lunes, 23 de febrero de 2009

TOROS MITOLOGICOS - IV - Los Toros de Guisando


Al Dr. D. Juan Barceló Jiménez, Doctor en Filología
Romana, por su generosa amistad, con mi respetuosa admiración a su figura berroqueña.



Supongo que casi todo el mundo conoce esos famosos toros, de imponente talla granítica, conocidos con el nombre de “Toros de Guisando” y asentados en el pueblo abulense de El Tiemblo. Pero qué fueron, qué representaron, qué utilizaciones le dieron aquellos pueblos pre-romanos o a qué simbología mitológica se asociaron. Es más, fueron toros o verracos.
Antes de entrar en materia y tratar de desentrañar el posible significado de esas pétreas esculturas milenarias, de la cultura céltico-vetona, permítanme traer aquí unas citas literarias, a modo de exordio, que evidencian su presencia en la literatura.
Quiso la casualidad, o más bien el capricho del anónimo autor (al parecer descubierta ya su identidad !!?), que la primera aventura y el primer coscorrón que sufriese el pícaro y desventurado Lazarillo de Tormes, a manos del malvado ciego, fuese, precisamente, contra un toro de granito: “Salimos de Salamanca- dice Lázaro- y llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me dijo:
-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.
Yo simplemente, llegué, creyendo ser ansí. Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome: Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo. Y rió mucho de burla"
. (1)












Además de la cita del Lazarillo, también Lope de Vega se refiere a ellos, en el Acto II de su obra “El mejor maestro, el tiempo”, donde relata cómo uno de sus personajes se gloría de haber infringido desjarrete a esos graníticos animales:
Turín.- ¡Ha visto vuesa merced en aquel pradillo ameno
a los toros de Guisando?
Otón.- ¡Huélgome dello!
Pues yo los desjarreté
y al de piedra, que está puesto
en Salamanca, en la puente
de un revés rapé los nervios.
Así están sin pies ahora
.”

También, Federico García Lorca hace uso de ellos en “La Sangre Derramada”, de la elegía “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, para magnificar la dimensión del dolor por la muerte del ídolo:

La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena.
Y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos,
hartos de pisar la tierra.
NO.
¡ Que no quiero verla!


No quisiera pasar de largo, vencida ya la conmemoración del 4º centenario de la publicación del Quijote, sin referirme a dicha obra cervantina y en concreto al episodio en el que el caballero del Bosque relata a D. Quijote (parte 2ª, capítulo XIV) el encargo que le hizo su amada Casildea de Vandalia: “...Vez también hubo que me mandó fuese a tomar en peso las antiguas piedras de los valientes toros de Guisando; empresa más para encomendarse a ganapanes que a caballeros...” y parece ser, según relata más adelante la fabulosa imaginación de dicho caballero que: “...pesé los toros de Guisando...”. Pardiez, cuanto vigor!.(2)
Además de las citas literarias reseñadas, déjenme que les refiera un pacto histórico celebrado en las cercanías del pueblo abulense de El Tiemblo, cuya firma se realizó en la llamada venta de Tablada, conocida como “venta Juradera o venta de los Toros" (ubicada en las cercanías del citado pueblo y destruida en el s.XVII por mandato de los monjes del monasterio), conocido como “Pacto de Guisando ó Concordia de los Toros de Guisando”. En dicho pacto, celebrado el 18 de septiembre de 1468, entre el rey de Castilla Enrique IV de Trastámara, apodado “El Impotente” (sobrenombre que el pueblo le adjudicó al enterarse de que no se consumó su primer matrimonio con Dª Blanca II de Navarra, en 1440 y ser repudiada en 1453), y su hermanastra Isabel la Católica, en cuyo tratado se la nombraba Princesa de Asturias y heredera al trono de Castilla.
Implícita a dicha firma era reconocida, de forma tácita, la ilegitimidad de Juana, motejada “la Beltraneja”, hija “oficial” de este rey y de su segunda esposa doña Juana de Portugal (matrimonio realizado en 1455), aunque, según “vox populi”, se atribuía la paternidad a D. Beltrán de la Cueva, mayordomo y valido, o privado, de Enrique IV.
Tres años antes, de formalizarse este pacto, se produjo la llamada “Farsa de Ávila”, que pone de manifiesto el enfrentamiento y animadversión que mantenían con el rey la mayoría de la nobleza: “…el 5 de junio de 1465 los nobles habían alzado un tablado fuera de las murallas de Ávila donde habían colocado un muñeco con todos los atributos regios: corona, cetro y espada. Era una representación bufa del rey Enrique. Y declarando así su rebeldía, las cabezas más importantes de la Liga entraron en aquella farsa para ir despojando al muñeco de sus atributos regios. El primero en entrar en aquel insolente juego fue el arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, que arrebató al muñeco la corona; y después el marqués de Villena le arrebató el cetro, el conde de Plasencia la espada, y finalmente otros nobles -entre ellos el conde de Paredes-, ya en tumulto, echaron por el suelo el muñeco, pisoteándolo con saña.” (7)
A la importancia histórica de este pacto se refirió nuestro Nóbel de Literatura, Camilo José Cela, para decir: "Sin el encuentro de los Toros de Guisando, España no hubiera sido España".
Toros o Verracos?. He aquí la eterna disquisición que se plantean algunos estudiosos, a la hora de tratar sobre estas esculturas zoomorfas célticas. Fueron utilizadas por el pueblo vetón y diseminadas por el oeste central de la península Ibérica, al norte del río Tajo, cuya área de influencia abarcaba las provincias de Cáceres, Toledo, Ávila, Salamanca, Segovia, Zamora y en las tierras limítrofes lusitanas entre los ríos Tajo y Duero.
El uso generalizado del vocablo “verraco” llevó a la confusión de muchos, aunque en realidad más del cincuenta y tres por ciento de las 280 esculturas catalogadas y que han llegado hasta nosotros, son toros, el resto tienen forma de cerdo o verraco.
Se han barajado muchas teorías sobre su origen y significado, su simbología o utilización cultual etc., sin que hasta la fecha se hayan puesto totalmente de acuerdo en la materia. Lo cierto es que estas esculturas zoomorfas vetonas han dado nombre a una terminología específica que se conoce como “Cultura de los Verracos”.
A modo de ejemplo, traigo aquí algunas tesis u opiniones, más o menos autorizadas al respecto, que nos pueden ilustrar sobre el particular.
El padre L. Ariz, monje benedictino del convento de Santa María de la Antigua de Avila, dice en su obra “Historia de las grandezas de Ávila”, publicada en el s. XVII, “...Los más famosos y celebrados Toros de España son los de Guisando, cerca del Monasterio de san Hierónimo…( tercero de su orden, erigido en 1375 por Fray Pedro Fernández Pecha (6)) Junto a la venta del dicho Monasterio, están puestas cinco piedras, de figuras de Toros. Tres tienen letreros que traducidos dice ansí: “Cecilio Metelo Consuli”.
Debido a ello, este benedictino apunta varias posibilidades de uso: “Quizá su uso fue más lato -dice- y pudieron asociarse a santuarios, manantiales, puentes, etc., con carácter esencialmente religioso y votivo, como las aras clásicas”.(4)








Las inscripciones latinas de carácter funerario, a las que hace referencia el padre Ariz, fueron añadidas con posterioridad a la conquista romana y, por tanto, a la fecha de su confección, por lo que es fácil pensar en una reutilización, de estos toros, con una finalidad funeraria de la que carecían en su origen.
De estos toros graníticos mitológicos, envueltos en una especie de misteriosa niebla enigmática, solo se conservan cuatro actualmente y aparecen alineados y orientadas sus cabezas mirando a poniente -hacia el mismo punto por donde se pone el sol en el mes de diciembre- y hacia el monte de Guisando, del que toman el nombre.
Como todos los acontecimientos, envueltos en algún tipo de enigma intrigante, no están exentos de que las suposiciones, elucubraciones o conjeturas del pueblo degeneren, o generen, en ciertas leyendas que contribuyen a agrandar el misterio que los envuelve.
De entre las varias que me he topado, no solo por su curiosidad sino, también, por la profesión del autor, me satisface transcribirles algunos relatos que D. Eduardo de Mariétegui, coronel de Ingenieros, incluye en su obra “Antigüedades de España”, publicado en “El arte en España”, vol. 4, Madrid 1886.

En dicha obra nos transcribe lo que afirman algunos autores, como: “Diego Rodríguez de Amelta en su “Compilación de las batallas campales”, obra terminada en 1481, dice así al describir la batalla 22 de su segunda parte: “Que después que Scipión el joven volvió a Roma, y después de su muerte, los españoles se rebelaron contra los romanos, que por esta razón enviaron a España un capitán llamado Guisando, que habiendo peleado contra los españoles en tierra de Toledo, y cerca del lugar llamado Cadhalso, y habiéndoles vencido, hizo, para memoria de esta victoria, cuatro estatuas de piedra, á quien en su tiempo daban el nombre de Guisando”.
En el comentario que hace, Mariétegui, a esta autoría romana, que le adjudica Amelta, dice: “No hay necesidad de detenerse á refutar semejante opinión, pues con advertir que el nombre de Guisando es de inflexión goda, mal podía ser el de un capitán romano”.
Después nos ofrece lo que dice, sobre este tema, un bachiller de nombre Juan Alonso Franco, al parecer célebre anticuario del siglo XVI: “Como uno, por su letrero, se conoce que se dedicó a la victoria de César sobre los hijos de Pompeyo, y el sitio donde fue esta es Andalucía: como el mismo diga que allí donde está es el campo Bastetano; y como exprese que es dedicado dé los Bastetanos otro, y se sepa que este campo y este pueblo fueron en Andalucía, por eso muchos han imaginado que estos toros se hicieron y estuvieron primeramente en dicha provincia, y que después un rey moro, para mostrar su poder, con máquinas y gran copia de gente los metió España dentro, y los colocó donde se hallan, siendo entre otros de este parecer Rasis, en la historia que hizo de Andalucía, y D. Lorenzo de Padilla, curioso arcediano de Ronda".
Más adelante nos aporta el dato de que un tal Ambrosio de Morales, puso en una nota de su puño y letra que: “los Toros son tan valientes piedras, que es cosa de burla pensar que se movieron tantas leguas como hay desde allí a Andalucía, y más sin motivo alguno"; y también nos dice que don Antonio de Nebrija afirma que: “…como hubo pueblos Bastetanos en la Bética, los hubo igualmente en la España Citerior, y que de ellos debían hablar estos toros".
También cita que Orosio (383-420, sacerdote, historiador y teólogo hispanorromano de Braga, Portugal, se dice que pudo colaborar con San Agustín en “La Ciudad de Dios”), en su libro 6º, capítulo XIV, dice que: “…la guerra y el ejército Pompeyano, no se acabaron hasta que Cesonio, legado de César, venció no lejos de Lusitania; y de esto debe hablar el último toro…”
Después, Orosio relaciona los letreros que, según él, estaban grabados en los toros:
1º Caecillo-Metell-consuli-H.victori.
2º Exercitus victor-hostibusfusis
3º Longinus-Prisco-Caesonio-f.c.
4º Lucio Portio-ob provinciam-optime administratam-Bastetani po-puli-f.c.
5º Bellum Caesari et patrie mag-na ex parte con-fectum est-s et Gu. Magni-Pompey filis-hic in Basste-tanorum agro-profigatis.


Obviamente el Coronel Mariétegui pone en duda que esas inscripciones se hubiesen grabado en los toros, ya que no presentan rasgo alguno de haber tenido ningún tipo de grabado. Solo se conserva, de forma inexacta e incompleta, una leyenda en el tercer toro que dice:
LONG. INVS
PRISCO. CAIA.
ETI :: PATRI. F.
C.
También hace referencia que, en el s. XVI, existían unas tablas enceradas, en la celda del Prior del monasterio y que al parecer nadie las vio jamás, que decían contenían las inscripciones originales en los cinco toros.
Por último nos informa de otro monumento, que más bien tiene forma de verraco y no de toro, procedente de Durango, Vizcaya y actualmente en el Museo Histórico de Bilbao: “…llamado en el país Miquéldico, sin inscripción ni letra alguna, pero sí con un disco entre los pies.” (6) Se puede presumir que el disco que tiene entre los pies, el verraco, debe relacionársele con algún simbolismo de carácter solar.
Manuel Gómez Moreno, en “Catálogo monumental de la provincia de Ávila”, desecha la idea de que fueran hitos terminales o viales que hubiesen servido como mojones delimitadores de territorios, pastizales o zonas de pastoreo, apoyándose en que:“...es usual el hallárseles dentro o en los alrededores de las ciudades y despoblados de origen prerromano...”. En cambio cree que pudieron ser empleados “como ofrendas a los dioses; como monumentos funerarios; o bien asociárseles con carácter religioso y votivo, a manantiales...”(4)
Precisamente en el conocido cerro de los Santos (Montealegre, Albacete), se encontraron entre sus exvotos muchos torillos de piedra, dos de los cuales se hallaron encima de una olla cineraria, como ejemplo de usos funerarios.
Juan Cabre cree en un significado mágico religioso relacionado con la protección y fertilidad del ganado.
Josefina Mateos, refiriéndose a los “Toros de Guisando” que los data sobre el s.II ó III a.C., cree que debido a su emplazamiento en un: “Lugar de descarga de tormentas eléctricas, le podríamos considerar de gran fuerza telúrica, o zona energética de la tierra. Estos sitios eran utilizados por los pueblos primitivos para conectar con sus dioses, pueblos que adoraban a las fuerzas de la naturaleza. Debido a la energía del lugar sería sitio propicio para enlazar con la divinidad, un centro de culto o centro sagrado; los cuatro toros bien podrían indicar que allí existió en otros tiempos un templo dedicado al dios Tauro, al adorar los pueblos primitivos a las fuerzas de la naturaleza, siendo el toro un animal poseedor de gran fuerza, nobleza y virilidad al que veneraban y festejaban como se demuestra a lo largo de la historia”.(8)

Esta misma autora nos aporta otra “historia” extraída del libro de Pedro Medina “Las Grandezas y cosas memorables de España”(1548) y Miguel de Asúa y Campos “Los Toros de Guisando y el Convento de los Jerónimos”: “ Según el manuscrito Plinio hace mención de cómo al ser vencido Pompeyo en Farsalia por Julio Cesar, huyó a Egipto, donde fue degollado por Ptolomeo; y que el gran ejercito que acaudillaban los hijos de Pompeyo fue desecho en una gran batalla que tubo lugar en la provincia bastetana y Campo Callatio, en el lugar en que están los Toros de piedra bajo el Convento de Guisando; añade que Cneo Pompeyo herido, se ocultó en una cueva que está sobre el Monasterio de Guisando, donde lo mataron suponiendo, que para conmemorar la victoria se levantaron unas columnas en el lugar de la batalla, y atribuye la erección de dos de ellas a un caballero llamado Longino, dado por sentado que esas dos que cita, más otras dos allí inmediatas son los Toros de Guisando“.(8)

García Bellido y otros creían que los verracos vetones servían como guardianes que defendían a los ganados de los influjos maléficos.

José María Blázquez, en concordancia con Álvarez de Miranda, los considera “manifestaciones del culto al toro” al decir: “La sacralidad de los bóvidos se prueba igualmente por la presencia de las esculturas, llamadas «verracos»", en sintonía con lo que afirmaba Diodoro Sículo (s. I a.C.) sobre el culto al toro en Hispania, que decía: “…en Iberia los toros son animales sagrados”.(5)
Fernando Fernández, en “Ávila, historia antigua” tomo I, cree que “no puede desecharse la posibilidad de que se traten de auténticas imágenes de culto”, apoyándose en los ejemplos del castro portugués de Castelar, donde existe un verraco colocado en el centro de un recinto circular de 3 m. de diámetro, o los verracos de pequeño tamaño del castro de Santa Lucía. También alude a los Toros de Guisando como posibles manifestaciones de un culto zoolátrico, donde los animales serían adorados como dioses tutelares.(4)
Guadalupe López Monteagudo concluye su trabajo “Esculturas zoomorfas celtas de la península Ibérica”, afirmando que: “…las características formales y externas de las esculturas zoomorfas conocidas como verracos, ha quedado claro su carácter eminentemente religioso”.(3)
En referencia a su origen y antigüedad, comenta esta misma autora: “…el origen habría que buscarlo en las facciones de pueblos indoeuropeos que, procedentes de los Balcanes, llegaron a la Península mezclados con los celtas y que perduraron con la romanización. Su cronología abarcaría un período entre el fin del s. VI a.C. hasta el s. II-III d.C.”.(3)

Transcritas las opiniones de algunos expertos, solo diré que “ni quito, ni pongo …”, tan solo señalar que esas imponentes esculturas zoomorfas céltico-vetonas, que siguen envueltas en un halo de misterio, patentizan el arraigo de un sentimiento tauro-idolátrico ancestral en nuestra piel de toro, corroborando con ello que en España se rendía culto al toro (o aún se rinde…?) desde tiempos pretéritos.

Plácido González Hermoso.

BIBLIOGRAFÍA
(1).- Anónimo?. “El Lazarillo de Tormes”. Capítulo Primero.
(2).- Miguel de Cervantes, “Don Quijote de la Mancha”.- segunda parte, capítulo XIV.
(3).- Guadalupe López Monteagudo, “Esculturas zoomorfas Celtas de la Península Ibérica”.
(4).- Mariano Serna Martínez, “Agua y Verracos” Diario de Ávila, domingo 12 octubre 2003.
(5).- José María Blázquez: “Culto al toro y culto a Marte en Lusitania”.
(6).- Eduardo de Mariétegui, coronel de Ingenieros,“Antigüedades de España”, publicado en “El arte en España”, vol. 4, Madrid 1886.
(7).- Manuel Fernández Álvarez. "Isabel la Católica". Espasa - Forum 2003. Página 79.
(8).- Josefina Mateos, “El enigma de los Toros de Guisando”.

1 comentario:

  1. Cibeles (costumbres y rito griego)0 Mesopotamia Inanna (Venus, Isis), toro joven Baal.(marduk no fue el creador, tampoco baal)

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