lunes, 17 de agosto de 2009

EL TORO Y EL MUNDO FUNERARIO - I

La identificación del toro con el mundo funerario era una práctica extendida entre las sociedades nilóticas, las del “Creciente fértil”, las ribereñas del Mediterráneo, la India, China e incluso en el lejano Oriente, en concreto en las islas de Indonesia, donde aún se practica.
En todas esas sociedades existían y se desarrollaban diferentes formas de enterramientos, ritos funerarios, costumbres diversas en relación con la muerte, en los cuales la presencia del toro se hacía patente de forma significativa.
Ya desde el principio, al aflorar el sentimiento y conciencia de un posible renacer tras la muerte, los pueblos del Paleolítico superior, o del Neolítico temprano, adoptaron diversas formas de sepelios, enterramientos, preparación y atenciones al cuerpo del difunto, rituales fúnebres etc., en cuya liturgia tomaba parte activa la presencia del toro como elemento protector del finado, al que debía acompañar y proteger en ese incierto viaje hacia el lejano retorno.
Esa relación la encontramos evidenciada y documentada en los hallazgos arqueológicos de enterramientos pretéritos, donde la presencia de cornamentas de toros formando parte del ajuar funerario, las pinturas de toros o los bucráneos esculpidos en las paredes de las tumbas, atestiguan de una manera inequívoca la presencia del toro en la órbita funeraria.
Entrando a detallar nuestro recorrido descriptivo de la presencia del toro en la esfera funeraria, para conocer de cerca la diversidad de los diferentes ceremoniales y honras fúnebres que se le dispensaban al fallecido, es obligado remontarnos al comienzo de la existencia de las sociedades citadas al principio. Para ello y sin entrar en consideraciones teológicas, sino más bien las puramente narrativas del hecho sociológico, nos detendremos en algunas zonas geográficas, con mayor o menor abundamiento de datos, en las que el hecho tauro-funerario adquiere un aspecto destacado.
No es casualidad que nuestro recorrido, en busca de las diferentes formas de enterramientos, comience por los países que baña el caudaloso Nilo, donde los cultos funerarios, junto con la preparación y momificación del cuerpo del difunto, alcanzaron rituales tan elaborados como suntuosos. Sabido es que, desde la más remota antigüedad, a Egipto se le ha considerado el país de las tumbas, las necrópolis y las pirámides, que en definitiva no son otra cosa que tumbas monumentales. Además, si seguimos el curso alto del Nilo nos adentraremos entre los pueblos nubios, donde se conservan ingente número de túmulos, hipogeos y pirámides funerarias, desconocidas para el gran público y de menor tamaño que las egipcias aunque tres veces más numerosas, cuyos ritos funerarios gozaron de parecida suntuosidad y elaborado ritual como los egipcios.
Egipto fue el país por excelencia obsesionado con la muerte. Entre los muchos rituales funerarios que se realizaron, el sentimiento fúnebre lo encontramos registrado desde época temprana, donde existía la creencia de que los faraones, al morir, se unían al dios Ra, “el Sol”, a quien la diosa Nut, “el Cielo”, personificación de la bóveda celeste, alumbraba al amanecer en forma de becerro dorado. De ahí que llegaran a vincular e identificar a esa diosa vaca con la cámara del sarcófago, de forma que el difunto aguardaba su renovación-resurrección dentro del cuerpo de su madre.
Geb, el dios-tierra, era el “Toro” de la diosa-cielo Nut. Asimismo el sol se convertía en un gran toro salvaje, el cielo en una vaca y el sol naciente en un becerro que nace cada mañana. En un himno al sol, recogido en los textos de las Pirámides, se introduce esta última imagen:
Los Inmortales te adoran.
Te dicen: ¡Salve a ti!, salve a ti, tu becerro...
Surgido del Océano del Cielo”.
Tu madre Nut te habla y extiende sus manos para saludarte:
“Has sido amamantado (por mí)” (1)
La preocupación permanente de los egipcios por la existencia de vida después de la muerte, se pone de manifiesto en una inscripción del sarcófago del faraón Teti (de la VI Dinastía, 2.323-2.291 a.C.), donde se aprecia perfectamente la identificación de la diosa Nut con el ataúd, en el que puede leerse:
Has sido dado a tu madre Nut en su nombre de sepultura;
Te ha envuelto y abrazado en su nombre de ataúd;
Has sido llevado a ella, en su nombre de tumba
”.(2)
Esa creencia en el poder generador de vida de la diosa se pone de manifiesto en otro himno, del sarcófago del faraón Pepi I (VI dinastía 2.289-2.255 a.C.), que dice: “Transfigura a Pepi dentro de ti para que no muera”. (3)
Y en otra cara del mismo sarcófago figura:
“…Introduce a este Pepi en ti como
una estrella inmortal
”.(4)
En ese renacimiento a través de la diosa Nut, generalmente se hacía en la esfera del sol, aunque a veces sucedía que se realizaba a través de las estrellas:
Oh Unas (otro nombre de Teti), tú eres esa gran estrella, la Compañera de Orión,
Que cruza el cielo con Orión
Y navega por el Infierno con Osiris.
Sales en el lado oriental del Cielo,
Renovado en tu tiempo, rejuvenecido a tu hora.
Nut te ha dado a luz junto con Orión
...” (5)
Aunque no era frecuente que el rey transfigurado bajase al Infierno, por el riesgo que suponía, es el toro del cielo el que lo protege:
“...Pasas por Abidos en esta tu transfiguración
que los dioses te ordenaron realizar.
Se te ha abierto una senda en el Infierno, al lugar
Donde está Orión"
.(6)
Está perfectamente documentado que durante la V y VI dinastías (2465-2152 a.C.) se escribían textos jaculatorios sobre las paredes de los sarcófagos, llegando incluso hasta la XVIII Dinastía (1550-1307 a.C.), en que se realizaban imágenes pictóricas de la diosa Nut, que cubría el interior de los ataúdes de personajes de sangre real.
Estas representaciones pictóricas en el interior de los sarcófagos, como significación envolvente del vientre de la diosa Nut y la asociación del sol como becerro dorado del amanecer, justifican también las prácticas de enterramientos dentro de pieles de toro o de vaca, considerados como el vientre de la diosa, que se realizaban en gran parte del territorio africano y otros como veremos a continuación.
La creencia egipcia entendía que los preparativos del enterramiento tenían por objeto introducir el cuerpo del rey muerto dentro del claustro materno, a cuyo acto seguiría el parto y el renacer en la otra vida. El precedente egipcio más antiguo y anterior a Apis y Mnevis o Merur, los toros relacionados con los dioses Ptha y Osiris ó Ra y Ra-Atum respectivamente, es la expresión de “el gran degollado”, que en ciertos lugares designaba al Toro divino. En el ritual de la degollación del toro divino, la cabeza se colocaba sobre el pilar santo del templo de Heliópolis y la piel servía de vehículo revitalizador del difunto envuelto en ella.(7)
Otra de las significaciones del toro fúnebre la encontramos en la asimilación del dios Anti (el encargado de vigilar la navegación de la barca solar), que lo representaban a veces como un pellejo de toro negro sujeto a un mástil, como soporte, y apoyado en una especie de mortero, otras como un toro negro con una mancha blanca en la frente o una piel de vaca. Bajo el aspecto funerario y relacionado con el difunto, representa a las antiguas pieles de vaca en las que los fallecidos eran enterrados, estableciéndose un paralelismo entre la piel táurica y la resurrección del difunto en el Más Allá.
También las cabezas tauromorfas se utilizaban para adornar la popa de la barca del dios menfita Sokaris, el dios de los muertos en las región de Menfis, al igual que ocurría con la barca de Osiris, o decorando las tapas de los vasos “canopes” que contenían las vísceras del difunto, cuya práctica está documentada desde las Dinastías XVIII y XIX, es otra prueba más de la adscripción del toro al mundo funerario.
Entre las muchas manifestaciones de esa asociación entre el toro y el mundo fúnebre, documentada en el mundo egipcio desde antaño, no podemos olvidar la asociación del toro Apis con Osiris (el Dios funerario por excelencia), el cual se transformaba al morir en una divinidad funeraria. Bajo el nombre de Osiris-Apis o Ser-Apis reinaba en el mundo de los muertos y el propio toro era objeto de embalsamamiento y enterramiento en tumbas especiales o “serapeum”, junto a la costumbre de utilizar sarcófagos en forma de toro, que arranca desde la más remota antigüedad, como nos revela en una leyenda Diodoro de Sicilia (91-3 a.C.): “...muerto Osiris, el alma se trasladó a éste y, por eso, continúa hasta ahora trasladándose siempre a sus sucesores en sus manifestaciones; otros dicen que, tras fallecer Osiris a manos de Tifón (se refiere a Set), Isis, después de haber reunido los miembros, los metió en un buey de madera, poniendo fino lino alrededor...”.
Para las ceremonias anuales conmemorativas del fratricidio divino, existía una vaca de madera que era llevada en la procesión de Osiris, en cuyo interior se creía que estaba la momia del dios. En nota 379 del traductor Francisco Parreu Alasá se dice: “ Están atestiguados sarcófagos con forma de vaca o con una vaca pintada (la diosa Nut) y existía una vaca de madera llevada en la procesión de Osiris, en cuyo interior se creía que estaba la momia del dios...” (8)
Heródoto nos ofrece, también, un precioso relato de ese tipo de enterramientos al describir el de la hija del faraón Mikerinos (2.490-2.472 a.C., el constructor de la tercera pirámide de Saqqära en la antigua Menfis), dentro de un sarcófago de madera sobredorada en forma de vaca y que él mismo afirmaba haber visto, “...a Mikerinos, dice, le llegó la primera desgracia en su hija que murió. Afligido por la desdicha y deseoso de enterrar a su hija con extraordinaria magnificencia, mandó hacer una vaca de madera, vacía, que hizo dorar, y en ella sepultó a su hija muerta. Esta vaca no fue cubierta con tierra, sino que se halla en la ciudad de Sais, colocada en una sala decorada del palacio real; y junto a ella queman inciensos de todas clases durante todo el día.... La vaca está toda ella escondida bajo un manto de púrpura, menos el cuello y la cabeza que aparecen dorados con una espesa capa de oro; y entre los cuernos hay una imitación en oro del disco solar. Y la vaca no está de pié, sino arrodillada, su tamaño es el de una vaca grande viva. Todos los años sacan la vaca de la sala a la luz, pues dicen que la joven al morir pidió a su padre Mikerinos la gracia de ver el sol una vez al año”.(9)
No podemos terminar las referencias fúnebres egipcias, sin citar una de las tres fuentes de conocimiento del antiguo Egipto como es el “Libro de los Muertos”. En ese texto fúnebre encontramos otra asociación y utilización del toro en los rituales funerarios al relatar “La apertura de la boca del difunto”, bien con la Azuela, el instrumento de Anubis, o introduciendo en la boca del difunto los testículos de un toro sacrificado, en la creencia de que restituía al difunto el uso de la lengua en la otra vida. Después de descuartizar la víctima, ofrecida al muerto por sus parientes y amigos, se depositaba ante la momia “el muslo y el corazón del animal sacrificado donde se ocultaba el alma del difunto”. El Libro de los Muertos fue escrito en piel de gacela y hallado en el templo de Déndera, cuya antigüedad se data hacia el año 1500 a.C.
A Osiris se le denomina “Toro del Occidente” y se le invoca en casi todas las oraciones, en varios pasajes del Libro de los Muertos. En el capítulo que narra la fórmula para instalar el lecho funerario, al relatar las excelencias del difunto se dice: “...¡Eres puro, eres puro! La parte anterior (de tu cuerpo) es pura (y) la posterior (también) es pura; (has sido preparado) con natrón, incienso, agua fresca (y) resina; has sido purificado con leche del toro Apis...” (10)
Siguiendo el curso ascendente del Nilo, nos encontramos unos curiosos rituales practicados en Sudán, entre los Shilluk, pueblo ganadero de bovinos que viven al norte de Jartún, en el Nilo Blanco: “..el rey era estrangulado y enterrado con una virgen viva a su lado. Cuando los dos cuerpos se pudrían, sus huesos se colocaban en la piel de un Toro. Un año más tarde se nombraba al nuevo rey y sobre la tumba de su antecesor el ganado era acuchillado hasta la muerte a cientos”. Después de terminada la ceremonia se repartía la carne de los toros sacrificados entre los presentes al ceremonial, cuyos animales se descuartizaban sin despellejar.(11)
Igualmente, en otro pueblo sudanés, los Dinkas, dedicados a la cria de ganado, cada poblado separa de sus rebaños un buey, el más fuerte, al que se le dedican canciones épicas, ya que entre las gentes de estos pueblos el ganado llega a tener un valor casi religioso, hasta el punto de que no los sacrifican a no ser con ocasión de fiestas o ceremonias. El buey seleccionado es considerado el Buey sagrado del poblado, al que se le llegan a ofrecer, en sacrificios, otros animales.
Este pueblo realizaba un curioso rito de iniciación a la pubertad: “cuando el muchacho ingresa en la clase de los jóvenes, por edad, el padre del joven presenta a su hijo con un toro, que recibe el mismo nombre que el muchacho. Es tal la unión entre ellos que se pasa horas cantando y jugando con su toro y que será sacrificado si el muchacho muere. En su tumba se colocarán los cuernos del animal”. Al entregarle el buey le adornan los cuernos, de forma que se parezcan a los del Buey sagrado del poblado.(12)
Hacia el sur, en la zona marcada por las ruinas del gran templo de piedra de Zimbabwe, en Matabeleland, el regicidio ritual se practicó hasta 1.810. Los sacerdotes consultaban las estrellas y el oráculo sagrado cada cuatro años, y, sin lugar a dudas, el veredicto sería muerte para el rey. La costumbre consistía en que “...la primera esposa del rey, que lo había ayudado a encender el primer fuego sagrado de su reinado, debía estrangularle con un cordel hecho de tendón de pata de toro. El estrangulamiento debía tener lugar en una noche de luna nueva. Al cuarto día el cadáver se colocaba en posición fetal, se envolvía en un paño de forma que sobresalieran el dedo pulgar y las puntas de las uñas y luego se envolvía en la piel fresca de un toro negro con una marca blanca en la frente”.
Tendría alguna relación, o vínculo conexo, esta piel con la piel representativa del dios egipcio Anti, citado anteriormente?.
Para terminar este recorrido por los pueblos nilóticos, encontramos otro curioso ritual que realizaban los Bayankole ”... cuando un rey muere, envuelven su cuerpo en la piel de una vaca recién muerta, después de lavar con leche el cadáver real..., e incluso hacen que el ganado participe en el duelo, separando las vacas de sus terneros a fin de que unas y otros lancen melancólicos mugidos”.(13)
Para la tribu Ga, en Ghana, los funerales son tiempo de luto, pero también de celebración. Los Ga creen que cuando alguien querido muere pasa a otra vida, y se aseguran de que lo haga con estilo. Honran a sus muertos con féretros coloristas que conmemoran la forma de vida del difunto. Los ataúdes se diseñan para representar aspectos de la vida de la persona muerta: un coche si era un chófer, un pez para los pescadores o una máquina de coser para la costurera. También pueden simbolizar los vicios del difunto, como una botella de cerveza o un cigarrillo.
La costumbre de la participación del ganado en los funerales reales se encuentra representada en infinidad de templos y papiros, además de estar atestiguada su presencia en los Textos de las Pirámides (hacia 2.350 a.C.), donde el rey muerto se ha convertido en Osiris y cuya jaculatoria reza así:
El cielo habla (...en truenos?); la tierra se agita,
por Temor a ti, Osiris, cuando asciendes.
¡Oh allá lejos, vacas lecheras,
Oh allá lejos, vacas lactantes, ir a su lado!;
lloradle, alabadle, cantadle vuestro plañidero canto cuando asciende.
El se va al cielo entre los dioses, sus hermanos”.(14)
Como se ha podido comprobar, no podemos detenernos en relatar los elaborados rituales o ceremoniales funerarios que sería prolijo describir. Sepan que tras la muerte, al difunto se le sometía a las operaciones de la momificación en la “Tienda de la Purificación”, donde recibía ofrendas funerarias. El entierro, en sí, comenzaba con la formación de la comitiva, la travesía del Nilo, la subida a la tumba, la lectura de las interminables letanías por parte de los sacerdotes y los familiares del fallecido, la apertura de la boca del difunto, el adiós a la momia y la comida funeraria. Sin olvidar el obligado acompañamiento de músicos, plañideras con los rostros cubiertos de limo, el pecho descubierto, los vestidos desgarrados y el ganado de lúgubre bramido que acabo de describir. Todo ese ceremonial podía llegar a durar hasta dos meses. Por ello, suspendamos aquí el relato que retomaremos en el próximo capítulo.
Plácido González Hermoso.
BIBLIOGRAFIA:(1).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses” Alianza Edit.1988
(2).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”: Texto de las Pirámides,616 d-f.
(3).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”: Pirámides 781 b
(4).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”: Texto de las Pirámides 782
(5).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”: Texto de las Pirámides 882
(6).- Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”: Texto de las Pirámides 883
(7).- Cristina Delgado Linacero, “El Toro en el Mediterráneo”
(8).- Diodoro Sículo,“Biblioteca Histórica”
(9).- Heródoto, “Historias”, Libro II
(10).- Albert Champdor.-”El libro egipcio de los muertos”
(11).- Mircea Eliade.-”Historia de las creencias y de las ideas religiosas” Tomo IV.
(12).- Francesc Lluís Cardona, “Mitologías y leyendas africanas”
(13).- Henri Frankfort “Reyes y Dioses, Alianza Editorial 1988
(14).- Textos de las Pirámides 549-50, Henri Frankfort, “Reyes y Dioses”