a ellos se acogieran, como le ocurrió a Adonías, hijo del rey David y hermano de Salomón, quien -tras haberse proclamado rey sin la aquiescencia de su padre, enfermo y anciano, que ordenó se unciese como rey de Israel y Judá a Salomón- temiendo que su hermano lo eliminara, se refugió en el templo y: “…Adonías, temiendo de Salomón, se levantó y fue al tabernáculo de Yahveh a agarrarse a los cuernos del altar”. Este hecho le fue comunicado a Salomón: “…Adonías tiene miedo del rey Salomón y ha ido a agarrarse de los cuernos del altar, diciendo: Que el rey Salomón me jure hoy que no hará morir por la espada a su siervo”. (1Rey. 1, 50-52)
En todas las tradiciones primitivas los cuernos implican ideas de fuerza y poder. Con ellos se adornaban los tocados de pieles prehistóricos y los yelmos de guerra, hasta la Edad Media. Los cuernos entraron en composición decorativa y ornamental de los templos asiáticos y, junto con los bucráneos (por ser restos sacrificiales), se consideraban de valor sacro. Precisamente en la unión del primer cuerpo con el segundo, de la torre de la catedral de Murcia, aparecen cuatro bucráneos por cada cara, 16 en total, como elementos decorativos de reminiscencia sacrificial.
Como elemento de ornamentación también son ampliamente conocidas las representaciones córneas en lo alto de palacios y templos, como se constata en el palacio-templo cretense de Cnosos, donde la presencia de unos enormes “cuernos de consagración” demuestran la clara significación religiosa.
Otro tanto ocurría en Copto (Egipto), en la época faraónica, donde el templo dedicado al dios egipcio de la fertilidad Min, estaba coronado por un par de enormes astas taurinas, en clara referencia de la asociación del dios con el toro. Sobre esta relación del toro con los dioses véase el artículo “Toros mitológicos II”, en este mismo blog.
En el Poema de Gilgämesh se nos da cuenta de un hecho curioso en el que el héroe, tras dar muerte al Toro Celeste, reunió a los artesanos de Uruk para que admirasen los cuernos del toro y luego los decorasen. “...Los artesanos midieron el grosor de los dos cuernos: su masa era, cada una, de treinta minas de lapislázuli (unos 15 Kg. cada cuerno), la anchura de su revestimiento era del grosor de dos dedos y de seis guru de aceite el contenido de ellos (unos 1500 litros), Gilgämesch ofreció los dos cuernos a su dios, Lugalbanda, como vasos de unción; se los llevó y colgó en su cámara principesca”.
Conocidas también eran las tiaras babilónicas, las cuales estaban orladas con varios pares de cuernos que simbolizan la naturaleza divina y que coronaban las testas reales y los famosos toros alados asirios.
Los celtas solían representar a los toros provistos de tres cuernos, en la creencia de que aumentaba así el simbolismo del cuerno, que denotaba agresividad y fertilidad, gracias al poder sagrado del número tres.
Otra significación mágica de las astas se nos relata en el sueño de los gansos y el halcón de Penélope, en la Odisea, que en sus ensoñaciones oníricas vio que los sueños que salían por la puerta de marfil eran engañosos, mientras que los que procedían de la puerta construida de “pulimentado cuerno, anuncian cosas que realmente han de verificarse”.
Ese mismo texto fabuloso nos refiere la epopeya en la que arrebatan y dan muerte a los compañeros de Odiseo, devorándolos el monstruo Escila, tras “arrojar al Ponto el cuerno de un toro montaraz”.
Otra curiosa utilización fue la que le dieron los romanos al cuerno, que lo emplearon como utensilio médico para alimentar a los enfermos, usándolo a modo de embudo.
En las representaciones teatrales o rituales, era frecuente el uso de máscaras con prominentes cornamentas, al igual que el empleo de ritones con forma de cabezas de toros, como los conocidísimos ritones cretenses o la cabeza de toro con cuernos de oro de Villajoyosa, Alicante etc. Las representaciones de divinidades portando esbeltas cornamentas eran frecuentes en el mundo egipcio, como Hator, Isis o el mismo Ptah. En el mundo griego a dios Dioniso o al romano Marte se los presentaba de esta guisa.
La utilización musical del cuerno del toro estuvo ampliamente difundida en la música mesopotámica y demás pueblos ribereños del Mediterráneo. En un fresco del palacio de Mari, aparece un hombre que empuña un cuerno como instrumento sonoro, cuya antigüedad data del siglo XVIII a.C., por citar algún ejemplo.
Los ejércitos romanos disponían de músicos denominados bucinatores y cornicines, cuyos instrumentos se fabricaban con cuernos de bueyes o de búfalos, algunos de los cuales eran adornados con plata en sus embocaduras.
Muchos ejércitos de la antigüedad y no solo los vikingos, utilizaron los cuernos en los cascos de los guerreros, que les daba un aire más agresivo. Incluso muchos estandartes guerreros iban coronados con prominentes cornamentas.
Los usos domésticos dados al cuerno de vacuno han sido innumerables y van desde las aceiteras pastoriles, las cuernas y colodras para diferentes utilidades, la confección de peines y peinetas, o infinidad de objetos de adornos, ya que su ductilidad hace fácil cualquier proceso.

Plácido González Hermoso

BIBLIOGRAFIA
1.- Federico Lara Peinado, “Himnos Sumerios”.
2.- Cristina Delgado Linacero, “El Toro en el Mediterráneo”.
3.- Diodoro Sículo,“Biblioteca historica”
4.- Estrabón, “Geografía”.
5.- Homero,”La Odisea”.
6.- F. LL. Cardona, “Mitología y Leyendas africanas”.
7.- Federico Lara Peinado, “Poema de Gilgamesh”.