miércoles, 25 de febrero de 2009

LA CARNE DEL TORO - I

Desde la antigüedad, las excelencias atribuidas a la carne del toro, en muchas épocas pregonadas como luego veremos, eran tan variadas como las propias creencias que las sustentaban. Unas consideraban transmisible las propiedades del animal y por tanto las condiciones de fuerza, de potencia o de virilidad podían ser adquiridas por la persona que comiese la carne de este animal. Otras creencias sobre la transmisión de la potencialidad del toro, en el caso que nos ocupa, llegaban incluso a asignarle aspectos apotropáicos (propiedad de desviar las influencias maléficas), encuadrados en los sacrificios encaminados a aplacar la ira de los dioses.
En realidad los ritos de sacrificio tenían por finalidad la consagración de una persona, animal o cosa a la divinidad y desempeñaron el papel principal del culto. La ingestión de la carne del toro sacrificado suponía un ágape compartido con los dioses.
En Persia, la ingestión de las partes del toro, por las propiedades benéficas que podía transmitir, las encontramos registrada desde épocas muy antiguas, a tenor de una cita de Zoroastro censurando al dios Yima “por ser el primero que se aficionó a comer las partes del toro”. Este profeta y reformador de la religión aria, había declarado proscritos los sacrificios de toros, debido a la animadversión hacia los cultos al dios Mitra.
Parecida costumbre la encontramos, corriendo el tiempo, en nuestro rey Fernando el Católico, quien siguiendo la tradición de que la potencialidad sexual del toro era transmisible y deseoso de tener un hijo con su segunda esposa, Germana de Foix, se hacía servir frecuentemente de platos cocinados con testículos de toro, en la creencia de aumentar su virilidad. Una leyenda aseguraba que murió, cuando se dirigía a Guadalupe (Murió el 23 de Enero de 1516 en Madrigalejo (Cáceres), cuando iba a asistir al capítulo de las órdenes de Calatrava y Alcántara en el Monasterio de Guadalupe), por darse un atracón de criadillas de toro, aunque otra leyenda afirmaba que fue de una indigestión al beber la sangre del tauro.(3 y 4)
Más recientemente nos topamos con un negro personaje, de triste recuerdo para la humanidad, utilizando otra receta, aunque con distinto fin, como dice David Irving en “La Guerra de Hitler”, “...padecía Hitler periodos de negra depresión que el Doctor Morell procuraba combatir con inyecciones de hormonas de Prostakrinum (extracto de próstata y vesículas seminales de toros jóvenes), que le suministraba en días alternos”.(3)
La utilización de los atributos y la carne del toro tuvieron también otras significaciones. Los egipcios utilizaban las partes del toro en los rituales funerarios para realizar el ritual de “La apertura de la boca de los difuntos”, citado en el “Libro de los Muertos”, “introduciendo en la boca del cadáver la azuela, el instrumento de Anubis o bien los testículos de un toro sacrificado, en la creencia de que le restituía el uso de la lengua y el poder creador que posee la palabra en la otra vida”. Después de descuartizar la víctima ofrecida al difunto por sus parientes y amigos, se depositaba ante la momia “el muslo y el corazón del animal sacrificado donde se ocultaba el alma del difunto”. (1)
Los aspectos benéficos y prodigiosos que poseía la carne de los toros, estaban bastante arraigados entre los habitantes del Nilo, que empleaban la carne y la grasa de buey como primer remedio para ciertas heridas, según se relata en el papiro médico de Ebers.
El hecho curioso de que no se encontrasen sepulturas de toros Apis durante los períodos más antiguos, cuando las pruebas textuales del culto a Apis viviente son muy antiguas, planteaba ciertas interrogantes. Se ha llegado a suponer que no habían podido existir materialmente, porque el rey se habría comido al toro para apropiarse de sus fuerzas. Al parecer en las primeras dinastías se practicaba la teofagia ritual. Esta hipótesis se basaba en un texto conservado en las
paredes de las pirámides y conocido con el nombre de “Himno al rey caníbal”.









Según la Doctora Vázquez Hoys (20), “este pasaje, conocido como el "Himno caníbal", se encuentra grabado en las 2 primeras pirámides que incluyen textos: la de Unas (o Unis, 2342-2322 a.C., V dinastía) y la de Teti (2322-2291 a.C. VI dinastía). Constituye uno de los pasajes posiblemente más antiguos de los Textos de las Pirámides y en él se describe el canibalismo de Unas con los dioses:
"Unas es el Toro del Cielo, que conquista según su voluntad;
que vive de la existencia de cada dios, que come sus entrañas,
cuando vienen con sus cuerpos llenos de magia desde la Isla del Fuego

Este texto describe al faraón apoderándose del poder de los dioses al comer ciertas partes de sus cuerpos.(2)
Otro aspecto sobre la creencia en la transmisión de los poderes genésicos del toro lo encontramos en el pueblo cacereño de Coria, donde tienen la costumbre de correr por las calles de la ciudad “el toro de San Juan”, en tan señalada fecha, donde tuve el gozo y la zozobra de participar cuando era joven. Durante su celebración los mozos clavan al toro infinidad de dardos o flechillas, llamadas soplillos, que son adornados por las novias y tras ser asaeteado y agotado le dan muerte. Muerto el toro se produce una verdadera competencia entre los mozos por arrancar el escroto del animal, como trofeo y fetiche de trasunto sexual. El que lo consigue se dirige a casa de la novia para mostrárselo, en la creencia de que, en dicho acto, se asegura la fertilidad de la pareja. Este ritual, encuadrado en la antigua tradición extremeña de “el toro nupcial”, se practicaba ya en tiempos y con los privilegios concedidos por Alfonso VII (1105-1157) y se halla registrado, "el toro nupcial", en un grabado de las Cantigas de Santa María, de Alfonso X El Sabio.(5)
En otras regiones españolas estaba, también, bastante arraigada la costumbre de considerar que la carne de los toros muertos, con motivo de fiestas de santos, poseían propiedades especiales y actuaban como medicina para enfermedades.
Sobre el aspecto apotropaico de la carne del toro, nos relata el abulense Padre Pedro de Guzmán S.J. en su obra “Bienes del honesto trabajo y daños de ociosidad” de 1.614: “Pues ¿qué diré de lo que el vulgo tiene tan recibido, persuadido que las carnes del toro muerto en estas fiestas de Santos, guardadas como reliquias son contra calenturas y otras enfermedades y para remedio de los nublados?”.
Otras veces se celebraban las festividades de santos con ritos y ceremonias, empleando un toro en evitación de plagas o calamidades, como ocurría con el dedicado a San Urbano, corriéndose un toro en su festividad, el 31 de octubre, para proteger las viñas de las heladas.(6)

Un caso curioso, encuadrado entre los ritos llamados “Caridades”, que se sigue celebrando en la actualidad, con igual intensidad desde el siglo XVI, es el que realizan en Hiendelaencina (Guadalajara), el día 28 de agosto, con motivo de las fiestas de San Agustín, donde una vaca ensogada es corrida por los mozos y llevada, al final del divertimento, a la plaza del pueblo, donde es atada a una columna del Ayuntamiento y apuntillada por el alcalde.
Una vez descuartizada la vaca se cocina con su carne la famosa “Sopa de San Agustín”, que luego se reparte en el atrio de la iglesia donde, tras ser bendecida y probada por el cura párroco, todos los asistentes, pobres, vecinos o visitantes, la degustan con cierto fervor, en la creencia que la ingestión de la “sopa del santo” es buena como remedio contra ciertas enfermedades.
Al finalizar el banquete comunal, el alcalde y el cura párroco se asoman al balcón del ayuntamiento y arrojan a la multitud los huesos de la vaca que “los vecinos se disputan como si se tratase de una reliquia sagrada, que luego guardan con veneración en sus casas, y a los que se les atribuyen auténticos milagros”.(7)
Tendrá este ritual algún nexo o reminiscencia con el que realizaban los reyes de la Atlántida, que el filosofo Platón (quien por cierto era un gran comedor de higos), en su obra “El Kritías”, nos describe la forma que tenían los reyes de la Atlántida para abatir al toro, cuando lo inmolaban a Poseidón?: “...cuando debían tratar de cuestiones jurídicas se daban pruebas de fidelidad en la siguiente forma: Soltaban los toros en el recinto consagrado a Poseidón (el Heraklion)... después de suplicar al dios que les permitiese capturar la victima que le pareciera más grata, sin armas de hierro, le daban caza con garrotes y lazos. Arrimaban a la columna el toro apresado y lo ejecutaban en su cima como estaba prescrito...”
Sobre esta y otras festividades, descritas anteriormente, valga el comentario que al respecto hace el erudito y anti-taurino Vargas Ponce: “Se estremece la humanidad al contemplar las reses que robaron a la labor las simultaneas canonizaciones de san Ignacio y san Javier, san Isidro y santa Teresa. Treinta corridas en lugares donde había conventos ensalzaron la gloria de esta reformadora de las costumbres y en ella perecieron más de doscientos toros”.(6)
El alto precio de la carne hizo que su consumo fuese prerrogativa solo de las divinidades y de las clases más acomodadas. Animales cebados para uso profano o religioso son mencionados en diversos pasajes de la Biblia o en el Libro de los Muertos y reservados como víctimas de mayor valor cultual en los sacrificios.
Escudriñando el texto bíblico encontramos, con profusión descriptiva, las condiciones que debían reunir los animales para que los sacrificios ofrecidos a Yahveh fuesen válidos: “...Cuando uno ofrezca a Yahveh ganado mayor...la víctima, para ser aceptable, ha de ser perfecta, sin defecto. Un animal ciego, cojo o mutilado, ulcerado, sarnoso o tiñoso no se lo ofreceréis a Yahveh ...No ofrecerás a Yahveh un animal que tenga los testículos aplastados, hundidos, cortados o arrancados...”.(8)
Los sacerdotes tenían ciertos privilegios sobre el reparto de la carne de las víctimas inmoladas: “Estos serán derechos de los sacerdotes sobre aquellos que ofrezcan en sacrificio un buey o una oveja; se dará al sacerdote la pierna, las quijadas y el cuajar”.(9)
El cuajar es el fermento existente en las mucosas del estómago de los animales rumiantes y sirve para separar la caseína de la leche (el 80% de las proteínas) de la parte líquida o suero, imprescindible para la elaboración de quesos y cuajadas. Ha de entenderse siempre que, el uso del término buey era un término genérico y no se refiere al animal castrado como lo entendemos en la actualidad, si no al toro o novillo íntegro y sin defectos.
Es curioso comprobar cómo al autor bíblico le interesa dejar bien matizado que el privilegio de los sacerdotes, en el reparto de la carne, es a la pierna derecha y nunca se refiere a la pierna izquierda: “Daréis también al sacerdote, como ofrenda reservada, la pierna derecha de vuestros sacrificios de comunión”.(10)
En ciertas circunstancias se prohibía el consumo de la carne del toro, si éste atacaba a alguna persona y le causaba la muerte: “Si un Buey acornea a un hombre o a una mujer, y le causa la muerte, el Buey será apedreado, y no se comerá su carne...”, dice la ley mosaica.(11)
Una redacción parecida, sobre un buey que acornea, ya se recogía con anterioridad en el Código de Hammurabi (1728-1686 a. C.), donde se puede descubrir que la operación de proteger las astas de los toros, que parece una invención moderna de los ganaderos españoles, es algo bastante antiguo: “Artículo 251: Si el buey de un señor es bravo y el consejo de su distrito le informa de que es bravo, pero él no ha cubierto sus astas ni ha vigilado de cerca su buey y el buey acorneó al hijo de un señor y le ha matado, dará media mina de plata”.(1 mina= 600 gr.)
Para terminar, anotar que la forma de comer carne de los sacrificios era asada al fuego o cocida en calderos de cobre que poseían para estos menesteres. Aunque supongo que no habría recipientes suficientes para realizar uno de los mayores ritos de comunión de que se tiene conocimiento, como fue el realizado por Salomón al consagrar el Templo de Jerusalén: “...inmoló veintidós mil bueyes y ciento veinte mil ovejas en sacrificios eucarísticos... comiendo y bebiendo y regocijándose el pueblo durante siete días”. Esa sí fue una verdadera fiesta.(12)
Los egipcios representaron en sus tumbas el proceso de la muerte y descuartizamiento de las reses. Las patas eran las partes del toro más exquisitas para ellos. A este respecto Heródoto nos describe, con todo lujo de detalles, un ritual egipcio en el que solo se sacrificaban bueyes y becerros puros y de parecido ritual a lo ya relatado, con la variante de que la víctima era elegida por los sacerdotes quienes derramaban libaciones de vino y esencias sobre la víctima:







Cuando han despellejado al buey, rezan y extraen todos los intestinos, pero dejan en el cuerpo las vísceras principales y la grasa; cortan las patas, las nalgas, los hombros y el cuello. Y hecho esto llenan lo que queda del cuerpo del buey de panes de harina pura, miel, uvas pasas, higos, incienso, mirra y otros aromas; y así rellenado, lo queman vertiendo encima abundante aceite. Hacen el sacrificio en ayunas y, mientras arden las víctimas, todos se dan golpes de pecho; pero cuando terminan de golpearse, se sirven en un banquete las partes que se reservaron de las víctimas”, quemando los restos de la victima ofrendada.(13)
El mismo Heródoto nos informa también de los ritos sacrifícales de los persas, en los que se utilizaban victimas de toro preferentemente: “Y una vez que, tras haber descuartizado la víctima, ha hecho hervir la carne, esparcen en el suelo la hierba más tierna que le sea posible, generalmente trébol, y sobre ella coloca todos los trozos de carne. Y cuando los ha dispuesto, un mago, de pie a su lado, entona una teogonía, que es como ellos llaman a este canto; pues sin la presencia de un mago no les es lícito hacer sacrificios. Y tras un breve momento de espera, el sacrificante se lleva las carnes y hace de ellas lo que su buen sentido le dicte”. (14)

El citado autor griego nos relata también otro sacrificio realizado por los escitas (El escita fue un antiguo pueblo y cultura indoeuropea de las estepas del norte del mar Caspio) en los siguientes términos, “Todos los escitas tienen establecido el mismo rito sacrificial. La víctima está de pié, con las patas delanteras atadas, mientras que el celebrante, situado tras el animal, tira bruscamente del cabo de la cuerda, derribándolo e invocando a la divinidad a la que ofrece el sacrificio. A continuación le rodea el cuello con un dogal, introduce en él un palo, al que le va dando vueltas y la estrangula. Una vez estrangulada y desollada la víctima, se aprestan a cocerla y consumirla”.(15)
Para los griegos, las partes más importantes de la carne del animal era el lomo el de mayor preferencia y era la pieza reservada a los huéspedes. Homero nos relata, en la Odisea, el recibimiento dispensado por Menelao a Telémaco “...les presentó con sus manos un pingüe lomo de buey asado, que para honrarle le habían servido”.(16)
Uno de los rituales de sacrificio y banquete comunal del toro, es el realizado en la ciudad de Magnesia (Tesalia), en honor de Zeus Sesípolis para obtener un año fructífero en las cosechas: “En el mes de heraión, la ciudad compraba el mejor toro del, mercado para dedicarlo a Zeus durante el mes de cronión (julio). En esa fecha, con gran solemnidad, la res era conducida al templo en una procesión encabezada por el sacerdote y la sacerdotisa de Artemis Leucofrine, principal deidad de la ciudad. Les seguía el sacrificador y dos grupos de jóvenes y vírgenes cuyos padres aún vivieses. El sacrificador rezaba una oración por la ciudad y por los habitantes, por la paz y por la fertilidad de cosechas y ganados. El animal elegido debía dar una señal de su consentimiento como víctima (arrodillarse, doblar la cabeza, etc.). Una vez lo hacía, se le mantenía apartado hasta el momento de su sacrificio, el 12 de artemisión (en torno al 6 de abril). Ese día se formaba otra comitiva parecida a la anterior. Se añadían miembros del senado, funcionarios y atletas victoriosos. Las imágenes de los doce dioses olímpicos, ataviados con sus mejores galas, debían estar presentes como invitados. El sacrificio se efectuaba ante el altar de Zeus Sosípolis. La carne era repartida y consumida por los participantes”.(17)

También en las famosas fiestas de las “Bufonías”, fiestas atenienses en honor de Zeus, la carne del toro o toros inmolados, debía ser cocinada antes de ser consumida en un banquete ritual. Lo mismo ocurría en las famosas fiestas de las panatenienses, que era el festival estatal de Atenas, con procesiones, juegos y premios y la realización de un sacrificio de animales de los que se repartía la carne.
En Grecia se celebra en la actualidad un holocausto ritual, de comunión general, donde participan todos los asistentes. Se celebra en el pueblo de Mandamados, en la isla de Lesbos, en el mar Egeo.
La fiesta consiste en la conducción de un buey, totalmente blanco, por las calles del pueblo hasta la iglesia. El toro es introducido en el interior para ser sacrificado de un tajo de machete en el pescuezo. Separada la piel del animal, se descuartiza. Los pedazos de carne se depositan en dieciséis calderos, donde son cocinados durante toda la noche, mientras la muchedumbre se entretiene en cantos y bailes. En la mañana del domingo, una vez han sido bendecidos los calderos, se reparten las pequeñas porciones de carne entre los numerosos asistentes”. Como curiosidad anotar que cuando conquistaron esta isla griega, se inmoló un Toro a Poseidón arrojándolo desde lo alto de los acantilados.(7)
En Creta, en los festejos en que los jóvenes saltaban sobre un toro, que se celebraban con ocasión de festividades religiosas, la muerte del toro no se producía en público sino al finalizar el festejo y su carne era repartida entre los asistentes.
En Francia eran famosas las procesiones del “Buey Gordo”, que se celebraba en París en el Carnaval, pero el más conocido era el “Buey del Corpus” de Marsella, en que se conducía un toro por las calles de la ciudad, ricamente engalanado con cintas y guirnaldas. En el recorrido del toro por la ciudad, las mujeres se le acercaban y hacían que los niños besaran al toro. Al día siguiente el toro era sacrificado y cuenta un autor del s.XVII, citado por Baroja, que este ritual era ya conocido en el s.XIV y que: “personas poco instruidas se apresuraron a obtener carne de este buey, que una persona mató al día siguiente a la fiesta del Dios”.(18)
Los Celtas usaban también grandes calderos al que le asignaban propiedades mágicas, como se relata en el mito de la “Rama de Los Mabinogi” donde se da la relación de regalos en los esponsales de Branwen, de los cuales el más valioso es un caldero mágico, hecho en Irlanda, que devolvía la vida a los guerreros muertos y se le conocía como “el caldero de la resurrección”.
Los mitos del toro son de gran importancia en la primitiva literatura irlandesa. El Tarbhfhess, era un rito adivinatorio que suponía el sacrificio de un toro y estaba presidido por los druidas. “La carne y el caldo de un toro eran consumidos por un hombre que, posteriormente, dormía y soñaba con el legítimo rey que había de ser elegido”.(19)
Plácido González Hermoso


BIBLIOGRAFIA
(1) --Albert Champdor.-“El libro egipcio de los Muertos”
(2) --Angel Alvarez de Miranda.-”Ritos y juegos del Toro”.
(3) --Urbano Esteban Pellón.- “El toro solar”
(4) --Fernando Sánchez Dragó, “Volapié, Toros y Tauromagia”
(5) –Fco. Flores Arroyuelo,“Del toro en la antigüedad”; y Juan Posada, en Atenea Semanal.
(6) --Luis del Campo.- “La iglesia y los toros”
(7) --Francisco Flores Arroyuelo, “Correr los toros en España”
(8) --Lev. 22, 21-25,
(9) --Deut.18, 3-4.
(10) -Lev.7, 32-33).
(11) -Ex.21, 28-29.
(12) -I Reyes, 8, 62-66.
(13) -Heródoto.- Historias, vol. II,40
(14) –Heródoto.- Historias, vol. I, 132
(15) –Heródoto.- Historias, vol. IV, 60)
(16) –La Odisea, rapsodia IV .-
(17) -Cristina Delgado Linacero.- “El toro en el Mediterráneo” pag. 292
(18) -Julio Caro Baroja, “Ritos y mitos equívocos”
(19) -Miranda Jane Green.- “Mitos Celtas”
(20) –Ana María Vázquez Hoys.- El himno caníbal (Declaraciónes 273 y 274)

lunes, 23 de febrero de 2009

TOROS MITOLOGICOS - IV - Los Toros de Guisando


Al Dr. D. Juan Barceló Jiménez, Doctor en Filología
Romana, por su generosa amistad, con mi respetuosa admiración a su figura berroqueña.



Supongo que casi todo el mundo conoce esos famosos toros, de imponente talla granítica, conocidos con el nombre de “Toros de Guisando” y asentados en el pueblo abulense de El Tiemblo. Pero qué fueron, qué representaron, qué utilizaciones le dieron aquellos pueblos pre-romanos o a qué simbología mitológica se asociaron. Es más, fueron toros o verracos.
Antes de entrar en materia y tratar de desentrañar el posible significado de esas pétreas esculturas milenarias, de la cultura céltico-vetona, permítanme traer aquí unas citas literarias, a modo de exordio, que evidencian su presencia en la literatura.
Quiso la casualidad, o más bien el capricho del anónimo autor (al parecer descubierta ya su identidad !!?), que la primera aventura y el primer coscorrón que sufriese el pícaro y desventurado Lazarillo de Tormes, a manos del malvado ciego, fuese, precisamente, contra un toro de granito: “Salimos de Salamanca- dice Lázaro- y llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me dijo:
-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.
Yo simplemente, llegué, creyendo ser ansí. Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome: Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo. Y rió mucho de burla"
. (1)












Además de la cita del Lazarillo, también Lope de Vega se refiere a ellos, en el Acto II de su obra “El mejor maestro, el tiempo”, donde relata cómo uno de sus personajes se gloría de haber infringido desjarrete a esos graníticos animales:
Turín.- ¡Ha visto vuesa merced en aquel pradillo ameno
a los toros de Guisando?
Otón.- ¡Huélgome dello!
Pues yo los desjarreté
y al de piedra, que está puesto
en Salamanca, en la puente
de un revés rapé los nervios.
Así están sin pies ahora
.”

También, Federico García Lorca hace uso de ellos en “La Sangre Derramada”, de la elegía “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, para magnificar la dimensión del dolor por la muerte del ídolo:

La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena.
Y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos,
hartos de pisar la tierra.
NO.
¡ Que no quiero verla!


No quisiera pasar de largo, vencida ya la conmemoración del 4º centenario de la publicación del Quijote, sin referirme a dicha obra cervantina y en concreto al episodio en el que el caballero del Bosque relata a D. Quijote (parte 2ª, capítulo XIV) el encargo que le hizo su amada Casildea de Vandalia: “...Vez también hubo que me mandó fuese a tomar en peso las antiguas piedras de los valientes toros de Guisando; empresa más para encomendarse a ganapanes que a caballeros...” y parece ser, según relata más adelante la fabulosa imaginación de dicho caballero que: “...pesé los toros de Guisando...”. Pardiez, cuanto vigor!.(2)
Además de las citas literarias reseñadas, déjenme que les refiera un pacto histórico celebrado en las cercanías del pueblo abulense de El Tiemblo, cuya firma se realizó en la llamada venta de Tablada, conocida como “venta Juradera o venta de los Toros" (ubicada en las cercanías del citado pueblo y destruida en el s.XVII por mandato de los monjes del monasterio), conocido como “Pacto de Guisando ó Concordia de los Toros de Guisando”. En dicho pacto, celebrado el 18 de septiembre de 1468, entre el rey de Castilla Enrique IV de Trastámara, apodado “El Impotente” (sobrenombre que el pueblo le adjudicó al enterarse de que no se consumó su primer matrimonio con Dª Blanca II de Navarra, en 1440 y ser repudiada en 1453), y su hermanastra Isabel la Católica, en cuyo tratado se la nombraba Princesa de Asturias y heredera al trono de Castilla.
Implícita a dicha firma era reconocida, de forma tácita, la ilegitimidad de Juana, motejada “la Beltraneja”, hija “oficial” de este rey y de su segunda esposa doña Juana de Portugal (matrimonio realizado en 1455), aunque, según “vox populi”, se atribuía la paternidad a D. Beltrán de la Cueva, mayordomo y valido, o privado, de Enrique IV.
Tres años antes, de formalizarse este pacto, se produjo la llamada “Farsa de Ávila”, que pone de manifiesto el enfrentamiento y animadversión que mantenían con el rey la mayoría de la nobleza: “…el 5 de junio de 1465 los nobles habían alzado un tablado fuera de las murallas de Ávila donde habían colocado un muñeco con todos los atributos regios: corona, cetro y espada. Era una representación bufa del rey Enrique. Y declarando así su rebeldía, las cabezas más importantes de la Liga entraron en aquella farsa para ir despojando al muñeco de sus atributos regios. El primero en entrar en aquel insolente juego fue el arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, que arrebató al muñeco la corona; y después el marqués de Villena le arrebató el cetro, el conde de Plasencia la espada, y finalmente otros nobles -entre ellos el conde de Paredes-, ya en tumulto, echaron por el suelo el muñeco, pisoteándolo con saña.” (7)
A la importancia histórica de este pacto se refirió nuestro Nóbel de Literatura, Camilo José Cela, para decir: "Sin el encuentro de los Toros de Guisando, España no hubiera sido España".
Toros o Verracos?. He aquí la eterna disquisición que se plantean algunos estudiosos, a la hora de tratar sobre estas esculturas zoomorfas célticas. Fueron utilizadas por el pueblo vetón y diseminadas por el oeste central de la península Ibérica, al norte del río Tajo, cuya área de influencia abarcaba las provincias de Cáceres, Toledo, Ávila, Salamanca, Segovia, Zamora y en las tierras limítrofes lusitanas entre los ríos Tajo y Duero.
El uso generalizado del vocablo “verraco” llevó a la confusión de muchos, aunque en realidad más del cincuenta y tres por ciento de las 280 esculturas catalogadas y que han llegado hasta nosotros, son toros, el resto tienen forma de cerdo o verraco.
Se han barajado muchas teorías sobre su origen y significado, su simbología o utilización cultual etc., sin que hasta la fecha se hayan puesto totalmente de acuerdo en la materia. Lo cierto es que estas esculturas zoomorfas vetonas han dado nombre a una terminología específica que se conoce como “Cultura de los Verracos”.
A modo de ejemplo, traigo aquí algunas tesis u opiniones, más o menos autorizadas al respecto, que nos pueden ilustrar sobre el particular.
El padre L. Ariz, monje benedictino del convento de Santa María de la Antigua de Avila, dice en su obra “Historia de las grandezas de Ávila”, publicada en el s. XVII, “...Los más famosos y celebrados Toros de España son los de Guisando, cerca del Monasterio de san Hierónimo…( tercero de su orden, erigido en 1375 por Fray Pedro Fernández Pecha (6)) Junto a la venta del dicho Monasterio, están puestas cinco piedras, de figuras de Toros. Tres tienen letreros que traducidos dice ansí: “Cecilio Metelo Consuli”.
Debido a ello, este benedictino apunta varias posibilidades de uso: “Quizá su uso fue más lato -dice- y pudieron asociarse a santuarios, manantiales, puentes, etc., con carácter esencialmente religioso y votivo, como las aras clásicas”.(4)








Las inscripciones latinas de carácter funerario, a las que hace referencia el padre Ariz, fueron añadidas con posterioridad a la conquista romana y, por tanto, a la fecha de su confección, por lo que es fácil pensar en una reutilización, de estos toros, con una finalidad funeraria de la que carecían en su origen.
De estos toros graníticos mitológicos, envueltos en una especie de misteriosa niebla enigmática, solo se conservan cuatro actualmente y aparecen alineados y orientadas sus cabezas mirando a poniente -hacia el mismo punto por donde se pone el sol en el mes de diciembre- y hacia el monte de Guisando, del que toman el nombre.
Como todos los acontecimientos, envueltos en algún tipo de enigma intrigante, no están exentos de que las suposiciones, elucubraciones o conjeturas del pueblo degeneren, o generen, en ciertas leyendas que contribuyen a agrandar el misterio que los envuelve.
De entre las varias que me he topado, no solo por su curiosidad sino, también, por la profesión del autor, me satisface transcribirles algunos relatos que D. Eduardo de Mariétegui, coronel de Ingenieros, incluye en su obra “Antigüedades de España”, publicado en “El arte en España”, vol. 4, Madrid 1886.

En dicha obra nos transcribe lo que afirman algunos autores, como: “Diego Rodríguez de Amelta en su “Compilación de las batallas campales”, obra terminada en 1481, dice así al describir la batalla 22 de su segunda parte: “Que después que Scipión el joven volvió a Roma, y después de su muerte, los españoles se rebelaron contra los romanos, que por esta razón enviaron a España un capitán llamado Guisando, que habiendo peleado contra los españoles en tierra de Toledo, y cerca del lugar llamado Cadhalso, y habiéndoles vencido, hizo, para memoria de esta victoria, cuatro estatuas de piedra, á quien en su tiempo daban el nombre de Guisando”.
En el comentario que hace, Mariétegui, a esta autoría romana, que le adjudica Amelta, dice: “No hay necesidad de detenerse á refutar semejante opinión, pues con advertir que el nombre de Guisando es de inflexión goda, mal podía ser el de un capitán romano”.
Después nos ofrece lo que dice, sobre este tema, un bachiller de nombre Juan Alonso Franco, al parecer célebre anticuario del siglo XVI: “Como uno, por su letrero, se conoce que se dedicó a la victoria de César sobre los hijos de Pompeyo, y el sitio donde fue esta es Andalucía: como el mismo diga que allí donde está es el campo Bastetano; y como exprese que es dedicado dé los Bastetanos otro, y se sepa que este campo y este pueblo fueron en Andalucía, por eso muchos han imaginado que estos toros se hicieron y estuvieron primeramente en dicha provincia, y que después un rey moro, para mostrar su poder, con máquinas y gran copia de gente los metió España dentro, y los colocó donde se hallan, siendo entre otros de este parecer Rasis, en la historia que hizo de Andalucía, y D. Lorenzo de Padilla, curioso arcediano de Ronda".
Más adelante nos aporta el dato de que un tal Ambrosio de Morales, puso en una nota de su puño y letra que: “los Toros son tan valientes piedras, que es cosa de burla pensar que se movieron tantas leguas como hay desde allí a Andalucía, y más sin motivo alguno"; y también nos dice que don Antonio de Nebrija afirma que: “…como hubo pueblos Bastetanos en la Bética, los hubo igualmente en la España Citerior, y que de ellos debían hablar estos toros".
También cita que Orosio (383-420, sacerdote, historiador y teólogo hispanorromano de Braga, Portugal, se dice que pudo colaborar con San Agustín en “La Ciudad de Dios”), en su libro 6º, capítulo XIV, dice que: “…la guerra y el ejército Pompeyano, no se acabaron hasta que Cesonio, legado de César, venció no lejos de Lusitania; y de esto debe hablar el último toro…”
Después, Orosio relaciona los letreros que, según él, estaban grabados en los toros:
1º Caecillo-Metell-consuli-H.victori.
2º Exercitus victor-hostibusfusis
3º Longinus-Prisco-Caesonio-f.c.
4º Lucio Portio-ob provinciam-optime administratam-Bastetani po-puli-f.c.
5º Bellum Caesari et patrie mag-na ex parte con-fectum est-s et Gu. Magni-Pompey filis-hic in Basste-tanorum agro-profigatis.


Obviamente el Coronel Mariétegui pone en duda que esas inscripciones se hubiesen grabado en los toros, ya que no presentan rasgo alguno de haber tenido ningún tipo de grabado. Solo se conserva, de forma inexacta e incompleta, una leyenda en el tercer toro que dice:
LONG. INVS
PRISCO. CAIA.
ETI :: PATRI. F.
C.
También hace referencia que, en el s. XVI, existían unas tablas enceradas, en la celda del Prior del monasterio y que al parecer nadie las vio jamás, que decían contenían las inscripciones originales en los cinco toros.
Por último nos informa de otro monumento, que más bien tiene forma de verraco y no de toro, procedente de Durango, Vizcaya y actualmente en el Museo Histórico de Bilbao: “…llamado en el país Miquéldico, sin inscripción ni letra alguna, pero sí con un disco entre los pies.” (6) Se puede presumir que el disco que tiene entre los pies, el verraco, debe relacionársele con algún simbolismo de carácter solar.
Manuel Gómez Moreno, en “Catálogo monumental de la provincia de Ávila”, desecha la idea de que fueran hitos terminales o viales que hubiesen servido como mojones delimitadores de territorios, pastizales o zonas de pastoreo, apoyándose en que:“...es usual el hallárseles dentro o en los alrededores de las ciudades y despoblados de origen prerromano...”. En cambio cree que pudieron ser empleados “como ofrendas a los dioses; como monumentos funerarios; o bien asociárseles con carácter religioso y votivo, a manantiales...”(4)
Precisamente en el conocido cerro de los Santos (Montealegre, Albacete), se encontraron entre sus exvotos muchos torillos de piedra, dos de los cuales se hallaron encima de una olla cineraria, como ejemplo de usos funerarios.
Juan Cabre cree en un significado mágico religioso relacionado con la protección y fertilidad del ganado.
Josefina Mateos, refiriéndose a los “Toros de Guisando” que los data sobre el s.II ó III a.C., cree que debido a su emplazamiento en un: “Lugar de descarga de tormentas eléctricas, le podríamos considerar de gran fuerza telúrica, o zona energética de la tierra. Estos sitios eran utilizados por los pueblos primitivos para conectar con sus dioses, pueblos que adoraban a las fuerzas de la naturaleza. Debido a la energía del lugar sería sitio propicio para enlazar con la divinidad, un centro de culto o centro sagrado; los cuatro toros bien podrían indicar que allí existió en otros tiempos un templo dedicado al dios Tauro, al adorar los pueblos primitivos a las fuerzas de la naturaleza, siendo el toro un animal poseedor de gran fuerza, nobleza y virilidad al que veneraban y festejaban como se demuestra a lo largo de la historia”.(8)

Esta misma autora nos aporta otra “historia” extraída del libro de Pedro Medina “Las Grandezas y cosas memorables de España”(1548) y Miguel de Asúa y Campos “Los Toros de Guisando y el Convento de los Jerónimos”: “ Según el manuscrito Plinio hace mención de cómo al ser vencido Pompeyo en Farsalia por Julio Cesar, huyó a Egipto, donde fue degollado por Ptolomeo; y que el gran ejercito que acaudillaban los hijos de Pompeyo fue desecho en una gran batalla que tubo lugar en la provincia bastetana y Campo Callatio, en el lugar en que están los Toros de piedra bajo el Convento de Guisando; añade que Cneo Pompeyo herido, se ocultó en una cueva que está sobre el Monasterio de Guisando, donde lo mataron suponiendo, que para conmemorar la victoria se levantaron unas columnas en el lugar de la batalla, y atribuye la erección de dos de ellas a un caballero llamado Longino, dado por sentado que esas dos que cita, más otras dos allí inmediatas son los Toros de Guisando“.(8)

García Bellido y otros creían que los verracos vetones servían como guardianes que defendían a los ganados de los influjos maléficos.

José María Blázquez, en concordancia con Álvarez de Miranda, los considera “manifestaciones del culto al toro” al decir: “La sacralidad de los bóvidos se prueba igualmente por la presencia de las esculturas, llamadas «verracos»", en sintonía con lo que afirmaba Diodoro Sículo (s. I a.C.) sobre el culto al toro en Hispania, que decía: “…en Iberia los toros son animales sagrados”.(5)
Fernando Fernández, en “Ávila, historia antigua” tomo I, cree que “no puede desecharse la posibilidad de que se traten de auténticas imágenes de culto”, apoyándose en los ejemplos del castro portugués de Castelar, donde existe un verraco colocado en el centro de un recinto circular de 3 m. de diámetro, o los verracos de pequeño tamaño del castro de Santa Lucía. También alude a los Toros de Guisando como posibles manifestaciones de un culto zoolátrico, donde los animales serían adorados como dioses tutelares.(4)
Guadalupe López Monteagudo concluye su trabajo “Esculturas zoomorfas celtas de la península Ibérica”, afirmando que: “…las características formales y externas de las esculturas zoomorfas conocidas como verracos, ha quedado claro su carácter eminentemente religioso”.(3)
En referencia a su origen y antigüedad, comenta esta misma autora: “…el origen habría que buscarlo en las facciones de pueblos indoeuropeos que, procedentes de los Balcanes, llegaron a la Península mezclados con los celtas y que perduraron con la romanización. Su cronología abarcaría un período entre el fin del s. VI a.C. hasta el s. II-III d.C.”.(3)

Transcritas las opiniones de algunos expertos, solo diré que “ni quito, ni pongo …”, tan solo señalar que esas imponentes esculturas zoomorfas céltico-vetonas, que siguen envueltas en un halo de misterio, patentizan el arraigo de un sentimiento tauro-idolátrico ancestral en nuestra piel de toro, corroborando con ello que en España se rendía culto al toro (o aún se rinde…?) desde tiempos pretéritos.

Plácido González Hermoso.

BIBLIOGRAFÍA
(1).- Anónimo?. “El Lazarillo de Tormes”. Capítulo Primero.
(2).- Miguel de Cervantes, “Don Quijote de la Mancha”.- segunda parte, capítulo XIV.
(3).- Guadalupe López Monteagudo, “Esculturas zoomorfas Celtas de la Península Ibérica”.
(4).- Mariano Serna Martínez, “Agua y Verracos” Diario de Ávila, domingo 12 octubre 2003.
(5).- José María Blázquez: “Culto al toro y culto a Marte en Lusitania”.
(6).- Eduardo de Mariétegui, coronel de Ingenieros,“Antigüedades de España”, publicado en “El arte en España”, vol. 4, Madrid 1886.
(7).- Manuel Fernández Álvarez. "Isabel la Católica". Espasa - Forum 2003. Página 79.
(8).- Josefina Mateos, “El enigma de los Toros de Guisando”.