miércoles, 28 de enero de 2009

TOROS MITOLOGÍCOS – III, ISRAEL, a la luz de la Biblia

Nuestro viaje en busca de toros mitológicos finalizó, en el capítulo anterior, en las tierras que baña el otrora feraz y productivo Nilo, que realiza el prodigio de fecundar los campos de cultivo, al depositar el fértil limo de aluvión, permitiendo con ello la recolección de abundantes cosechas anuales.
Nuestro nuevo itinerario, en esta ocasión, tomará el rumbo del nordeste egipcio acompañando al pueblo hebreo en su “Éxodo” para -tras la persecución de los ejércitos del faraón y el “paso por el mar Rojo”, dirigirnos con ellos a “la tierra prometida” que su dios Yahveh les tenía reservada como pueblo elegido- explorar la posible presencia del toro en la esfera cultual israelita.
Antes de llegar a ese Israel de los mil conflictos seculares, es preciso puntualizar que uno de los mayores quebraderos de cabeza de Moisés no fueron los egipcios, ni su paso por el mar Rojo, ni las hambrunas que padeció su pueblo y que pudo superar gracias a la lluvia del “maná” milagroso, o los cuarenta años vagando por el desierto de la península de Sinaí, sino por el TORO.
No olvidemos que los dos grandes guías del pueblo de Israel, Abraham y Moisés, eran personas, al igual que las multitudes que los seguían, la mayoría, no nacidas en Israel, con amplias e importantes vivencias en sociedades habituadas al tratamiento táurico de sus dioses y, por tanto, no se puede descartar la mella, préstamo o influencia cultural de tales simbologías entre los israelitas. Ya desde antaño, los patriarcas hebreos adoraban al dios cananeo El, representado por un toro, que fue proscrito, más tarde, por Moisés.
Antes de entrar a describir la epopeya del Éxodo y los acontecimientos del Becerro de Oro del Sinaí, es conveniente indagar el origen y procedencia del pueblo de Israel y el posible politeísmo que profesaron o siguió subyaciendo entre ellos, para poder entender el porqué de la presencia de tales figuras táuricas o la utilización de dichos usos lingüísticos.
Los israelitas, como veremos, en sus orígenes eran sumerios y, por ello, descendientes de éstos y acostumbrados al tratamiento táurico de sus dioses.
La Biblia nos revela que Abram (la 10ª generación después de Nöé, por línea de Sem), era sumerio, de la ciudad de Ur, donde se casó con Sarai; que su padre fue Teraj y sus hermanos eran Najor y Aram y este último, padre de Lot, murió en su país natal en “Ur de los caldeos”(Gen,11,28). Una ciudad sumeria, populosa y comercial, que se encontraba cerca de la desembocadura del río Éufrates.
También nos informa el texto bíblico que: “Tomó Teraj a Abram, su hijo; a Lot, el hijo de Aram, hijo de su hijo, y a Sarai su nuera, la mujer de su hijo Abram y los sacó de Ur Casdim para dirigirse a tierra de Canán, y llegados a Jarán, se quedaron allí…”, donde murió el padre de Abram, a la edad de doscientos cinco años. (Gen,11,31-32)
Igualmente sabemos por la Biblia que Abram, según el pacto que hizo con él “El-Sadai”( otra variante del nombre de EL, que en griego significa "Pantokrator", "Todopoderoso" y "El que todo lo gobierna"), es el padre y el origen del pueblo de Israel:”Dijo Yahveh a Abram: “Sal de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré; Yo te haré un gran pueblo, Te bendeciré y engrandeceré tu nombre…” (Gen,12,2). Igualmente en Gen,17,4-6 le dice Yahveh a Abraham: “He aquí mi pacto contigo: serás padre de una muchedumbre de pueblos, y ya no te llamarás Abram, sino Abraham,… Te acrecentaré mucho, y te daré pueblos, y saldrán de ti reyes…”.
Pero cuál fue la causa de esa emigración familiar de la que la Biblia no nos explica nada. Pues es muy probable que se fuesen huyendo, por seguridad, de los permanentes ataques y revueltas de los amorreos que, ayudados por elamitas y semitas procedentes de las estepas de Irán, llegaron, atacaron y saquearon Ur hacia el año 2003 a.C., fecha, con ciertos visos de probabilidad, del acontecimiento al que nos estamos refiriendo.
Con respecto al hecho religioso, está documentado que el dios sumerio principal, o el Patrón, de la ciudad de Ur (en época de Abram y posterior), era Nanna o Zu-en (otro nombre de Nanna, "Señor del saber"), conocido como: “El Brillante”, un dios luna al que se le representaba como “un toro con barba de lapislázuli”. Nanna era el padre de la diosa Inanna (la "Señora del cielo", diosa del Amor y de la Guerra) e hijo de Enlil (el dios más importante del politeísmo Sumerio –dicen que llegaron a tener cerca de dos mil dioses-, al que invocaban como “Gran toro”, “Toro potente”, “Toro Poderoso” etc.). En un himno sumerio dedicado a Zu-en, su madre Ninlil ("Señora del viento") se dirige a él hablándole con dulzura de este modo: “… lúcido becerro, crecido sobre mis rodillas puras… y ... Novillo mío… tu nombre es estimado en todos los países... Señor del santo establo” (1). En Babilonia se conocía a Nanna como el dios Luna SIN ("dios del calendario"), a quien también se le invocaba en otro himno babilónico como: “¡Fiero novillo de cuernos gruesos, de proporciones perfectas, con barba de lapislázuli, lleno de virilidad…”(2).
Precisamente, la ciudad de Jarán o Harram (en la comarca de Padan Aram), adonde peregrinó la familia de Abram, era famosa no solo por su floreciente actividad comercial -al estar situada en medio del cruce de caminos entre Damasco, Karkemish y Nínive-, sino por poseer uno de los santuarios (llamados Zigurat) más importantes, junto con el de Ur, dedicados al dios Sin (o Nanna), y éste, como “Señor del mes y del calendario”, era comparado con un toro.
Solo estos breves apuntes nos inducen a pensar que Abram vivió en Ur hasta la edad de veinticinco o treinta años y cumpliría con los ritos y ceremonias dedicados a los dioses de su ciudad natal. Iguales hábitos o costumbres religiosas, podemos presumir, practicaría en Harram, durante los cuarenta o cincuenta años que vivió en su ciudad de adopción, ya que: “… Al salir de Jarán era Abram de setenta y cinco años… en dirección a la tierra de Canán, y llegaron… al lugar de Siquem, hasta el encinar de Moreh”, donde se le apareció Yahveh por segunda vez. (Gen,12, 4-8)
Esta suposición sobre el cumplimiento religioso y la adoración a los dioses sumerios, por parte de Abraham y su familia, lo corrobora, más tarde, Josué (hacia 1.250 a.C.) cuando habló al pueblo: "He aquí lo que dice Yahveh, Dios de Israel : Vuestros padres -Teraj, padre de Abraham y de Najor- habitaron al principio al otro lado del río y servían a otros dioses". (Josué, 24, 2)
También sabemos, por el texto bíblico, que Abram mandó buscar esposa para su hijo Isaac a Padan Aram (es decir a Harram) y la elegida fue Rebeca, nieta de su hermano Najor y hermana de Labán y que las hijas de éste, Lía y Raquel, se casaron con su primo hermano Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abraham. Este comportamiento es la clásica endogamia tribal, muy propia de los pueblos organizados en tribus.
Otro acontecimiento que nos descubre la Biblia es el de un posible politeísmo de Labán, cuando éste salió en persecución de Jacob y además de reprocharle que se fuera de su casa con sus mujeres (sus hijas) sin despedirse, le recrimina: “¿por qué me has robado mis dioses?”(Gen,31,30-31). Las imágenes domésticas de los dioses familiares se llamaban “terafim”, y el robo lo perpetró Raquel antes de abandonar la casa paterna:”… y Raquel robó los terafim de su padre.”(Gen,31,19-20).
Incluso en tiempos de Micol, o Mical, la mujer del rey David se seguían usando esas figuras(doscientos años después de Moisés, a una distancia en el tiempo cercana a los setecientos años después de Raquel), tomó Micol: “… uno de los terafim y lo metió en el lecho, puso una piel de cabra en el lugar de la cabeza y echó sobre ella una cubierta.”, al narrar el episodio cuando ayudó a David a escapar de la cólera de Saul. (1Samuel,19,13-14)
Esas figuras, los terafim, lo más probable es que representarían a dioses sumerio-babilónicos, entre los que se encontrarían Nanna, Sin, Enlil o Marduk (el Bel de la Biblia, al que invocaban como "Novillo del Sol") etc., en forma de figuras de toros.
Al llegar Abraham a Canaán (lo que hoy sería Israel, la franja de Gaza y Cisjordania), los cananeos que habitaban la zona adoraban a los dioses EL y BAAL, entre otros (éste último, ampliamente combatido en la época de los Profetas), que eran representados por un toro.
Otros hechos nos inducen a pensar que para la casa de Abraham no les eran extrañas esas representaciones táuricas de los dioses. No olvidemos que la costumbre de adjetivar a sus dioses con apelativos comparativos con el toro, no suponía, "per se", un acto idolátrico en esencia. Era una forma de pontificar la importancia de las potencialidades de sus dioses: como la fuerza, el poder, la capacidad creadora, la justicia, la virilidad, la fertilidad, la ayuda, la protección, la lluvia, etc. etc.
En Génesis 33,20 se narra que Jacob (que significa “engaño” o “el que suplanta” o también “talón”, ya que nació agarrado al talón de su hermano Esaú; Gen,25,26-27), tras el encuentro y reconciliación con su hermano Esaú, al llegar a Siquem: “… alzó allí un altar, que llamó “El Elohe Israel”(El, Dios de Israel) (Ge,33-20)

El nombre de EL lo encontramos en la Biblia en varias ocasiones. Por ejemplo, cuando se relata el episodio en el que Benjamín, cuando bajó con sus hermanos a Egipto a comprar trigo y José ordena a su mayordomo: "... Pon también mi copa -le dijo-, la copa de plata, en la boca del saco del más joven, juntamente con el dinero..."(Gen,44,2) y así poder acusarlo de robo y retenerlo, al tiempo de exigirles, al resto de los hermanos, que llevasen a Egipto a su padre Jacob para verle y abrazarle, dándose a conocer posteriormente a sus hermanos (Gen,45,3). Tras el temor, desconfianza y estupefacción inicial de Jacob, una vez convencido, emprende viaje al reencuentro con su hijo José: “... y al llegar a Beerseba (al suroeste del mar Muerto) ofreció sacrificios al dios de Isaac”. Entonces Dios le habló en visión nocturna y le dijo: “Jacob, Jacob; él contestó: “Heme aquí”, y le dijo: “Yo soy EL, el Dios de tu padre; no temas bajar a Egipto…”(Gen,46,2-4).
Otros datos podrían aportarse al respecto, siempre escrutando el texto bíblico, que ponen de manifiesto la familiaridad del pueblo de Israel con apelativos táuricos para referirse a su dios. No olvidemos que una de las costumbres, en tiempo y época posterior a Moisés, era el que no debía pronunciarse el tetragrama Yhvh (Yahveh) en sus invocaciones, por ser demasiado sagrado y en sus oraciones usaban el nombre de Adonai, que significa “El Señor”(y aparece unas 300 veces en el A.T.). Incluso en la actualidad, en el judaísmo, se enseña que: “En vez de pronunciar YHVH durante la plegaria, los judíos deben usar el de Adonai”.
Otros acontecimientos que nos inducen a pensar sobre la posible, llamémosla, contaminación táurica, es la permanente presencia de asentamientos judíos en Egipto, en especial en el Delta del Nilo. La primera noticia que tenemos, de la presencia de pastores nómadas en esa zona del Nilo, es la bajada de Abraham a Egipto, donde la Biblia nos descubre que Sara era aún, a pesar de su edad, una mujer de una hermosura atrayente. Abraham le dice a su mujer: "Mira que se que eres mujer hermosa, y cuando te vean los egipcios dirán:"Es su mujer", y me matarán a mí, y a tí te dejarán la vida; dí, pues, te lo ruego, que eres mi hermana, para que así me traten bien por tí, y por amor de ti salve yo mi vida". (Gen,12,11-14 y sig.).

Tanto Abraham como más tarde Jacob, habitaron durante algún tiempo en las tierras del Delta del Nilo, en el Nomo 20 (provincia) del bajo Egipto, que era donde se encontraba la región de Gosen, que se circunscribía entre las ciudades de Heliópolis al Sur, Tanis y Mendes al Norte y Bubastris al Oeste. Precisamente ahí permaneció Jacob durante 17 años: "Habitó Israel en la tierra de Egipto, en la región de Gosen, y adquirieron allí posesiones, creciendo y multiplicándose grandemente. Vivió Jacob en la tierra de Egipto diecisiete años..." (Gen,47, 27-28)

Al parecer la presencia de pastores nómadas israelitas, y pueblos aledaños, en Egipto, era algo común entre los siglos XV y XII a.C., y quienes bajaban al Delta del Nilo y: “pasaban los puestos fronterizos egipcios, eran registrados y recibían la indicación del lugar donde podían permanecer…”(3). En un informe al faraón, de un funcionario de frontera, hacia el año 1200 a.C. le dice: “Hemos acabado por permitir el paso de las tribus Ahasu de Edom (conocidos como edomitas, su territorio estaba situado al sureste del Mar Muerto) a través de la fortaleza del (faraón) Merenptah (1224-1214 a.C., hijo de Ramsés II y fue el Faraón que persiguió a Moisés) en Tkw hasta el estanque de Pithom (en Pithom había unas canteras importantes)... para que ellos y sus rebaños puedan sobrevivir en la gran propiedad del faraón, el buen sol de todas las tierras…”. (3)
Precisamente y con el deseo de eliminar toda esa contaminación idolátrica que arrastraba el pueblo de Israel desde sus orígenes, mas la adquirida durante su permanencia en Egipto, es por lo que Dios prescribe al principio del Decálogo (Los Diez Mandamientos) en el monte Sinaí: “… No te harás esculturas ni imagen alguna de lo que hay en lo alto de los cielos, ni de lo que hay abajo sobre la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra…”(Ex,20,4-5), incluso más adelante le pide a Moisés que ni siquiera el pueblo se haga imágenes de Él: “… No os hagáis conmigo dioses de plata ni os hagáis dioses de oro…”(Ex,20,23-24). Este párrafo es en el que se fundaba el movimiento iconoclasta, en especial en el siglo VIII d.C., con comportamientos como el del emperador bizantino León III, el "Isaurio", que ordenó la destrucción de todas las figuras e imágenes religiosas en el 730 d.C., hasta que en el II Concilio de Nicea, en el 787 d.C., se reafirmó la veneración de iconos.
Mas volvamos a retomar el contacto con el pueblo de Israel y, en concreto, acompañar a las gentes del Éxodo para conocer sus afanes y penurias, así como saber de sus prácticas religiosas y su totemismo relacionado con el toro.
In bíblicus témpore”, perdón por el latinajo, pero en aquel tiempo bíblico ocurrió que: “viendo el pueblo que Moisés tardaba en bajar de la montaña (el monte Sinaí), se reunió en torno de Arón (en su calidad de sacerdote judío) y le dijo:”Anda, haznos un dios que vaya delante de nosotros… Todos se quitaron los arillos de oro que llevaban en las orejas y se los trajeron a Arón. El los recibió de sus manos, hizo un molde y en él un becerro fundido, y ellos dijeron:”Israel, ahí tienes a tu Dios, el que te ha sacado de la tierra de Egipto”(Ex.32, 1-4). Así describe la Biblia el momento en que Arón, hermano de Moisés, funde el Becerro de Oro y, además: “Al ver esto Arón, alzó un altar ante la imagen y clamó: “Mañana habrá fiesta en honor de Yahveh.”(Ex.32, 5).
Sólo estos dos pasajes, del segundo libro del Pentateuco, ponen de manifiesto que los años vividos por el pueblo de Israel en tierras egipcias no fueron en vano, ya que implicaron la adopción, o tal vez el sincretismo, de ciertas creencias religiosas egipcias en aquellas teofanía (del griego theos=Dios, y faino=aparecer; no confundir con el plural “teofanías” que eran las fiestas realizadas en Delfos en honor de Apolo, al comienzo de la primavera), mediante las cuales un dios se manifiesta a sus fieles en formas diversas.
Uno de los últimos descubrimientos, del arqueólogo norteamericano Ron Wyatt, fue el hallazgo, al parecer, del altar erigido por Arón en el monte Sinaí para el Becerro de Oro, en cuyo pedestal se han descubierto unos grabados de toros, como puede apreciarse en las imágenes que se muestran, encontradas en Internet y corrobora la veracidad de la existencia del pasaje bíblico.




He ahí el primer problema táurico de Moisés quién, tras el berrinche, “… Tomó el becerro que habían hecho y lo quemó, desmenuzándolo hasta reducirlo a ceniza, que mezcló con agua, haciéndosela beber a los hijos de Israel”(Ex.32,20). A fe que nunca un agua estuvo tan áuricamente enriquecida.
Fueron estos pasajes un hecho ocasional, o puntual, del pueblo de Israel o de las gentes del Éxodo?. No parece que así fuese, a tenor de los datos que más adelante extraeremos.
A pesar del arrebato de Moisés, resulta curioso comprobar cómo este Patriarca hace uso del término táurico para bendecir a las doce tribus de Israel, en los llanos de Moab, antes de subir al monte Nebo, donde falleció sin pisar la “tierra prometida”. Así, al dirigirse a la tribu de José, les dijo: “…¡caiga sobre la cabeza de José, sobre la frente del elegido entre sus hermanos!. Primogénito del toro, a él la gloria”.(Dt.33,16-17)
De ésta metáfora pronunciada por Moisés, refiriéndose a la tribu de José, se desprende una analogía con el tratamiento que daban los sumerios al tercer dios de la tríada cósmica Enky, que se le conocía como “hijo del toro”, es decir, hijo del dios supremo sumerio An, a quién denominaban “El Padre Toro”. Por ello, de la alegoría “primogénito del toro”, puede desprenderse que la titulación táurica que hace Moisés, y que presumimos atribuida a Yahveh, no era algo arbitrario ni casual.

A propósito, el hecho de que a Moisés se le haya representado, tanto pictórica como escultóricamente, con una especie de cuernos sobre la cabeza, se debe a un error de San Jerónimo al traducir la Biblia, del hebreo al latín (“La Vulgata”), en concreto el párrafo del Ex,34,29: ”Y al bajar Moisés del monte Sinaí, traía consigo las dos tablas de la Ley; mas no sabía que a causa de la conversación con el Señor, despedía su rostro rayos de luz”. Al parecer el verbo hebreo “qaran” o “karan” significa “emitir rayos de luz”, mas si se usa como sustantivo significa “cuerno”. Por ello, San Jerónimo interpretó que sólo Cristo debía resplandecer con rayos de luz y optó por la segunda fórmula y tradujo al latín: “… quod cornuta esset facies sua”(6). De ahí que Miguel Ángel esculpiese a Moisés, en el siglo XVI, de esa guisa, cuya obra se encuentra en la Basílica del Vaticano, en la tumba del Papa Julio II (1503-1513), que fue el que ordenó la construcción de la actual Basílica de San Pedro.
Otra curiosidad de ese mismo capítulo de la Biblia y que se tradujo en una costumbre permanente para el Islam, es que al ver el pueblo el resplandor facial de Moisés temía acercarse a él, mas él los llamó y: “Cuando Moisés hubo acabado de hablar, se puso un velo sobre el rostro…”(Ex,34,33). Por eso, en todas las representaciones pictóricas, los musulmanes siempre reproducen a Mahoma con el rostro cubierto por un velo, en señal de respeto.
Un caso anecdótico, pero ilustrativo, es cuando se realizó el reparto de la tierra a las doce tribus de Israel, efectuada por Josué, donde se narra que la parte que correspondía a la tribu de José se dividió entre Efraím y Manasés, hijos de éste y de su esposa egipcia Asenet (a José el faraón le dio el nombre de Zafnat Paneaj, Gen,41,45 -hija de un sacerdote del dios Ra en la ciudad egipcia de On, en griego Heliópolis, la “Ciudad del Sol”, llamado Put-ifar, es muy probable que todo esto ocurrió en tiempos del faraón Amenemhat III -1844-1797 a.C.- de la XII Dinastía.). Los de la tribu de Leví no recibieron territorio alguno, ya que era la tribu sacerdotal de todo Israel. Cada tribu tenía su estandarte (según se describe en el Midrash, un método de exégesis judío dirigido a la investigación de la Torá), y precisamente señala que los correspondientes a las tribus de Efraím y Manasés tenían bordado un Toro dorado. Lo mismo que la de Judá tenía bordado un león, de ahí el término “león de Judá”. Estas simbologías, se puede afirmar, provienen de cuando Jacob bendice a sus hijos antes de morir (en Egipto) y relatado en Gen.49,9: “Cachorro de león, Judá…” y en el mismo capítulo, versículo 22 dice: “José es un novillo, un novillo hacia la fuente…”

Decíamos, también, que el episodio del becerro de oro no era un hecho puntual ni aislado en la historia del pueblo de Israel, ya que pasado el tiempo, transcurridos alrededor de 300 años desde la salida de Egipto (hacia 1220 a.C. aprox.), se produce otro episodio de similares características.
Ocurrió que tras la muerte de Salomón (931 a.C.) y como consecuencia de las idolatrías postreras del sabio monarca, o al menos las consentidas por él a sus ”…700 mujeres y las 300 concubinas…” de su harén (1Re.11,3), unido a los fuertes impuestos con los que oprimió al pueblo, para la construcción del Templo y el mantenimiento del Palacio, casi todas las tribus de Israel se sublevaron contra su hijo y sucesor Roboam (931-913 a.C.), al cual sólo secundaron las gentes de las tribus de Judá y Benjamín, asentándose en el sur de Israel y estableciendo la corte en Jerusalén, pasando a llamarse Reino de Judá (este episodio se relata en 1Re,12,16 y siguientes). El resto de las tribus, que se establecieron al norte del territorio, formando el Reino de Israel, eligieron como rey a Jeroboám (931-910 a.C.), efraimita, recaudador de tributos de las tribus de Efraím y Manasés en tiempos de Salomón. Antes de ser elegido rey, en vida de Salomón y por diferencias con éste, huyó a Egipto donde se casó con la cuñada del Faraón Sheshonq I (945-924 a,C.), este Faraón, conocido en la Biblia como Sosaq ó Sesac, tomó y saqueó Jerusalén el año 925 a.C. y se apoderó de los tesoros del Templo y los del Palacio de Salomón, reinando su hijo Roboam.(2Cron 12,9)

Para evitar que el pueblo fuese a Jerusalén, a adorar a Yahveh y al Arca de la Alianza y lo que es más importante, el pago de los diezmos de todos los productos que el pueblo debía entregar al templo, Jeroboam organizó un clero particular e “hizo dos becerros de oro, y dijo al pueblo: «Basta ya de subir a Jerusalén. Este es tu dios, Israel, el que te hizo subir de la tierra de Egipto. Hizo poner uno de los becerros en Bétel y el otro en Dan…» (1Re.12, 28-30)
Esos hechos idolátricos no se extinguieron con la muerte de Jeroboam, ya que permanecieron inalterables a lo largo del tiempo. Durante el reinado del rey de Israel Omrí (886-875 a.C.) se dice que: “… en el centro del lugar de culto en Samaría había ya un ídolo dorado con forma de toro, que Jeroboam había erigido como imagen de culto para los hebreos”.(4)
El culto a los becerros siguió hasta la desaparición del reino de Israel, y su conversión en provincia asiria por Salmanasar V en el año 722 a.C., al negarse a pagar impuestos y pedir ayuda a Egipto Oseas (730-722 a.C.), último rey de Israel, quien fue cegado y llevado cautivo a Asiria, junto a la mayoría de la población que fue deportada y sustituida por arameos y caldeos. Esa deportación masiva consiguió que las tribus se diluyeran entre los asirios, por lo que en adelante se las llamó “Las diez tribus perdidas de Israel”.
Igual castigo sufrió el rey de Judá Sedecías (597-587 a.C.), por el mismo motivo de aliarse con Egipto y negarse a pagar los tributos establecidos por el rey babilonio Nabucodonosor II (630-562 a.C.), quien ordenó que: “Apresaran al rey y le llevaran al rey de Babilonia, a Ribla, y le sentenciaron. Los hijos de Sedecías fueron degollados en su presencia; a Sedecías le sacaron los ojos, y cargado de cadenas de bronce, le llevaron a Babilonia”. (2Rey.25,6-8). A continuación se relata que:"... Nebuzardán, jefe de la guardia, servidor del rey de Babilonia, entró en Jerusalén, quemó el Templo de Yahveh, el palacio real y todas las casas de Jerusalén..."(2Rey.25,8-10). La destrucción del Templo de Jerusalén se produjo en el año 586 a.C., en el año decimonoveno del reinado de Nabucodonosor II.
A lo largo de toda la existencia de Israel, como reino, son numerosos los pronunciamientos, las ofensivas y la lucha que mantuvieron varios profetas contra esas prácticas idolátricas del “Becerro de Oro”. Entre otros podemos citar al profeta Elías, que vivió en el s. IX a.C., del que se dice que en los enfrentamientos con los profetas de Baal: “… llegó a matar a los sacerdotes de Baal con sus propias manos, al pié del monte Carmelo”(5). La Biblia lo describe así: “Y dijo Elías: “Prended a los profetas de Baal, sin dejar que escape alguno”. Apresáronlos ellos, y Elías los llevó al torrente de Cisón, donde los degolló.” (1Rey,18-40)
Otro profeta que lucha contra la idolatría de Israel es Amós (hacia el 750 a.C.), en cuyo libro se nos da cuenta que se produjo en aquella época un terremoto: “… y en los días de Jeroboam II (784-753 a.C.), hijo de Joas, rey de Israel, dos años antes del terremoto…”(Amos,1,1). Este profeta exhorta a seguir a Yahveh y en caso contrario predice los castigos a los que serán sometidos: “… haré justicia de los altares de Betel y serán derribados los cuernos del altar y caerán a tierra…”(Amós,3,14)
El profeta Oseas (800-725 a.C.) también predica contra el destino catastrófico de Israel, que ya predijo Amós, y rechaza las herejías de Israel: “Yo rechazo tu becerro, Samaría… y será llevado cautivo el día de Yahveh el becerro de Samaría”. (Oseas,8,5). Y suya es la frase, tantas veces repetida, como ejemplo de las consecuencias de los malos comportamientos: ”Pues siembran vientos, recogerán tempestades…”(Oseas,8,7), y más adelante se escandaliza del comportamiento de Israel: “Y ahora continúan pecando; de su plata se hacen obras fundidas, ídolos de su invención, obra de artífices todo ello. Y a ellos dirigen la palabra, ofrecen sacrificios. ¡Hombres dando besos a los becerros!”. (Oseas,12,2-3)
Le sigue Isaías (s. VIII a.C.) dedicando su ministerio a clamar contra las abominaciones de Israel: “…pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento…(Isa,1,3). Los impíos, los pecadores, todos a una serán quebrantados; los desertores de Yahveh serán aniquilados”(Isa,1,28) al tiempo que clama contra los samaritanos tachándolos de borrachos: “Y también ellos se tambalean por el vino y vacilan por los licores. Sacerdotes y profetas se tambalean por los licores, se ahogan en vino…”( Isa,28,7-8). Todo esto ocurría en tiempos del rey Manasés (rey de Judá 697-642 a.C.), contra quién también se enfrentó por permitir y tolerar cultos asirios, incluso en el mismo templo de Jerusalén. Dicen que murió aserrado por la mitad. Según una leyenda, Isaías, al intentar escapar de la ira de Manasés, se ocultó dentro de un árbol hueco y Manasés ordenó cortar el árbol con Isaías en su interior. A este suceso parece que se hace referencia en (Hebreos,11,37). En Isaías encontramos, tal vez, la primera descripción de la redondez de la Tierra: “Está El sentado sobre el círculo de la tierra”(Isa, 40, 22). Este concepto se divulgó, más tarde, por el filósofo griego Anaximandro (610-545 a.C.)
Otro personaje interesante, que nos desvela también esas idolatrías, es Tobías, que estuvo cautivo en Nínive en tiempos del rey asirio Senaqerib (705-681 a.C.) quien relata en su libro lo que confiesa su padre Tobit y que pone de manifiesto los cultos practicados por su gente: “Siendo yo joven (dice su padre), vivía en mi patria, en la tierra de Israel, y toda la tribu de Neftalí, mi padre, se había apartado del templo de Jerusalén…Todas las tribus, que a una habían apostatado, sacrificaban a Baal, el becerro, y asimismo la casa de Neftalí, mi padre”.(Tob,1,4-6)
Y ya por último, cabe la sospecha que ciertas prácticas de paganismo seguían en vigor en Samaría, en tiempos de Jesús, a pesar de que durante el destierro babilónico, del pueblo israelita, y tras la vuelta del mismo, los sacerdotes se esforzaron en unificar el culto y las creencias en un solo dios, Yahveh. Hay un hecho significativo que nos relata el evangelista San Mateo, que pone de manifiesto la existencia de ciertas idolatrías, tal vez residuales, cuando Jesús envía a los apóstoles y les confiere la cualidad de sanar, resucitar, curar a leprosos etc. pero les aconseja: “A estos doce los envió Jesús, haciéndoles las siguientes recomendaciones: No vayáis a los gentiles ni penetréis en ciudad de samaritanos; id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel…”(Mat,10,5-6)
Amplias y abundantes son, también, las referencias que encontramos en la Biblia sobre los Querubines(del sumerio Kerub), aquellos toros alados androcéfalos que describí en mi primer artículo sobre éste tema, cuya finalidad era la de servir de guardianes de templos, palacios y lugares sagrados, utilizados en todo “el creciente fértil”. Con ello se pone de manifiesto que la familiaridad del pueblo hebreo con el toro, era tan habitual como reiterada.
Sin detenernos en detalles, cabe la presunción de que fueron querubines, o toros alados androcéfalos, los que Dios “… puso delante del jardín de Edén un querubín, que blandía flameante espada para guardar el camino del árbol de la vida”.(Gen,3,24); o los dos querubines que Dios ordenó a Moisés fabricar, de oro macizo, para ponerlos encima del Propiciatorio, la tapa del Arca de la Alianza: “Harás, además, dos querubines de oro macizo; los harás en los dos extremos del propiciatorio: haz el primer querubín en un extremo y el segundo en el otro. Los querubines formarán un cuerpo con el propiciatorio, en sus dos extremos”.(Ex,25,18-21), y por igual mandato le ordenó construir la Morada con: “… diez tapices de lino fino torzal, de púrpura violeta y escarlata y de carmesí con querubines bordados ”(Ex.26,1-2).
También Salomón “Hizo en el santuario dos querubines de madera de olivo, de diez codos de altura (cada uno). Cinco codos era el largo de una de las alas y cinco el de la otra,…(1 codo = 45 cm.) …También cubrió de oro los querubines…”, que puso en el recinto interior del Templo de Jerusalén, e iguales figuras hizo esculpir, y revestir de igual metal, en los batientes de las puertas de dicho templo. (1Re.6,23-30)











Pila bautismal S. Bartolomé de Lieja .................Pila Iglesia Mormona Sal Lake, Utah

Pero lo más espectacular que hizo construir Salomón, en el templo de Jerusalén, fue el llamado “Mar de bronce”, fundido en dicho metal por un artesano de Tiro; “… redondo, de 10 codos de diámetro, y 5 de alto, con capacidad de 2.000 batos…” (1 bato = 37 litros), el cual: “Se apoyaba sobre doce toros, tres mirando al Norte, tres mirando al Oeste, tres mirando al Sur y tres mirando al Este; el Mar estaba sobre ellos, quedando sus partes traseras hacia el interior…” .(1Re.7,23-27). Además estaba adornado con: “un cordón de treinta codos los ceñía en derredor... adornado de dos filas de figuras de toros, diez por cada codo...”. (2 Cr.4, 2-3)
La fuente de los leones de la Alhambra de Granada está inspirada en aquella fuente jerosolimitana.
Plácido González Hermoso.
Bibliografía:
1.- Federico Lara Peinado, “Himnos Sumerios”, pag.25. Edicc. Tecnos
2.- Federico Lara Peinado, “Himnos Babilónicos”, pag.7. Edicc. Tecnos
3.- Manfred Claus, “Antiguo Israel”, pag.16. Edicc. Acento 2001
4.- Idem, pag.58.
5.- Idem, pag.61.
6.- Ian Caldwell y Dustin Thomason. El Enigma del Cuatro. Ed. Roca 2004
Biblia Vulgata, Ed. Océano
Biblia “Nácar- Colunga”, Ed. B.A.C.

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